Chile empelotado: la historia oculta de la foto de Spencer Tunick que remeció Santiago
El 30 de junio de 2002, el fotógrafo estadounidense reunió a 4.000 personas para una performance de desnudo masivo que superó todas las expectativas de asistencia, pese a que el termómetro apenas marcaba 0º y a la misma hora de la final del mundial de fútbol. Hoy, el mismo Tunick y testigos del hecho cuentan a Culto cómo fue esa experiencia, que incluyó desorden y protestas de grupos evangélicos.
Fue un sobresalto en la profundidad de la noche invernal. Francisco Brugnoli, entonces director del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) se despertó a las 4 de la mañana del 30 de junio de 2002. No por insomnio, sino por curiosidad. Miró por la ventana de su domicilio, al frente de su lugar de trabajo, y lo que vio no lo olvidó más. “Sentí unos gritos, me asomé y habían dos tipos desnudos gritando arriba de un poste. Una cosa impresionante”.
Esa euforia daba cuenta de un fenómeno que sólo horas más tarde iba a explotar en uno de los eventos masivos más importantes de los últimos años. De alguna manera, la posibilidad de traer al fotógrafo estadounidense Spencer Tunick al país se dio de cierta casualidad. El artista neoyorkino se había hecho un nombre a nivel mundial por su trabajo en que realizaba instalaciones con grupos de gente desnuda, a quienes fotografiaba en alguna disposición no convencional en el espacio público. Por supuesto, más de una vez ha debido enfrentar oposición a su arte. De hecho, en 1992 fue arrestado mientras fotografiaba a una modelo desnuda en el Centro Rockefeller de Manhattan, Nueva York.
La instalación de Spencer Tunick en Chile tuvo un origen tan sabroso como sorprendente: un almuerzo en el Mercado Central. Ahí, entre cantantes de boleros, contundentes comistrajos nacionales, pan con pebre y los infaltables bebestibles, el alemán Alfons Hug, entonces director de la Bienal de Sao Paulo, se echó para atrás en su silla y le comentó a Francisco Brugnoli, con quien almorzaba: “¿Y por qué no traemos a la Bienal para acá?”.
“Casi me dio un patatús -recuerda Brugnoli al teléfono con Culto-. Porque te podrás imaginar que un museo sin ningún presupuesto trajera la Bienal de Sao Paulo a Chile, y por primera vez hacerla salir de Brasil, no era fácil”. Hug estaba en el país invitado por el Goethe Institut, una de las entidades culturales europeas que en ese instante apoyaban la realización de un Seminario de Teoría, Historia y crítica del arte. “Le dije dame un tiempo para consultarle a quienes nos apoyan si nos ayudarían con esto”, le dijo Brugnoli al germano. Le fue bien y pronto tuvo pasajes para ir a la ciudad paulista a buscar artistas y traerlos a Chile.
Brugnoli llegó a Sao Paulo mientras se montaba la Bienal, en el parque de Ibirapuera. “El director del Goethe Institut, quien me acompañaba en ese paseo por el recinto, me dijo: ‘Mira, ahí está Tunick, ¿qué te parece?’ Lo llevamos, le dije. Fuimos a hablar con él, e inmediatamente dijo que sí”.
Hoy, el mismo Spencer Tunick recuerda ese momento en conversación con Culto vía e-mail. “El director del Museo de Arte Contemporáneo, de Santiago de Chile, Francisco Brugnoli, incluyó a algunos de los artistas de la Bienal de Sao Paulo en una exposición que organizó con el curador Alfons Hug en el MAC. Fue idea de ellos ofrecerme la oportunidad de hacer una instalación en vivo en Santiago y ellos producirían el evento. Me sentí muy honrado de que me lo pidieran y acepté su invitación”.
El número probable de personas que llegarían fue uno de los primeros temas que se trató en la organización. Por esos años, Tunick había trabajado en instalaciones con no más de 200 o 300 personas. Brugnoli recuerda: “Él me preguntó cuánta gente creía yo que se iba a juntar. Yo le dije que Chile era un país muy conservador y si en Sao Paulo había juntado 250 personas, en un caso muy óptimo acá podríamos llegar a las 200. Me dijo: ‘No importa, lo hacemos’”.
El director del museo no exageraba. La mera posibilidad de fotografiar personas desnudas en la calle, generó ruido en el Chile de la época. No pocos olvidaban que solo un lustro atrás, se había generado una polémica ante la posibilidad de exhibir el filme La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, la que finalmente no llegó a las salas chilenas sino hasta años después.
