A pesar de su fuerte carácter, si de algo se avergonzaba Violeta Parra, era de las cicatrices que la viruela le imprimió en su rostro. Era el recuerdo imperecedero de una epidemia mortal, que la alcanzó a los cuatro años de edad, en 1921, mientras viajaba en el tren junto a su familia a Lautaro, en el corazón de la Araucanía, donde su padre, Nicanor, había sido destinado como profesor a cargo de la enseñanza de primeras letras a los conscriptos del Regimiento Andino N°4.
En esa ocasión, la futura folclorista zafó de la muerte tras la acción rápida de su familia, que ante las miradas del resto de los pasajeros, decidió bajar en Chillán y aislarla en la casa de sus abuelos. Pero en ese año, según detalla Fernando Sáez en La vida indómita, su fundamental trabajo sobre la artista, dos epidemias asolaron el país; una de influenza, en el invierno, y otra, de viruela. El brote surgió en el norte y desde allí se expandió rápido y mortal hacia el resto del país, llevando a la fosa común o a la tumba a no menos de cinco mil personas.
Paula Caffarena, doctora en Historia y autora del libro Viruela y vacuna, detalla que por entonces, en el Chile que transitaba entre el auge del salitre y las primeras tensiones que definieron a la centuria, esa situación era común. “La viruela era una enfermedad bastante extendida durante el siglo XIX y comienzos del siglo XX. A inicios del siglo XX, era endémica en el territorio y cada cierto tiempo se registraban fuertes epidemias que afectaban a la población. Tal fue el caso de la que afectó a Valparaíso entre 1905 y 1906, la cual dejó cerca de 6.000 muertos”.
Como le ocurrió a la niña Violeta Parra, la enfermedad golpeaba con especial fuerza a los menores. “En el siglo XIX la viruela era, aproximadamente, la causa de un 10 a 15 por ciento de todas las muertes y la mayoría de esos fallecimientos, un 80% tal vez, se producía en menores de 10 años- complementa el historiador Marcelo Sánchez, académico del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos (CECLA) de la Universidad de Chile-. Niños y niñas que sobrevivían a la viruela quedaban con marcas en el rostro, producto de las pústulas con que cursaba la enfermedad. Podemos suponer que la población chilena estaba afectada bajo estos mismos términos. Así, era una enfermedad temida”.
“La evidencia de la efectividad de la vacuna permitió que más y más personas aceptaran recibir el fluido, disipando las dudas y temores respecto a los graves efectos que podía causar en el ser humano”, señala Paula Caffarena
De allí que la sola posibilidad de permanecer cerca de un foco de contagio, generaba reacciones entre las personas, y no solo por las marcas que dejaba en el rostro. “Era una enfermedad muy temida, pues se sabía que un enfermo de viruela cerca era un peligro para todos -agrega Paula Caffarena-. Es por ello que la documentación muestra que hubo gente que escondió a familiares enfermos de viruela (sobre todo a niños), pero también hubo vecinos que denunciaron a quienes ocultaban a los enfermos de viruela”.
Una enfermedad de largo alcance
Los expertos detallan que la enfermedad ha azotado a la humanidad desde tiempos remotos. “Se piensa que la viruela entre animales salvajes fue traspasada a los humanos en tiempos neolíticos y al mutar adoptó como reservorio único la especie humana. Es decir, la viruela humana solo se contagia entre humanos -explica Marcelo Sánchez-. Aunque es muy difícil identificar con seguridad absoluta enfermedades del pasado, se piensa que hay registro muy claros de viruela en en la momia del faraón Ramses V, muerto en 1157 antes de Cristo y que algunas epidemias devastadoras de viruela afectaron al Imperio Romano en las primeras centurias después de Cristo”.
Con el paso de los siglos, la enfermedad se diseminó por el orbe. “Al aumentar la circulación global de personas la viruela se extendió por el mundo y afectó severamente a las poblaciones aborígenes americanas, que no tenían defensas inmunológicas contra esta enfermedad y sufrieron muertes en formas masivas -agrega Sánchez-. Algunos historiadores identifican en esta y otras enfermedades una de las causas de la facilidad con que los españoles conquistaron grandes imperios precolombinos”.
Pero la humanidad aprendió a controlarla. “Dado que la viruela era una enfermedad endémica en Asia y África, las medicinas de esas regiones generaron un saber empírico que atenuaba la mortalidad. Ese proceso se conoce como ‘variolización’ y consistía en tomar materia fresca de una pústula y traspasarla a la piel de otra persona. La esposa del embajador británico en Constantinolopa, Lady Mary Wortley Montagu, variolizó a sus hijos en 1721 y 1721 y se volvió una promotora de esta medida”, detalla el historiador.
Precisamente a partir del conocimiento acumulado sobre la viruela y la variolización, se desarrolló la técnica de la vacuna. En el siglo XVIIl, en plena era de la ilustración, el médico inglés Edward Jenner logró dar con la clave al inocular viruela de las vacas en humanos, para así generar defensas en el organismo. De allí, comenzó su expansión. “Para América Latina, la primera campaña de vacunación fue la impulsada por la corona española que envió a sus territorios coloniales la expedición al mando de Francisco Javier Balmis en 1804, llevando a bordo niños huérfanos como repositorio viviente de viruela vacuna fresca”, señala Sánchez.
