Por fin, a sus cincuenta y cuatro años, el actor Soplapollas ha salido del clóset. Tres décadas después de que el escritor Tragasables saliera del clóset al publicar su escandalosa novela Salsipuedes, el actor Soplapollas ha hecho acopio de coraje, ha concedido una entrevista al programa de alta audiencia de la señora Chupacabras y ha confesado, como quien confiesa un crimen o una ruindad moral, que se encamó con Tragasables a finales del siglo pasado, cuando ambos eran jóvenes y, sin embargo, ya famosos, cuando vivían confinados en el gélido armario del miedo y el pudor.
Sin embargo, el actor Soplapollas ha aclarado que su relación erótica o amorosa con el plumífero Tragasables fue corta y fallida y se ha apresurado en afirmar que no fue una relación relevante para él, es decir que Tragasables, a quien ensartó como anticucho, a quien sujetó y tensó como cometa veleidosa, fue irrelevante para él. Tras ver la entrevista de la señora Chupacabras, el escritor Tragasables se ha sentido triste, descorazonado. No coincide con la versión de Soplapollas. Cree que se enamoró profundamente del actor, pero no tuvo el valor de aceptarlo, vivirlo, hacerlo público. Por eso se fue de aquella ciudad, de aquel país mojigato. Por eso se alejó de Soplapollas. Porque, para asumir su condición de bisexual, Tragasables tenía que marcharse al exilio y escribir su novela Salsipuedes.
Mi relación con Soplapollas no fue corta ni fallida, y tampoco fue irrelevante, piensa Tragasables. Duró un par de años. Fue mi primer hombre. Lo amé. No supe cómo amarlo, no supimos cómo amarnos, pero lo amé. Y por eso dediqué un capítulo de Salsipuedes, titulado El actor, a un personaje, llamado Soplamocos, inspirado en Soplapollas. Pensé en él, escribí pensando en él, porque seguía amándolo. Es decir que mi relación con Soplapollas no fue corta ni fallida, sino tremenda, intensa, brutal, atormentada, y al mismo tiempo me educó en unos placeres oscuros que hasta entonces desconocía.
Soplapollas ha resuelto salir del clóset porque quiere relanzar su carrera como cantante, carrera que abandonó cuando era muy joven. Tragasables piensa que es una gran idea que Soplapollas se dedique a la música. Tiene talento, es guapo, canta bien, baila con gracia. Le conviene expresarse artísticamente, piensa Tragasables. Le conviene escribir sus propias canciones, escribir una canción sobre un hombre al que amó, una canción abiertamente gay. Le conviene atreverse a ser un cantante gay, del mismo modo que a mí, al comienzo de mi carrera como escritor, me convenía ser un escritor que no escondía, sino mostraba, su sensibilidad gay, piensa Tragasables. Si Soplapollas tiene algún valor como artista, piensa, debería escribir canciones impregnadas de su sensibilidad gay.
Tragasables piensa: el problema con Soplapollas es que, al ser un actor, al abandonar la música hace décadas para ser solo un actor, todas las palabras que ha dicho en sus películas, sus obras de teatro, sus teleseries y culebrones, no son las palabras que él ha escrito, que han salido de su mente y su espíritu y su corazón, no, son las palabras que otros, los guionistas, han escrito y que él, Soplapollas, ha memorizado, ha recitado, ha pronunciado con intención histriónica, gritando o sollozando o ensimismándose, siendo otro, siendo otros, no él mismo. Es decir que Soplapollas ha tenido éxito como actor, pero, qué paradoja, no se ha expresado artísticamente. Al contrario, para evitar que su público supiera que era gay, se ha reprimido artísticamente, ha escondido su sensibilidad, ha ocultado su zona más viva, más dolorosa, más herida, aquella zona de la que, nos guste o no, proviene el arte.
