“Cuando descubrí la Blondie descubrí que podía ser yo”: la historia del alcalde Rodolfo Carter y la discoteca capitalina
El actual alcalde de La Florida ha sido parte del público habitual de la discoteca Blondie, lo que retrata en el testimonio que entregó en el recién salido libro Gente común: historia oral de la Blondie, de Rodrigo Fluxá, en el que también otras voces -como Sergio Lagos, Blanca Lewin o Javiera Mena- entregan sus anécdotas en el lugar.
Gente común: una historia oral de la Blondie. Así se llama el libro ya disponible en tiendas que recoge bajo la voz de sus propios protagnistas el origen, apogeo y presente de uno de los centros nocturnos más legendarios del país: la discoteca Blondie, situada en pleno sector de Estación Central, espacio eternizado como sinónimo de igualdad, diversidad y convivencia entre tribus urbanas, pero también como recinto donde convive tanto la polémica como el desenfreno.
Precisamente en las páginas del texto del periodista Rodrigo Fluxá desfilan una serie de personajes, algunos más anónimos para el gran público pero que ayudaron a construir la huella del recinto, otros mucho más célebres y reconocidos y que demuestran la variada audiencia que se sigue paseando hasta hoy entre sus paredes.
Todos abrazan el legado del sitio y se muestran como fieles apóstoles de su credo. Por ejemplo, el periodista y conductor Sergio Lagos relata el impacto que le provocó venir desde el sur y toparse con un espacio tan singular: “Yo creo que si llevábai a cualquier cabro de Concepción a la Blondie en esos años, para él era estar en Blade Runner: ¡Wow!, ¿qué es esto? ¿Qué es ese pelo? ¿Por qué tiene ese aro?”.
También equipara la irrupción de la discoteca a la transición política que se vivía por esos años, en los 90, en el país: “Si tuviese que trasladar esa suerte de sensación de democracia hacia la noche, me voy a la Blondie. Claro, ahí no está la marcha política porque en la noche la gente no marcha”.
Blanca Lewin también entrega su mirada personal del hoy centro de eventos: “Da lo mismo que fueras conocido, hay cero famositis. En el fondo hacen siempre saber que es el lugar de ellos. Te dan la bienvenida, pero la Blondie es de la gente que va, una cosa de autoestima, de orgullo, de ser locales”.
Después dice: “Adentro no te dabas cuenta de qué hora era; si era de noche o de día. Como que siempre es de noche en la Blondie. Buen título de libro”.
Javiera Mena, por su lado, también alude a la poca segregación social que establece la discoteca: “Cuando les digo a amigos cuicos que vayamos, responden “es que está muy lejos”. ¿Perdón? ¿Lejos de qué? A alguien de Estación Central le queda al lado”.
“Era lo que más me gustaba de mi grupo en la Blondie: había gallos de Tobalaba, otro de Lo Prado y nadie le preguntaba a nadie en qué colegio estudiaba”.
El actual alcalde de La Florida, Rodolfo Carter, también se declara un visitante habitual de la Blondie en el texto y valora el ambiente de igualdad que se daba en su interior: “Yo venía de Derecho de la Católica y me cargaban las discoteques del sector de Las Condes. Me aburría esa impostura que uno tenía que adoptar para sentirse parte: tener que ser un winner, ser un bacán, decir me vengo a agarrar una mina. Y Plaza Ñuñoa siempre fue izquierda caviar. Cuando descubrí la Blondie descubrí que podía ser yo. Me daría vergüenza que me saquen una foto en Lollapalooza, por lo caro, no en la Blondie”.
Camila Moreno también subraya que se nota de inmediato quienes son “turistas” en el lugar, o sea, las personas que no frecuentan sus rincones cada fin de semana. “Debo haber ido a los dieciséis la primera vez y fue como: este es mi lugar. Fui todos los fines de semana mientras estaba en el colegio. Poder bailar sola, con los ojos cerrados y sin que nadie te huevee. Sentir mucha magia, ¿cachái? Mucha liberación. Me acuerdo que tenía un desafío conmigo misma de ver cuánto rato podía bailar con los ojos cerrados, meterme ahí sin tener nada de conciencia de lo que estuviera pasando afuera mío”.
Alberto Fuguet, por su cuenta, resalta ese cierto anonimato que se podía sentir cada sábado. “La gracia es que por estar en Estación Central no te encontrabas con nadie, cosa que yo sentía como un valor. En los cines del barrio alto te podían “pillar”. Y “pillar” no era nada, no es que estuvieses haciendo nada malo, pero estar solo en la sala te hacía ser raro; al menos necesitábai una amiga fea al lado, para no ser sospechoso”.
Finalmente, Claudio Valenzuela, cantante de Lucybell, remata: “Todo eso tiene un sentido de identificación. Estabas ahí y veías gente del mismo color tuyo, que para algunos era negro, para otros eran estos músicos ingleses, pero se necesitaba después de todo el tiempo gris que vivimos. Sentirse en un lugar muy lejano, un lugar que nos gustaría que estuviese ocurriendo acá. Interpretar lo que estaba ocurriendo afuera y aterrizarlo acá de alguna forma: salían todas estas fantasías de los Smiths y los Morrissey caminando por el lugar”.
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