Fue entonces que los organizadores del evento debieron tramitar los permisos ante las autoridades. El entonces Intendente de la RM, Marcelo Trivelli, recuerda el momento en que le hablaron de la intervención de Tunick. “Armamos una reunión con la gente de la producción -cuenta a Culto-. Me contaron de qué se trataba, les dije que les daba la autorización, pero que había que ponerse de acuerdo en el lugar, ahí se acordó que fuera frente al Museo”.
Trivelli señala que no tuvo dudas frente a la posibilidad de autorizar el evento. “Esta era una manifestación de carácter cultural, por tanto lo que correspondía no era un permiso ni una autorización, sino una coordinación para efectos de que la ciudad funcionara. Dudas no, porque la constitución asegura el derecho a manifestarse”.
Brugnoli también recuerda la reunión con el intendente. “Marcelo Trivelli me dijo si yo estaba loco, pero después lo tomó con bastante entusiasmo. Vino a ver el lugar”. Para tener todo en regla, también fue a pedir autorización al alcalde de Santiago, Joaquín Lavín. Pero el edil lo derivó a otra instancia. “Me dijo que tenía que pasar por el Concejo Municipal, porque él no podía autorizar. Entonces yo asistí al Concejo, y salvo una concejala, todos estuvieron de acuerdo. Fue extraordinario. Lavín no quiso asumir directamente la responsabilidad, tal vez pensó que el concejo lo podía criticar si autorizaba. Por algo lo hizo, los políticos saben lo que hacen (ríe)”. Consultado por Culto, el exalcalde Lavín declinó dar su testimonio.
La noticia remeció la sociedad. Al igual como había ocurrido en Brasil, algunos grupos conservadores comenzaron a organizar manifestaciones para oponerse al evento. E incluso llegaron hasta las puertas mismas de La Moneda. “Por supuesto que hubo presiones -recuerda Marcelo Trivelli-. Se acercaron a la Intendencia y también fueron a dejar una carta al presidente, que la fui a recibir yo en la Plaza de la Constitución, un día que estaba copada por personas del mundo evangélico. Pero no tuve duda del derecho que asistía a los organizadores de la manifestación cultural y respecto de que era bueno para Chile”.
Pero no solo llegaban cartas. El exintendente recuerda que además tuvo que maniobrar ante las aprensiones de parte de la fuerza pública. “Hubo resistencia de carabineros, en el sentido de decirme que era una actividad que atentaba contra la moral y las buenas costumbres. Entonces, cuando me señalaron eso, yo les dije que su obligación era denunciarme a mí como intendente, porque yo estaba haciendo las coordinaciones para que esto se realizara, y si ellos veían que estaba cometiendo un delito, el derecho administrativo los obligaba a denunciarme. Ahí cambió el tono, se mostraron muy colaborativos y todo salió bien. Claramente no iba a haber ningún problema, si era en junio y además se jugaba la final de la Copa del Mundo a las 7 de la mañana”.
Spencer Tunick arribó a Chile el jueves 27 de junio y se alojó en el Hotel Carrera. Pero apenas tuvo tiempo para descansar, pues quiso conocer el lugar donde tomaría la foto, frente al Museo de Bellas Artes, en la calle José Miguel de la Barra. Animado y distendido bromeó con la prensa. “A lo mejor me consigo unos buses, los subo a todos arriba y me los llevo a la cordillera para fotografiarlos”, le dijo a La Tercera, mientras comía unos pasteles de chocolate en un salón del Hotel. Hoy, recuerda que en esos días se enteró del revuelo que había provocado su acción de arte en grupos conservadores, algo que ya había visto en otros lugares del orbe. “No estoy seguro de qué modo era consciente de que mi trabajo estaba tratando de ser parado en los tribunales. Pero ciertamente vi a los manifestantes en contra de mi trabajo en las calles en los días previos a la instalación”.
“Lo encuentro lo más loco del mundo”
Ese 30 de junio, habían dos motivos formidables para que los asistentes lo pensaran mejor y se quedaran en sus casas. Uno, el frío invernal que calaba los huesos. La nota de La Tercera consigna que el termómetro marcó una mínima de 0º. Y dos, a las 7 de la mañana de Chile, 20.00 horas en Yokohama, se jugaba la final de la Copa Mundial de fútbol Korea - Japón 2002, entre la Alemania de Oliver Kahn y Miroslav Klose, y el Brasil de Ronaldo, Rivaldo, Ronaldinho, Cafú y Roberto Carlos. Un imperdible.
