“Él es el alma del pueblo”: crónica de la última lágrima por Zalo Reyes
El adiós del “Gorrión” fue en su estilo; una fiesta popular que tuvo fans senior, pétalos, banderas chilenas, fotografías a mil pesos y los hits entonados por la masa una y otra vez, como si no quisieran que se olviden. Culto estuvo en el lugar y detalla la despedida a una leyenda de la música popular chilena, en toda su expresión.
Un parlante karaoke, como los que suelen usar los raperos que cantan en los carros del metro, está instalado en la calzada sur de la Avenida La Paz, a pasos de la Pérgola de las flores. Un infaltable en la fiesta popular que se prepara para despedir a Zalo Reyes, entre el colorido homenaje de las pergoleras, pero con la música del “gorrión” sonando a tope, como si fuese el último concierto. “Era felíz en su matrimonio, aunque su marido era el mismo demoniooooo”, cantan. Como si el respetable requiriera una última saboreada de la gloria del ídolo.
Son las tres de la tarde del martes 23. Los primaverales veinte grados permiten una tregua del invierno, e invitan a la gente hasta la acera para esperar el paso del cortejo fúnebre que a esa hora ya salió desde el Gimnasio Municipal de Conchalí, la comuna que despidió como una leyenda al hombre que llevó la identidad popular como su sello. Un sujeto vende fotografías del “gorrión” a mil pesos. En su mayoría las compran mujeres mayores, que al poco rato se abanican con ellas para capear el insólito calor invernal que comienza a sentirse en el lugar.
“Él es de mi comuna, una persona grande”, lo rememora Hortensia García, una mujer que sostiene una foto del “Gorrión” entre sus manos. “Un cantante que nos deja una tremenda pena y nos acordamos de él siempre. Es un triunfador, empeñoso, popular, de nuestro pueblo”, agrega antes de abanicarse un poco con la imagen del ídolo.
Mientras esperan por el paso del cortejo fúnebre, la gente canta y agita las banderas chilenas que se van sumando poco a poco. Ya ha sonado al menos una decena de veces el clásico Con una lágrima en la garganta, y en todas se entonó con fervor, dejándose llevar por el grueso llanto del órgano. Como si quisieran superar en intensidad a la anterior y dejar en claro que están ahí por él. “Correspondía venir a despedirlo porque era un ídolo de la música chilena, así que había que venir a acompañar -dice María Montre, instalada a un paso de la calzada-. Para mí era algo muy grande por su música tan linda, las canciones, dejan harto que pensar”. No termina de hablar, y justo a su lado, un grupo de personas sigue con el karaoke masivo con la versión de Zalo para Historia de un amor.
En un costado de la calzada, las pergoleras dibujan un mensaje con pétalos como para marcar el camino del cortejo. “Adiós Zalo Reyes. Pérgola Santa María. Ídolo por siempre”. Los curiosos se acercan a tomar fotos con los celulares y aplauden para las cámaras de televisión que han llegado al lugar. Las fans senior del gorrión quieren hacerse notar cantando todavía más fuerte. Más, con los bocinazos de las micros que todavía pasan por el lugar.
Mientras, ya hay otro parlante instalado en la vereda norte de la avenida. El karaoke de las masas sigue con los que entonan cada palabra de María Teresa y Danilo, mientras beben las latas de cerveza que proveen los infaltables ambulantes. Otros agitan banderas de Colo Colo, el equipo que identificaba a Zalo. ¿Tristeza? Más bien, el ánimo exagerado de celebrar a un hombre que ya no está, pero que caló hondo en el Chile más popular y barrial.
Aferrado en la baranda de acero, doblada por los años y las masas, un hombre entona emocionado cada una de las canciones. Cuando se le pregunta por su fervor por el “gorrión” parece sobresaltarse, como si la presencia del reportero lo sacara por un momento del trance y tuviera que reconocer una pasión a un extraño. “Él es del pueblo, es el alma del pueblo. Si hubiera estado en otro país, habría sido más grande todavía. Todos los días lo escucho”, dice Bernardo Pino, quien llegó hasta el lugar desde la comuna de Estación Central.
“Ya viene, ya viene”, se escucha gritar pasadas las cuatro de la tarde. El cortejo viene por Plaza Chacabuco, dice alguien. En la pérgola ya tienen listos los canastos de mimbre repletos de pétalos. “Le vamos tirando los pétalos a medida que va pasando”, explica Luis Miranda, un trabajador de la pérgola, de piel morena surcada por los años. “Pa’ mi es como un embajador de la música cebolla, es como lo que mejor hacía, era un hombre del pueblo, se lo merece”.
Los efectivos de Carabineros se hacen presentes para ordenar el flujo de vehículos. Los que vienen por Avenida Santa María, se desvían por Independencia hacia el sur, y los que vienen por José María Caro, hacia el poniente. No hay detenidos hasta ahora, nos comenta el comisario de carabineros, quien estima unas 300 personas de concurrencia. Los bocinazos duros y acelerados, como martillazos, delatan a los conductores que no quieren saber nada de la celebración y desean pasar rápido antes de la hora del taco. La gente grita el ceacheí nuevamente y no pocos se instalan en Santa María para esperar el paso del cortejo.
Poco antes de las 16.40 el ambiente se vuelve electrizante. Se divisa el cortejo fúnebre por Santa María, y cuando dobla hacia Avenida La Paz, la gente entona Con una lágrima en la garganta y aplaude a rabiar. Parece el acabose, pero las ganas de celebrar al ídolo pueden más. “¡Zalo, amigo, el pueblo está contigo!”, grita el respetable, como si quisiera premiarlo por última vez, mientras un par de Carabineros intentan abrir paso como pueden. Algo más de cinco minutos demora la carroza en cruzar la cuadra hasta llegar a la intersección de Artesanos. Parado en la esquina, un joven de polera y jeans mira a la multitud algo confundido. “¿De quién es el funeral?”, le pregunta a un Carabinero. “Zalo Reyes”, le espeta, lacónico, el uniformado.
Los aplausos siguen cuando la carroza llega hasta la siguiente cuadra, ya en camino hacia el Cinerario de Recoleta. El cortejo se extiende formando un atochamiento en El Salto Chico, mientras un camión tres cuartos lleva coronas de flores dedicadas al ídolo, y por supuesto, con un parlante que amplifica Con una lágrima en la garganta, que en Spotify acumula más de dos millones de reproducciones. En el lugar, los fans se agolpan. Boris, el hijo de Zalo, intenta hablar a la multitud para agradecer, pero apenas se le escucha entre quienes intentan tocar el ataúd y los que siguen cantando. Como si no quisieran dejar de hacerlo. Como si no quisieran dejar que el Gorrión sea olvidado.
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