El capitán Pete “Maverick” Mitchell (Tom Cruise) no quiere quedar detrás de un vidrio protector como pieza invaluable de museo. Está cerca de los 60 años, pero su físico y su rostro parecen no envejecer de acuerdo a las reglas del resto de los mortales. Se siente y vive como si fuera el mismo desafiante novato que en 1986 echó por tierra tres MiGs soviéticos sin sufrir un rasguño, salvando de paso la vida de Tom “Iceman” Kazansky (Val Kilmer), su competitivo y muchas veces hostil compañero en la exclusiva academia conocida como Top Gun.
Pero hay algo que no tiene lógica en su rango militar. Después de tanto tiempo al servicio de la Armada, Maverick apenas pasó de teniente a capitán, en circunstancias que todos sus contemporáneos son almirantes, entre ellos el propio Iceman. La razón es bastante simple: nuestro héroe sigue siendo lo suficientemente testarudo como para desobedecer órdenes con frecuencia y exhibir su legendario individualismo cada vez que puede.
Al capitán Mitchell le acomoda ser un mito viviente, pero no desea entrar al panteón de los nobles retirados, que es lo que muchos quieren en esta secuela del filme de 1986. Este es el conflicto inicial de Top Gun: Maverick. Es decir, la batalla de un militar más bien análogo y de la vieja escuela contra las modernas usanzas bélicas digitalizadas, computarizadas y, de cierta forma, pasteurizadas. Como se lo recuerda el contraalmirante Chester Cain (Ed Harris), la suya es una especie en extinción, un dinosaurio próximo a ser reemplazado por los aviones sin pilotos, teledirigidos desde la comodidad de una base aérea.
Contra la voluntad de todos estos burócratas de uniforme, Maverick es enviado a hacerse cargo de una instrucción ultra secreta a Top Gun. Es el propio almirante Kazansky quien lo ha solicitado y nuevamente vemos a Mitchell bajarse desde su motocicleta Kawasaki para entrar a la academia donde una vez se imprimió la leyenda de sus hazañas. Enseñará el arte de esquivar misiles y acertar en el blanco a un grupo de jóvenes tenientes que debe atacar una peligrosa planta de enriquecimiento de uranio de una nación no alineada (nunca se identifica el país). También hará peinar canas a sus superiores y, en fin, será el mismo Maverick cuya reputación lo precede. Sólo que esta vez en una mucho mejor película que el blockbuster de 1986 dirigido por Tony Scott.
Top Gun: Maverick es la perfecta película post-pandemia, pues nos hace entrar otra vez al tipo de narraciones que sólo se redimen en la gran pantalla, en la sala y en la butaca. Sus subtramas laterales (con personajes a cargo de Jennifer Connelly y Miles Teller) no son muy buenas, pero en realidad eso no importa. Lo que vale es el gran espectáculo de las batallas aéreas filmadas para estar al borde del asiento y pedir más. Lo que aún conmueve es el carisma de una estrella como Tom Cruise, especie amenazada que nos recuerda como era esto de ir al cine antes del Covid, Netflix y la era TikTok.