La final del mundial fue la excusa que el joven Danilo Monteverde, estudiante de primer año de Lengua y Literatura Hispánica, le dijo a sus padres para ausentarse de la casa. “Me fui a quedar a la casa de un amigo en Plaza Italia, diciendo que íbamos a ver la final del mundial. Elegí la ropa precisa para ir”.
Monteverde siguió el protocolo de la organización del evento. “Cuando supe que venía, me inscribí a escondidas de mi madre -agrega-. Después tuve que elaborar la mentira, pero la decisión estaba tomada. Iba a estar en la foto. A mí me gustó la propuesta de él. Había todo un vínculo con la contracultura de los 60 y ver el cuerpo humano de una forma natural, una protesta contra el conservadurismo”.
Johanna Watson, por entonces estudiante de segundo año de Publicidad, cuenta que se decidió tras encontrarse con una compañera de colegio quien le comentó que iba a asistir por su lado. El entusiasmo ajeno la impulsó a inscribirse con un mes de anticipación junto con un amigo. “La noche anterior él me dijo que no iba a ir, así que fui donde una amiga y le conté que me había quedado sin partner. Entonces ella me dijo que ella no iba a ir, pero su pololo sí. Fue muy freak. Nos fuimos en micro desde la casa de mi amiga en Lo Barnechea”.
En esos días, el hoy artista Felix Göring tenía 17 años y cursaba IV Medio. “Yo quería ir, le dije a varios amigos que fuéramos, pero nadie se me sumó”, recuerda. Sin ganas de acudir solo, se olvidó del asunto y la noche del sábado 29 salió a bailar a la discoteca Blondie. “Ahí me encontré con un amigo y mientras carreteábamos nos acordamos de que estaba la foto, entonces ahí dijimos ‘ya, vamos’”. Esperaron hasta el cierre de la disco y se movieron hacia la zona del Parque Forestal.
Esa misma noche, en otro rincón de la capital, la cantante Denise y su pareja, el guitarrista Carlos Corales, se enteraron del evento por su hija, quien consideraba asistir. Pese a que ambos, en el despertar de los setentas, se desnudaron en la portada del primer álbum de su banda Aguaturbia, la idea de posar para Tunick no les llamó la atención de inmediato. “‘Lo encuentro lo más loco del mundo’, le dije a Carlos. Ese día además se jugaba la final de la Copa del Mundo, entonces pensé que nadie iba a ir a esa cuestión”, recuerda Denise a Culto.
Sin embargo, pasaron las horas, y los ánimos cambiaron. “Nos quedamos conversando en nuestro estudio. Era como la una de la mañana y Carlos me dice: ‘Parece que va a ir mucha gente y se van a juntar como a las 6 de la mañana, falta poco ¿quieres ir?’. Bueno, le dije yo”. Entonces Denise se puso un pijama, Carlos un grueso abrigo largo, le avisaron a su hija y simplemente partieron. “Nos tomamos un café y nos fuimos en el auto”, recuerda la cantante.
“El que no salta es inmoral”
Hacia las 5.30 de la mañana comenzaron a llegar las primeras personas al lugar. Pero se toparon con una sorpresa. Manifestantes que profesaban la religión evangélica se apostaron en las cercanías dispuestos a impedir el evento. “Sentí pasar un desfile de protestantes hablando contra el pecado, con cantos. Se estacionaron en la plazoleta frente al MAC. Las primeras personas que llegaron se pararon al frente de ellos y empezaron a reírse, e hicieron algo insólito: se bajaron los pantalones y les mostraron el traste”, recuerda Francisco Brugnoli.
El intercambio de palabras entre quienes iban a participar y los evangélicos fue un momento tenso. Danilo Monteverde señala que fue el único instante en que sintió algo de temor. “Cuando pasé por la calle Mosqueto, todavía iba solo, estaba de noche y habían grupos de evangélicos muy agresivos. Dos lotes grandes, tirando la Biblia en la cabeza, diciéndote cuestiones. Ahí como que me dio un poquito de miedo, pensé que iba a haber una pelea. Pero uno pasaba al Forestal y ahí ya estaba la gente que iba a la foto. Ahí me encontré de casualidad con unos amigos con los que me iba a juntar, porque pensaba que no me iba a encontrar con nadie”.
