Cuando estuvimos en guerra con Japón (o la historia de un conflicto olvidado)
Un reciente libro, llamado La olvidada guerra contra Japón, del historiador Mauricio Paredes Venegas, ahonda en cómo Chile, tras las presiones de Estados Unidos, le declaró la guerra al imperio del sol naciente. Las consecuencias las padecieron los residentes nipones en nuestro país, quienes fueron perjudicados debido a las relegaciones que sufrieron. El hecho conforma uno de los episodios menos conocidos de nuestra historia.
Se miraron con alivio. Fue en 1944, durante una reservada reunión en Viña del Mar entre el embajador de Estados Unidos en Chile, Claude Bowers, el Presidente Juan Antonio Ríos y el canciller Joaquín Fernández. A diferencia de la estricta neutralidad que el país mantuvo durante la Primera Guerra Mundial, el panorama en ese año era diferente.
Estados Unidos se encontraba presionando a los países latinoamericanos para que brindaran su apoyo a las fuerzas aliadas. Desde que el 7 de diciembre de 1941 recibiera el ataque japonés a la base de Pearl Harbor, el gigante del norte entró de lleno en la Segunda Guerra Mundial. Por eso, convocó a la llamada Conferencia de Río de Janeiro de 1942, donde se reunió a los cancilleres latinoamericanos y se les recomendó romper relaciones diplomáticas con el Eje, es decir la Alemania nazi, la Italia fascista, y el imperio de sol naciente.
El tema para Chile no era sencillo. Y un nuevo libro trata sobre cómo enfrentó la situación el gobierno de Juan Antonio Ríos. La olvidada guerra contra Japón: secretos diplomáticos y víctimas invisibles durante la Segunda Guerra Mundial en Chile, del historiador Mauricio Paredes Venegas, vía LOM Ediciones.
En el volumen se explica por qué el país le declaró la guerra a Japón en 1945. Ello se debió a la presión estadounidense y por un interés geopolítico. “Si Chile formalizaba hostilidades, se le aceptaría en el foro de Naciones Unidas. La reunión era delicada, Chile no quería quedar fuera de la organización internacional, pero tampoco quería adoptar una medida que despertara las crítica de la opinión pública y el Congreso”, señala Paredes.
Por ello, en la reunión en Viña, el embajador Bowers lanzó una idea. “Después de más de una hora de conversación y frente a lo conflictivo de declarar la guerra a todo el Eje, el embajador estadounidense mencionó que declarar la guerra a un solo país, Japón, podía ser suficiente”. Ahí Ríos y el embajador respiraron tranquilos.
Alemanes sí, japoneses no
¿Por qué se eligió a Japón? Paredes señala: “Se eligió al enemigo más lejano y débil frente a alemanes e italianos, al que no calzaba con la idea de un nosotros, un enemigo instrumental”. Para ello, de alguna forma se exageró el peligro que representaban los nipones en Chile, que eran una cifra bastante marginal. Contra ellos, se tomó la medida de relegación a otros pueblos del país, donde se les mantenía bajo vigilancia y con la obligación de firmar diariamente en una comisaría.
Además, los alemanes -pese a ser enemigos de EE.UU.- siempre tuvieron una preferencia en Chile. Paredes lo explica de este modo: “En Chile existió una preferencia por lo alemán, potenciada por una inmigración selectiva de base estatal. A pesar de que hubo ciertas reacciones nacionalistas que criticaron toda inmigración por debilitar lo chileno, el embrujo alemán existió”.
No solo se mirarían con desconfianza los cerezos y el tomar sake. Los japoneses en Chile, quienes en su mayoría se ubicaban en la zona norte y central del país, comenzaron a ser relegados a zonas como Rengo, Melipilla, San Fernando, San Vicente de Tagua Tagua, Buin, San Francisco de Mostazal, Talca, Los Ángeles, Peumo, Casablanca, Curicó, Curacaví, Pisagua y Mulchén. Esa fue la única medida efectiva que se tomó contra el imperio de sol naciente. Nunca se mandó un contingente militar chileno a pelear al Pacífico ni se recibió invasión alguna.
Pero los relegados se defendieron. Viendo un recoveco legal, usaron una antigua ley de 1918 que les permitía apelar a la medida a la Corte Suprema y quizás dejarla sin efecto. Para ello contaban con escasos 5 días, y en su mayoría los usaron. “En las peticiones de revocación de relegación y en los escritos para lograr cambios de régimen o lugar, el desconcierto de los relegados es recurrente. No sabían de qué, por qué o mediante qué medios se les acusaba”, señala Paredes.
A los relegados, la medida les trajo costos no menores. Muchos debieron dejar sus negocios, sus trabajos y fueron obligados de sopetón a llevar una vida para la que no estaban preparados. “A los japoneses relegados en Chile se les dañó en cuanto a su integridad, dignidad, propiedades, negocios y en su dimensión social -señala Paredes-. Las pérdidas económicas deberían analizarse en relación a quienes fueron expulsados de sus trabajos sin más justificación que su raza, a quienes debieron cerrar o vender sus tiendas para poder sobrevivir y a quienes fueron acusados en forma preventiva”.
Aunque todo se hizo con poca planificación y detalle, por lo que desde el gobierno se encontraron con errores no forzados. “En algunos lugares los relegados no tenían dónde firmar, ya que los enviaron a zonas tan rurales en que el servicio de protección se cumplía sólo con una pareja de Carabineros que hacía una ronda a pie. Sobre la marcha, las autoridades se dieron cuenta de que debía llevarse el libro de firmas y que debían supeditar la firma a los días en que se llevaba a cabo la ronda policial”, puntualiza Paredes. En otros casos pasaron cosas tan increíbles, como japoneses relegados a dos lugares al mismo tiempo .
Con todo, el episodio es de los menos conocidos de la historia de Chile. El libro La olvidada guerra contra Japón ya se encuentra en librerías.
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