A Chile, la vacuna llegó por primera vez en 1805. El impulsor fue Fray Pedro Manuel Chaparro, quien en persona inoculaba el fluido en el pórtico de la catedral de Santiago. Posteriormente, en 1812, la Junta de gobierno liderada por José Miguel Carrera instauró una Junta de vacunación ante un brote de la enfermedad que había comenzado a golpear a la población el año anterior, pero que no había atendido debido a las tensiones políticas del momento. “La vacuna comenzó a usarse en Chile en 1805 y desde ese momento las autoridades de gobierno desarrollaron iniciativas para fomentar su difusión -explica Paula Caffarena-. Luego del proceso de independencia y en la medida que el Estado de Chile se fue consolidando, también se fue organizando y sistematizando la difusión de la vacuna”.
Poco a poco, los sucesivos gobiernos del período republicano debieron hacerse cargo del problema. “Se implementaron en la época medidas de carácter higienista que buscaron promover la limpieza de las ciudades y también la higiene en un sentido individual. Además se implementaron medidas de aislamiento de los enfermos para frenar el avance de la enfermedad”, agrega la historiadora.
¿Cómo se aislaba a los enfermos? “En el siglo XVIII, se crearon hospitales provisionales para enviar ahí a los enfermos de viruela. Estos hospitales estaban lejos de la ciudad, ya que se temía que el viento pudiese trasladar los mismos causantes de la enfermedad -detalla Caffarena-. También hay registros de ciudades completas que fueron aisladas, lo que significó que nadie podía salir o entrar. Ello causó serios problemas de abastecimiento, por lo que, en general, la medida era muy discutida y poco aceptada. Luego, a fines del siglo XIX, aparecen los Lazaretos, que eran instituciones donde se aislaba a quienes tenían enfermedades infecciosas. En Chile, hubo importantes lazaretos que recibieron enfermos de viruela”.
El camino a la vacunación obligatoria
Pero implementar la vacunación a nivel masivo no sería fácil. Ello explica, en parte, la persistencia de la enfermedad hasta entrado el siglo XX. “Es interesante pensar que el impulso a las primeras campañas de vacunación se dan en un país que recién había alcanzado su independencia y que abrazaba el ideario liberal, por lo que proponer que una medida de salud fuera obligatoria para toda la población era algo particularmente resistido por un sector de la elite dirigente. Entre el pueblo el miedo a la vacunación no era menor y como en otras partes del mundo, la amenaza de epidemia y el riesgo de contraer la enfermedad, eran grandes aliadas de la vacunación”.
“En los hechos, la vacunación contra la viruela salvó la vida de millones de niños y niñas y se considera uno de los grandes éxitos de la medicina”, afirma Marcelo Sánchez
“La resistencia a la vacunación en Chile, es un fenómeno en el que hay que diferenciar varios aspectos”, acota Paula Caffarena. Desde 1805, si bien hubo entusiastas también hubo quienes dudaron de su efectividad. “En Chile, al menos hasta 1830 no hubo grandes cuestionamientos filosóficos ni religiosos en torno a ella, de modo que las autoridades de inicios del siglo XIX intentaron persuadir a la población a través de la iglesia, los hacendados e incluso los jueces de que la vacuna era efectiva y que acudieran a recibirla”.
En el transcurso del siglo XIX, los estudios médicos y los avances de la Junta Central de Vacuna dieron cuenta de que aquel era el método más eficaz para combatir a la viruela. “Con el correr del tiempo la evidencia de la efectividad de la vacuna permitió que más y más personas aceptaran recibir el fluido, disipando las dudas y temores respecto a los graves efectos que podía causar en el ser humano”, añade la académica.
Poco a poco surgieron los primeros proyectos de ley. En 1877 el diputado y médico Ramón Allende Padín (abuelo del futuro Presidente Salvador Allende Gossens) presentó un proyecto de vacunación obligatoria, el que fue rechazado por el Congreso. Misma suerte corrió el proyecto que envió el Presidente José Manuel Balmaceda en 1886, año en que además se debió enfrentar una brutal epidemia de cólera. Sin embargo, un año después Balmaceda estableció el decreto de vacunación obligatoria a los recién nacidos.
En esos días surgió un nuevo debate. Esta vez, el punto en cuestión ya no era la efectividad de la vacuna, sino su carácter obligatorio. “El movimiento higienista, planteaba que más que decretar la obligatoriedad de la vacuna, se debía limpiar las calles y mejorar la infraestructura sanitaria urbana, con lo cual la viruela desaparecería”, detalla Caffarena. “El trasfondo de esto mostraba que el verdadero problema que la vacunación obligatoria planteaba era si podía el Estado forzar a las personas a hacer algo que ellas no querían hacer”.
Incluso en esa época ya existían opositores a la vacuna. “Hubo quienes cuestionaron profundamente la vacunación y articularon un discurso antivacuna, como fue el caso de Alfredo Helsby -añade la historiadora-. De todos modos, a pesar de los cuestionamientos que representó Helsby, la vacuna logró difundirse y ser aceptada ampliamente por la población. En ello, fue muy importante la institucionalización de la vacunación por parte del Estado, pero también las medidas de coerción y persuasión que implementó el Estado”.
Finalmente, la vacunación obligatoria fue establecida por un decreto promulgado en 1918. Los expertos consideran que aquel fue el paso clave, ya que en 1959 se declaró erradicada la viruela en el país. “En los hechos, la vacunación contra la viruela salvó la vida de millones de niños y niñas y se considera uno de los grandes éxitos de la medicina -afirma Marcelo Sánchez-. Para 1940 aproximadamente, las sociedades desarrolladas estaban libres de viruela y con la producción industrial de vacunas, en 1950, que podían mantener el efecto inmunitario en el calor de los trópicos, la viruela comenzó su desaparición hasta que fue declarada como totalmente erradicada en 1980. Luego se anunció la conservación de cepas en selectos laboratorios y la reserva de millones de dosis de vacunas”.