“En algún momento los forcejeos llegaron a luchas entre ambos grupos”, señala la nota de La Tercera, y los manifestantes comenzaron a gritar “El que no salta es inmoral”. Johanna Watson recuerda el momento: “Habían unos evangélicos con carteles que decían satanás y cosas así impidiendo la pasada. Estaban con megáfonos, nos gritaban cosas. Se armó un alboroto, nunca a los golpes. Nos demoramos mucho en avanzar, no nos dejaban pasar. Hasta que pudimos avanzar, y un hombre me gritó algo de satán. Arriba de una combi habían evangélicos con carteles”. Los feligreses eran cerca de 400, según consignó La Tercera, pero de pronto comenzaron a verse desbordados por la cantidad de gente que arribaba.
Es que los cálculos se quedaron cortos. A la convocatoria llegaron cerca de 4.000 personas, según informó La Tercera en la época. “Cuando llegó Tunick, se impresionó muchísimo, incluso después quedó en shock -recuerda Brugnoli-. La prensa hablaba de 4.000, pero yo creo que sobrepasamos los 5.000, era una cosa enorme. Y lo sorprendente era el orden, no había ningún desmán, había risa, gritaban el ceacheí”.
Spencer Tunick aún lo recuerda: “Me sorprendió y me encantó porque pensé que la gente optaría por no participar debido a las protestas. Calculé que tal vez 300-500 personas vendrían y participarían. Así que me sorprendió mucho”.
La multitud comenzó a congregarse frente al MAC. Johanna Watson recuerda ese momento: “Empezó a llegar gente que venía de Bellavista, todos curados. Estábamos los que lo habíamos hecho correctamente y apareció el típico chascón rancio con polera de Iron Maiden. Hubo que soportar eso y fue bastante incómodo. Nos agolpamos tantas personas en un solo lugar que parecía estar en cancha de un concierto muy masivo”.
Mientras, Denise y Carlos Corales se acomodaron como pudieron. “Llegamos, vimos que habían muchos autos y no podíamos estacionar -recuerda Denise-. Lo dejamos en un sector, empezamos a sentir bulla y vimos que había gente protestando. Nos metimos y había un montón de gente sacándose la ropa. Era impresionante”.
Por su lado, Felix Göring llegó junto a su amigo desde la Blondie. “Cuando llegamos estaba amaneciendo, había gente pero no tanta. Pero en un momento comenzó a llegar más y más. Ahí me sorprendí. Vimos a los evangélicos protestando, pero como que nadie los infló mucho, al final la gente que llegó éramos más. Yo no estaba inscrito pero me metí nomás, nadie me pidió el carnet ni me preguntó nada”.
Cerca de las 8.20 los asistentes pudieron entrar a la zona donde se realizarían las fotos. Ese fue el momento decisivo, ya que antes de entrar debían desnudarse de tal manera de filtrar a quienes realmente iban a participar. “Había que pasar una reja, y antes de eso dejar la ropa -recuerda Monteverde-. Con mis amigos dijimos segundo árbol a la derecha del museo de Bellas Artes, por el lado del MAC. Se sentía muy fuerte el frío”.
Denise recuerda ese momento por un detalle particular. “Todo el mar de gente, los cabros, las mujeres, se sacaron la ropa, nosotros también, y empezamos a correr con el grupo. Ahí Carlos me dice: ‘oye ¿y dónde guardo las llaves del auto?’ al final las guardó dentro de un calcetín”.
Lindo momento frente al caos
Pasadas las 8.30, Spencer Tunick comenzó a disparar con su cámara a la multitud desnuda en calle José Miguel de la Barra, frente al Museo de Bellas Artes. Esa fue la primera de las dos performances programadas para ese día. “Ahí ocurrió la primera sorpresa. Cuando Tunick pidió tenderse y dejar un espacio, nadie lo hizo, se pusieron semi tendidos porque todos querían salir en la foto”, comenta Francisco Brugnoli. Es que el gran número de personas presentes fue un tema complejo de manejar.
“Fue difícil para mí instruir a la multitud, por su alegre entusiasmo. Yo diría que fue un caos organizado -recuerda Tunick-. Era muy difícil dar instrucciones porque la gente gritaba de alegría, corría por todos lados, felices de ser libres. Ahora, con una Internet mejorada y la recopilación de direcciones de personas, podemos comunicarnos con participantes potenciales de manera mucho más eficiente para que sepamos cuántas personas vendrán y también qué esperar”.
“Estaba súper mal organizado -recuerda Johanna Watson-. No había un staff, un team o un equipo que nos hubiese asistido. Si esto fuera hoy, probablemente hubieran puesto lockers. Esto fue totalmente al lote”.
