“Vive rápido, muere joven y tendrás un cadáver bien parecido”, la manoseada frase que de forma errónea se atribuye a James Dean (en realidad la pronunció John Derek en Llamad a cualquier puerta), basta para resumir la historia de Los Saicos. Un grupo surgido en el Perú de los sesentas que la mitología del rock ubica como uno de los precursores del punk, a partir de su música estridente, chirriante y poco complaciente.
Demolición, acaso su hit definitivo, es el tema que suele ser citado como una suerte de primera expresión de lo que más adelante la industria musical vendió como punk, en forma de crestas coloridas, chaquetas magulladas y canciones de tres minutos. Pero antes de Sid Vicious y Joey Ramone, estuvieron Erwin Flores (voz y guitarra), César “Papi” Castrillón (bajo y voz), Rolando “el chino” Carpio (guitarra solista) y Pancho Guevera (batería). Una pandilla de muchachos que como otros tantos de su época, se vieron moviendo la pierna al ritmo del rock and roll, las películas de James Dean y los meneos de Elvis.
Rockeros por accidente
La historia de Los Saicos comienza a principios de los sesentas en el distrito de Lince, en Lima. “Cuando yo tenía 15 años, todos los muchachos de la tierra querían ser Elvis y todas las chicas del mundo amaban a Elvis”, contó Erwin Flores en una entrevista de 2003 al fanzine Sótano Beat, cuando recién comenzaba la fiebre por redescubrir a un fenómeno tan fugaz como inexplicable.
Por entonces, la juventud formaba sus propias maneras de sociabilizar. “Yo era amigo de Papi y Pancho desde 1960, cuando éramos de la pandilla rocanrolera Los Cometas, de Lince -detalla el mismo Flores-. Papi y Pancho eran músicos natos, yo no. La primera vez que vi a Papi (tirándonos la pera) él estaba sentado en el parque tocando un rondín. Me pareció bárbaro que alguien pudiera tocar música así, espontáneamente”.
Flores viajó a Brasil y a su regreso se reunió con sus antiguos amigos. Era la época de la beatlemania, así que para los muchachos, el juntarse a tocar música y meter algo de ruido, era una buena forma de pasar las tardes. “Cuando volví al Perú en 1964 con una guitarra eléctrica en mi equipaje, compramos una batería para Pancho y un bajo para Papi y comenzamos a tocar -recuerda Flores-. El Chino, que en esa época guitarreaba sentado en los umbrales con Frank Privet, se nos unió porque nosotros teníamos amplificadores. El era la pieza que faltaba porque tocaba primera guitarra y era creativo”.
En esas tardes tocando con sus amplificadores de 50 watts a tope, como si fueran los Beatles en Hamburgo, fue Flores quien ideó el nombre del grupo. “Fue una combinación de ‘sádicos’ y ‘psychos’ que significa locos (también esto ellos lo recordarán mal). A muchos (especialmente a Guido Monteverde, un periodista artístico muy importante en los sesentas) no les gustaba el nombre porque pensaban que no significaba nada. Eso no me fastidiaba porque mi nombre, o Carlos, tampoco significan nada”.
A falta de cantante, fue el mismo Flores quien acabó con el micrófono y la segunda guitarra. Pero he allí un momento crucial; como no tenía particular aptitud para el canto, decidió simplemente gritar, algo así como un Johnny Rotten sudamericano. A ello se le añadió algo inédito para la época, cantar (gritar) en castellano. “Yo, que componía la parte melódica y las letras, gritaba las canciones para poder ensayarlas (el Chino, mi socio en las composiciones, hacía los arreglos melódicos). Esto, al fin, resultó determinante para el estilo de los Saicos”, detalló.
Los gritos y el sonido crudo marcaron el rumbo del grupo. “Era algo totalmente lúdico, las canciones nos salían así porque simplemente nos queríamos expresar. Es más, cuando nos salían unos acordes romanticones, nos jodía. Nos decíamos ‘por ahí no es’”, recordó Pancho Guevara a La Diaria, de Uruguay.
De pronto llegó la oportunidad. “Resulta que mi hermano Harry era amigo de Vlady Artieda, un disk jockey de nueva ola bastante popular en Radio El Sol -detalló Flores en la entrevista citada-. Harry siempre fue nuestro mayor hincha y convenció a Vlady de que nosotros éramos fabulosos. Vlady, sin habernos escuchado, nos puso en el programa del festival de CACODISPE (ese horrible acrónimo significa ‘Cadena de Comentaristas de Discos del Perú’) donde la industria entera (radio, TV, discos) se reunía para premiar a los mejores artistas, productores, etc. del año”.
