A las diez de la noche, tras una hora de retraso, la señal fue clara. En ese momento sonó The Ecstasy of gold, la pieza de Ennio Morricone (original de la película El bueno, el malo y el feo) que Metallica usa como introducción en sus shows. Allí, por fin se les vio en el escenario montado para la ocasión en el Club Hípico. Y acaso para soltar las malas vibras, despacharon una atronadora interpretación de Wiplash, un tema rápido y brutal de sus primeros días, cuando la energía les desbordaba y estaban lejos de ser la bestia de estadios de la actualidad.

En la previa, la demora generó la inquietud de la audiencia, que la hizo sentir sin complejos con sonoras rechiflas desde las diferentes localidades dispuestas en el predio Hípico.

No fue lo único. El ingreso al recinto resultó especialmente caótico; largas filas en las calles aledañas y poca claridad en la distribución de los accesos correspondientes a cada boleto (los tickets originales tenían la distribución del Estadio Nacional), tuvo a buena parte del respetable tratando de ingresar hasta poco después de las nueve de la noche, la hora en que estaba fijado originalmente el arranque del show. Incluso en el acceso de Blanco Encalada, la presión de la gente fue tal que hasta se derribó un portón.

Parte del público acusó un retraso de hasta tres horas para entrar. Algunos con tickets para Andes y Galería, ahora reubicados, informaron que ni siquiera les pidieron los boletos los guardias encargados para poder ingresar al sitio. En las afueras, reinaba el desconcierto y la falta de información. Adentro, el Club Hípico se hizo chico para la cantidad de espectadores: hubo varias zonas, en especial las situadas en cancha, donde era imposible ver con normalidad y cierta comodidad mínima.

En la salida también hubo desorden: los presentes no tenían claro dónde estaban las rutas y las vías de evacuación -se quejaban de mala señalización- y hasta hubo incidentes, instancia en la que debió intervenir Carabineros.

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La sexta visita de la banda al país, tras dos años de la suspensión por la pandemia, estaba cargada de épica. El show estuvo a un tris de no realizarse por la imposibilidad de ocupar el recinto del Estadio Nacional, lo que activó una rápida negociación entre la productora DG Medios y el Club Hípico, recinto donde el grupo ya se presentó en 2010, en su estreno para la generación millennial.

De allí la esperable sensación de revancha, que de alguna forma se liberó desde las primeras canciones; casi sin pausas, la banda despachó temas clásicos como Ride the Lightning y The Memory Remains, que permitió mayor participación del público y de alguna forma, generar una entrada contundente que hiciera olvidar los problemas.

Si en su primera vez en Chile, al igual que hoy en un frío día de mayo, Metallica era aún una banda que generaba inquietud, hoy es más un espectáculo a tono con una vasta audiencia. En el público se vio a padres con hijos de corta edad siguiendo el show con total atención, pese a todo.

Y la banda no desentonó. A su habitual precisión y contundencia como intérpretes, sumado a un poderoso y muy bien definido sonido de directo, el espectáculo sumó con el uso de las pantallas, las visuales y los juegos de luces diseñados para cada tema. Incluso hasta pirotecnia y llamaradas al momento de tocar One, uno de sus temas más legendarios.

Todo en un llamativo escenario que lució unas enormes letras M y A a cada costado, diseñadas con la habitual tipografía que la banda ha lucido en el arte de sus discos, y en las poleras de jóvenes, y no tanto, que les siguen hasta hoy.

El set de temas, para placer del público estuvo cargado a ineludibles como Sad But True, The Unforgiven, For Whom the Bell Tolls, Seek & Destroy, Master of Puppets, e incluso No Leaf Clover, el tema compuesto para el álbum sinfónico S&M. Pero también pasaron algunos cortes más recientes, que fueron seguidos con entusiasmo por parte de la fanaticada más militante.

Hacia el tramo final del show, la banda seguía en escena despachando sus temas, con un público ya más contenido, satisfecho y henchido de emoción por reencontrarse con sus ídolos, tras una pandemia que casi sepulta a la música en vivo. Y pese a los problemas de organización que amenazaron con empañar una jornada, que de suyo aparece como inolvidable en la memorabilia rockera criolla.

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