Denise recuerda que entre la gente hubo quienes los reconocieron. Por ello, les pidió que no los señalaran. “Ahí éramos todos iguales, no estaba la cantante, ni el guitarrista, ni ninguna cosa. Nos corrimos y de ahí no nos molestaron. Lo más hermoso es que todos nos mirábamos a la cara, nadie bajaba la vista para mirar nada, pero me di cuenta que en los edificios había gente con lentes y con cámaras mirando. Después Tunick pidió que la gente entre corriendo. Fue increíble, todos muertos de la risa”.
La segunda performance fue unos metros más allá, en calle Cardenal Caro, al costado del río Mapocho. Francisco Brugnoli rememora el momento y repara en un detalle: “Al parecer los carabineros no estaban advertidos del lugar de la segunda foto y quitaron todas las vallas papales. Ahí se llenó de gente y comenzó a pararse gente a los lados. Sin carabineros y con los pocos ayudantes que teníamos empezamos a hacer retroceder a la gente, y todos lo hicieron”.
Danilo Monteverde recuerda que el momento de mayor desorden ocurrió entre la primera y la segunda foto. “Hubo desorden, mucha dificultad de coordinar la foto, eso se notaba. Spencer Tunick estaba con un megáfono que apenas se escuchaba, no sabía mucho dónde ponerse. Fue desorden, pero igual se armó. Hubo un espacio de una hora u hora y media entre ambas fotos, porque costó mucho organizar la pose”.
“Tunick llegó con una persona que hizo de traductor porque no hablaba español, se puso en una escalera -recuerda Johanna Watson-. Dio unas instrucciones, nos hizo acostarnos, era muy chistoso, la gente estaba muerta de la risa”.
Una vez terminada la segunda foto, el público estalló en euforia. Se había conseguido. “Fue un griterío porque ya estaba hecha. Salió Tunick con la bandera chilena, fue un momento emocionante. Ya de ahí caminamos a buscar la ropa”, recuerda Danilo Monteverde.
Mientras, el intendente Trivelli era informado de lo que iba ocurriendo. “Yo no fui, lo seguí en contacto con gente de mi oficina de la Intendencia que estuvo presente. Si no hubiera sido Intendente, a lo mejor hubiera ido, pero siendo Intendente no me correspondía ir. No sé si Chile estaba preparado para un evento así, pero que lo necesitaba a gritos, sí”.
Con la gente retirándose del lugar, Spencer Tunick se juntó con Francisco Brugnoli, y ambos mantuvieron un reservado diálogo. “Nos reunimos en el balcón en la entrada del MAC y Tunick estaba muy callado. Yo le dije que tenemos que salir al punto de prensa, me dijo: ‘Esto es tan extraño, nunca me había pasado lo que ocurrió acá en Chile’”.
Tunick, con emoción, sigue recordando esa mañana de junio: “Ojalá me hubiera tomado más tiempo para hacer una obra de cara al museo. Pero estaba preocupado por el frío. Lo siento, si hubiera sabido el tipo del clima, no habría hecho el trabajo en junio. Los chilenos se adueñaron de sus cuerpos esa mañana. Yo solo era un catalizador para su expresión”.
Meses después, sólo quienes se habían inscrito pudieron ir a recoger una copia de una de las fotos que se tomaron en la ocasión. Concretamente, la primera, frente al Bellas Artes. Ahí estuvo Johanna Watson: “Fui a buscar la foto, no me veía, no se veía a nadie en realidad. Me acuerdo que en el Bellas Artes estaban vendiendo fotos de fotógrafos aficionados que se fueron a meter. Igual me busqué por ahí”.
Por su lado, Felix Göring recuerda que al regreso de la foto le contó a su madre de su experiencia. “Pero se mató de la risa, no me dijo nada”. Y aunque no se había inscrito, pudo verse desnudo en plena calle. “Había una revista, la 7+7, ahí salió una foto donde me vi. La scaneamos, y me encerré en un círculo junto con un amigo”.
Pese a que en más de una ocasión lo ha intentado, Spencer Tunick no ha logrado repetir su experiencia en nuestro país. Pero no pierde la esperanza. “Si miras mi Instagram (@spencertunick) puedes ver que mis obras no tienen que ser de 4.000-10.000 personas para ser una obra de arte exitosa. Para mí es el concepto, no establecer récords desnudos. Se trata del arte. Podría hacer nuevas y maravillosas obras de arte en Chile con 500 personas, no es necesario que sean 5.000. Tal vez suceda algún día. Pero probablemente no en el año del vigésimo aniversario de nuestra obra de arte de 2002. Digo nuestra porque los buenos y valientes chilenos que posaron esa mañana se apropiaron de ese momento. Ellos lo crearon”.
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