“Yo siempre ando de Plaza Italia pa’ allá, 10 de julio, todas esas hu... pero cuando uno viene para acá, se pierde”, explicaba un sonriente Zalo Reyes al acartonado público del barrio alto presente en el Anfiteatro Lo Castillo en el corazón de Vitacura, que en presencia de las cámaras de televisión parecía no tomar del todo en serio al ídolo de masas que tenían ante sí. Un hombre que a punta de lacrimosos hits como Una lágrima y un recuerdo (1978) y Con una lágrima en la garganta (1979), se había transformado en un fenómeno pop tan poco convencional como refrescante, lo que le permitió el salto al Festival de Viña al año siguiente.
Pero no solo cantaba y en la televisión lo sabían. Es una noche de 1982 y el “gorrión” de Conchalí era invitado al Permitido, un programa de TVN articulado por dos nombres capitales de la industria en aquellos años; Sergio Reisenberg, en la dirección, y Antonio Vodanovic en la conducción. Con su habitual estilo sobrio, el animador marcaba las noches ochenteras presentando números de variedades ante una audiencia vestida de chaqueta y corbata.
Pero Zalo, con el primer botón de la camisa desabrochado, la corbata suelta y la broma fácil, llegó dispuesto a marcar presencia. Por entonces, la imagen del sujeto popular en la pantalla todavía era motivo para generar una actitud condescendiente que rayaba en el paternalismo. Entonces, el “gorrión” quiso dejar en claro su condición de figura de la canción romántica, que además, podía desplegarse sin problemas como un showman criollo.
Tras tomar el micrófono, Zalo no se anduvo con rodeos. “Oye, me parece un sueño ver a estos rubios aplaudiendo a Zalo Reyes, porque estoy acostumbrado a andar en el norte yo”, dijo para desatar las risotadas del lindo respetable mientras la dirección televisiva pinchaba a un rubio random del público. Luego echó mano a su habitual carisma para marcar un momento delirante; imitó a Enrique Maluenda, el entonces conocido animador del Festival de la Una, un programa de orientación masiva y popular que poco tenía que ver con el momento.
Por supuesto, hubo canciones. Se permitió hacer It’s now or never, de Elvis, pero echando mano al barrio, lo hizo imitando a cantantes de bares y quintas de recreo que sin conocer muy bien el idioma inglés tendían a entonar cualquier cosa que sonara más menos similar para salvar las apariencias. Un número convincente, que marcaba un momento lúdico antes de pasar a una sentida interpretación de El día que me quieras. Y claro, con una mención a Lucho Gatica y Los Ángeles Negros, porque él era consciente de la tradición que lo precedía, pero a la que él le sumó la picardía barrial.
Suenan los últimos compases. Caen algunas flores al escenario mientras Zalo se despide y sale tras el escenario donde se proyectaba una casi infantil cebolla de colores rodeada por una también colorinche frase The Zalo Reyes Show, acaso como una ironía muy mal pensada.
Allí vino una desafortunada frase de Vodanovic. “El aplauso para Zalo Reyes, un artista que vino a buscar su oportunidad”. Una afirmación sin asidero. “Zalo Reyes era, entonces, el cantante con mejores ventas del país, una figura popular ya ubicada en la línea de próceres de la canción romántica chilena. Las oportunidades no tenía para qué buscarlas: estaban a sus pies”, comenta Marisol García en su imprescindible Llora, corazón. Como para recordar que el abrazo entre TV, música y espectáculo a veces resulta fofo y mezquino. Al menos, la era de internet lo recicla en la carne de viral.