Al final, entonces, Tragasables salió del clóset hace treinta años porque necesitaba expresarse artísticamente como escritor, dejando ver o entrever su zona más viva, más dolorosa, más herida: que, aunque le gustaban las mujeres, a veces le gustaban más, mucho más, los hombres. Ahora Soplapollas ha salido del clóset por la misma razón, o por la misma intención: porque quiere relanzar su carrera musical y, al cantar, al escribir canciones, necesita sentirse libre, expresarse artísticamente, decir por fin las palabras que salen de su zona más viva, más dolorosa, más herida. Tragasables y Soplapollas han comprendido entonces, a las bravas, sufriendo, que el arte surge de las obsesiones y los traumas, de los fracasos sentimentales y las derrotas amorosas, de lo que pudo salir bien y se torció y salió mal, jodidamente mal. Un artista que se reprime no será un artista cabal. Un artista que solo exhibe muy orondo su zona feliz no será un gran artista. Un artista que le tiene miedo a la verdad no será un artista de valía.
En el programa de la señora Chupacabras, el actor Soplapollas ha dicho que se sintió traicionado por el escritor Tragasables cuando este dedicó un breve capítulo de su novela Salsipuedes a un actor que podía parecerse, o no tanto, a él, al buen Soplapollas, galán de teleseries, fetiche de jóvenes calenturientas, objeto del deseo de hembritas libidinosas y mal informadas. En tono compungido, o de víctima, Soplapollas demoniza a Tragasables: me traicionó, me manipuló, me expuso, me violentó, me asaltó. El actor Soplapollas incurre entonces, acaso sin advertirlo, en una deliciosa contradicción: acusa a Tragasables de asaltar su intimidad en un programa de televisión, el de la señora Chupacabras, que asalta intimidades. Al verlo en televisión, Tragasables piensa: escribí sobre un actor que se parecía a ti, Soplapollas, porque lo que vivimos juntos, que no fue menor, me pareció un combustible explosivo para encender el fuego sagrado del arte, de la literatura. No fue una agresión a ti: fue un homenaje a ti. Pero, como estabas en el clóset y no eras capaz de asumirte como gay, entonces sufriste. Pero el sufrimiento no lo causé yo: te lo impusiste tú mismo por tenerle miedo a la verdad. Mis padres, piensa Tragasables, también sufrieron con mi novela Salsipuedes: pero sufrieron por ser homofóbicos, porque les daba vergüenza tener un hijo bisexual, de modo que el sufrimiento provenía de un prejuicio, una tara, se originaba en una postura intelectual y moralmente errónea. Por último, piensa Tragasables, si Soplapollas escribiera una canción inspirada en mí, no me sentiría traicionado ni expuesto ni violentado: al contrario, me sentiría honrado, halagado, homenajeado. Porque los artistas solo escriben (y pintan, y cantan, y retratan en películas) sobre aquellas personas que llevan tatuadas en el corazón. A la gente irrelevante no se la recuerda, no se la transmuta en arte, se la olvida simplemente. Por eso, Tragasables piensa que su amor por Soplapollas fue relevante y en cierto modo aún pervive, no se ha extinguido todavía, late a duras penas en ciertas páginas de sus novelas.
En tono rencoroso o desdeñoso, saliendo del clóset como si fuera una víctima, demonizando a Tragasables como si este fuera un sátiro o un depravado, Soplapollas se ha burlado de Tragasables: es un burgués, es un panzón, tiene una gran barriga, tiene hijos, está casado con una mujer, qué horror. Al verlo, al percibir la intención sañuda e insidiosa de aquellas palabras, de nuevo Tragasables ha sentido pena. Le da la impresión de que, para salir del clóset, Soplapollas necesita hablar mal de él. Quizá el actor no lo advierte, pero todo el tiempo hace el papel de víctima. Dice, por ejemplo: yo estaba preparado para oficializar nuestra relación, pero Tragasables se quitó, se esfumó. Dice también: Tragasables era una sombra, un fantasma. Dice, además: nunca me quiso de verdad, nunca me respetó. Dice finalmente: Tragasables opacó mi carrera como actor. Está claro que Soplapollas, para salir finalmente del clóset, treinta años después de que saliera la novela Salsipuedes, necesita escupir vitriolo y acrimonia contra su némesis, Tragasables. No parece un modo feliz de salir del clóset. Parece una manera torturada de reconocer que es gay. Casi parece que se resigna a salir del armario por culpa del malvado Tragasables, culpable de todos los sufrimientos del pobre Soplapollas.