Fue esa noche la que cambió la historia de Los Saicos. Como Los Beatles en el show de Ed Sullivan, el sonido de los Saicos remeció a los espectadores, más habituados a las baladas y a las bellas canciones pop de tres minutos. “Tocamos Come On con el máximo volumen que dábamos -recuerda Flores-. Cuando terminamos la canción un silencio como de muerte se cernió sobre la platea; nadie movía un músculo y nosotros nos miramos pensando que habíamos hecho una cagada total. De pronto la audiencia se levantó en un rugido de aplausos y gritos. Aquella noche, en el teatro Tauro, nos dieron contratos para la TV y para grabar discos – esa era la primera vez que tocábamos en publico. En el ‘65 nos dieron todos los premios (canción, grupo, etc.) en el mismo festival”.
Demoler, demoler, demoler
Tras esa contundente entrada en los medios, comenzó una fugaz carrera de poco menos de dos años, en que el grupo lanzó solo seis sencillos como único vestigio de su actividad. El segundo, fue Demolición (1965); un tema de tambor machacante, y guitarras destempladas que introducen a la gutural intervención de Flores “Ta-ta ta-ta, ya-ya-ya-ya”. Luego viene la frase repetida como un ambulante en la vereda, “echemos abajo la estación del tren”. Un tema que no alcanza a completar tres minutos, pero que bastan para llamar la atención.
“Cuando lo escucho hasta yo me sorprendo. No tengo la más puta idea de qué lo inspiró”, detalla Flores. “Demolición cruzó del rock al público en general. Los jóvenes de Lima y algunas otras ciudades costeñas nos ‘entendían’, para el resto éramos unos freaks. Pero sí éramos inmensamente conocidos. No podíamos salir a la calle sin que la gente nos dijera cosas (positivas y negativas). Aún cuando estaba de luna de miel en Miami encontré muchos peruanos que me recibían a coro con el ta-ta-ta-ya-ya…”.
“Cuando escuché por primera vez la letra no me cuestioné nada. Sólo pensé ‘qué rica letra, qué ganas de joder, golpear la batería y producir música’”, recuerda Pancho Guevara en la entrevista a La Diaria.
Por entonces el grupo tuvo alguna actividad. “Lo que yo recuerdo es que producíamos un impacto tremendo en el público”, detalla Pancho Guevara. “Cuando nosotros llegábamos a un teatro, las demás bandas estaban tocando música bonita y el público estaba feliz, una fiesta que se acababa cuando era nuestro turno. Las chicas se retraían, los jóvenes se sentaban y todos miraban a esos fantasmas que habían aparecido... ¡que éramos nosotros!”.
Pero hacia 1966 el grupo simplemente dejó de tocar ¿qué ocurrió? “Los Saicos se disolvieron porque ya nuestra fama había menguado y no interesaba continuar -explica Flores-. Una mañana en que salíamos de grabar toda la noche en la sala de Virrey, unas chicas que pasaban camino al colegio se nos acercaron. Nosotros pensamos que nos iban pedir autógrafos, que era la escena habitual, pero lo que hicieron fue gritarnos ‘los Dolton son mejores’”.
Simplemente, la particular propuesta de los Saicos ya había conseguido sus 15 minutos de fama. En la antesala de la sicodelia y el verano del amor, las tendencias giraban hacia las camisas floreadas, las melenas y el pop lisérgico de los Beatles y los Beach Boys. Y por supuesto, como en toda buena historia de rock and roll, había líos de faldas. “Papi fue amante de mi mujer y yo comencé a salir con su novia (con quien él después se casó y a quien yo a aún veo a escondidas en Washington) -recuerda Flores-. Mientras tanto, Pancho…”. Los integrantes se disgregaron, Flores y Catrillón se radicaron en EE.UU, e hicieron una vida como gente normal, sin gritos ni guitarras distorsionadas.
Solo años después, en los 2000 varias iniciativas permitieron rescatar y desmitificar la historia de Los Saicos. El sello español Electro-Harmonix editó el compilado Wild Teen-Punk From Peru 1965, que reúne las grabaciones del grupo. A este se suma ¡Demolición! the complete recordings, editado por Munster Récords en España y disponible en Spotify. El grupo ha tenido reuniones ocasionales (sin “Chino” Carpio, el McCartney del grupo, fallecido en 2005), pero con los años ha acumulado una legión de seguidores, incluyendo a celebridades rockeras como Iggy Pop, a músicos de The Cramps y Café Tacvba. Una historia tan fugaz y poderosa como una demolición.