“Supongo que después de esta noche todos tendremos que conseguir trabajos de verdad”, señaló Phil Collins, durante la última noche que subió a un escenario junto al tecladista Tony Banks y el guitarrista/bajista Mike Rutherford, sus socios en la era más éxitosa de Genesis, quienes el pasado 26 de marzo se despidieron con tres conciertos en el O2 Arena de Wembley. Un hito al que intentaron incluir -sin éxito- a sus excompañeros Steve Hackett y Peter Gabriel, quien igualmente asistió como invitado y se dejó fotografiar junto a Collins en las bambalinas, quizás para acallar cualquier rumor de diferencia entre ambos -pese a que el set incluyó dos guiños a su era; The Carpet Crawlers y un extracto de Dancing With the Moonlit Knight-.

El camino de Collins (71) -el único junto a Michael Jackson y Paul McCartney en vender más de 100 millones de discos, sumando sus proyectos- se cierra más por el pie forzado de sus problemas de salud, que por su propia voluntad. Más al ver a otros viejos rockeros que pese a ser casi octogenarios (allí está una galería que va de Jimmy Page a Pete Townshend), aún se mantienen en activo, como para no dejar morir a sus leyendas ante el paso del tiempo y el olvido. Pero el caso del baterista tiene otros bemoles; a diferencia de sus colegas tuvo una exposición diferente.

De alguna forma siempre estuvo en el lugar y tiempo adecuado. Llegó a Genesis casi de casualidad al responder un aviso en la revista Melody Maker para asistir a una audición en la casa familiar de Peter Gabriel. Hasta entonces no era más que el baterista de una oscura banda llamada Flaming Youth, e incluso tuvo una acontecida participación tocando las congas durante las concurridas sesiones de All Things Must Pass, hasta que el mismo George Harrison lo expulsó. Pero él, porfiado, siguió intentándolo.

Así, manejando con brío las intrincadas composiciones de la banda se hizo de un puesto como un baterista más que competente, e incluso se animó a cantar en piezas como For Absent Friends (1971) y More Fool Me (1973). Pero más allá de hacer algunas voces de acompañamiento -como en I Know What i Like (1973)-, pasaba inadvertido ante la teatralidad y la potencia de Gabriel como uno de los frontman clave de su época. Pero su repentina partida para volverse un respetado solista, le dio la ocasión a Collins de ganarse el puesto en la realeza rockera.

Una larga e infructuosa búsqueda fue la que le dio el puesto; él mismo grababa los demos para los cantantes que se probaron, pero sus compañeros notaron que ninguno de los candidatos lograba hacerlo mejor que el menudo Phil. Así, en A trick of the Tail (1976), el primer trabajo sin Gabriel en la alineación, su voz sorprendió y dejó una marca convincente; su interpretación en Ripples, una sentida balada sobre el paso del tiempo, parecía anticipar el giro de la banda en la década posterior.

Del fondo hacia el frente del escenario

Fue el divorcio -a causa de su incesante actividad con Genesis y como músico de sesión- el que le empujó a componer canciones por su cuenta. Así llegó su primera aventura solista en el álbum Face Value (1981), el que incluye uno de sus mayores hits, In the air tonight, con un sonido de batería -pasado por el gated reverb- que definió la década. Así, no solo había logrado un éxito (al que se le sumaron otros posteriores como Another Day in the Paradise, Against all odds), sino que logró una sonoridad propia y reconocible que se alejó sin tapujos de sus días como una bestia del rock progresivo.

De allí, el paso a la producción musical fue inmediato; trabajó con Anni-Frid Lyngstad, de ABBA y Robert Plant, mientras junto a Genesis despachaba discos como Duke (1980), Abacab (1981), Genesis (1983) e Invisible Touch (1986), que llevaron a la banda a un público diferente -pese a que no perdieron las ganas de experiementar, allí está la instrumental The Brazilian- y lo consagró como uno de los compositores influyentes de su tiempo. Y más importante, impuso hits como Invisible Touch y Tonight, Tonight, Tonight. El muy improbable ascenso a la popularidad se había consolidado.

Los noventas fueron las década en que la influencia comenzó a decaer, ante el ascenso de corrientes más desmelenadas que amenazaron con dejar al viejo Phil como un baladista edulcorado y muy pasado de moda, pero que seguía conservando esa fina musicalidad a medio camino entre la experimentación y el alcance pop. Allí están sus trabajos como Both Sides y Dance into the Light, con críticas dispares y resultados de ventas regulares, mientras la era Genesis se cerraba con We Can’t Dance, que como no, impuso nuevos hits como la trepidante I can’t dance y No son of mine.

Pero el nuevo milenio ha sido más un ir y venir de problemas de salud y frustraciones. La pena -y las deudas acumuladas- de un nuevo divorcio las ahogó en el alcohol. “No anduve cayéndome borracho pero empecé a beber“, admitió en charla con el Daily Mail. “Solía levantarme y empezar a beber y ver el cricket. Vino tinto, vino blanco”. Incluso llegó a sufrir una pancreatitis aguda que lo tuvo a muy mal traer.

De allí vino el anuncio de su alejamiento de los escenarios. “Me retiré para poder estar en casa con los niños. Entonces mi esposa me dejó y se llevó a los niños, se mudaron a Miami, así que me encontré en un vacío sin trabajo”, señaló en entrevista con el portal Loudersound. Poco a poco, comenzó a salir a flote, aunque muy dañado. Sus últimos años en escena los vivió cantando sentado en una silla -con toda la dificultad que ello implica-, casi como si fuera un fantasma de aquellos días de gloria.

Pero Collins, de alguna forma, logró mantenerse. “Hace más de tres años que no bebo -le dijo a Loudersound en enero de 2020-. Casi muero por el daño, los órganos comenzaron a descomponerse. Fue una serie de cosas y sentí que quería ser otra persona”. Una que decidió dejar la música, antes que esta acabara por abandonarlo.

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