Tragasables se pregunta: ¿soy burgués, como dice Soplapollas? ¿Qué es ser burgués? Si ser burgués es tener dinero y vivir una vida muelle y desahogada, pues sí, soy burgués, reconoce Tragasables: tengo bastante plata, más de la que nunca soñé tener. Pero, si fuera burgués, ¿habría publicado las quince novelas que he publicado? Porque cada una de esas novelas ha dinamitado mi honor, mi reputación, mi buen nombre burgués. Es decir, si fuera tan burgués como me acusan, no sería un escritor, no seguiría escribiendo, no habría publicado las novelas guerrilleras y subversivas que he aireado, jugándome la vida, piensa Tragasables. Porque el buen burgués se acomoda y, por el contrario, el buen escritor desacomoda, incomoda, reacomoda a los burgueses.
Enseguida Tragasables se pregunta: ¿tengo una gran barriga, estoy panzón? La respuesta honesta es: sí, indudablemente estoy gordo. Mido un metro ochenta y seis. Peso cien kilos. No estoy gordo: ¡estoy gordísimo! Pero no soy un modelo, no soy un actor, no vivo de mi cuerpo, de mi silueta. Soy un escritor, un periodista de televisión, vivo de mis palabras, de las palabras que escribo, de las palabras que digo. No importa entonces, en términos artísticos o periodísticos, si estoy gordo o no, piensa Tragasables. Sería estúpido decirle a Almodóvar: tu película no me gustó porque estás gordito, ¿cómo es posible que siendo gay estés tan gordito? Sería miserable decirle a Lanata: qué vergüenza que estés gordo, no te veo en la televisión ni te escucho en la radio porque estás obeso. Sería necio decirle a Tarantino: he dejado de ver tus películas porque estás panzón. Sería mezquino decirle a Padura: tus libros ya no me gustan porque te has dejado crecer la barriga. Además, Tragasables se dice a sí mismo: estoy gordo porque soy bipolar y las pastillas que tomo, no pocas, para regular dicho trastorno mental, me engordan, probadamente engordan. Por eso, piensa Tragasables, el ataque del actor Soplapollas, rebajándolo o menospreciándolo por gordo y burgués, es triste, pues revela cortedad de miras, sumisión a las modas frívolas y un corazón amargo, avinagrado.
¿Se arrepiente Tragasables de haber amado a Soplapollas? No, claro que no. ¿Se arrepiente de haber publicado la novela Salsipuedes, de haber maliciado el personaje del actor Soplamocos con fama de mujeriego que, oh sorpresa, es gay en el closet? No, por supuesto que no. ¿Recuerda con cariño o con ternura a Soplapollas? Sí, claro que sí. ¿Desea verlo? No, le da miedo verlo: cree que Soplapollas, en un ataque de ira, podría empujarlo del balcón de su edificio, o estrangularlo, o acuchillarlo. ¿Cree que ha hecho bien Soplapollas en salir del clóset en el programa de la señora Chupacabras? Sí, ha hecho muy bien en salir del clóset, nunca es tarde para hacerlo. ¿Debe seguir cantando Soplapollas? Por supuesto, piensa Tragasables. ¿Le gustaría que Soplapollas escribiera una canción sobre el amor y el desamor que ambos han vivido? Sería el hombre más feliz del mundo si Soplapollas escribiese una canción inspirada en mí, piensa Tragasables, aun si en esa canción me llama gordo, panzón, barrigón y burgués.