Fue una tarde en la casa de Brian Epstein, en Chapel Street, cuando John Lennon le mostró a Paul McCartney una canción que había compuesto. En la afamada dupla, el corazón musical de The Beatles, solían mostrarse los bosquejos y retazos de temas que estaban en construcción. Pero este, era muy especial.
“Después de un par de días libres, John apareció con una canción -recuerda McCartney en The Beatles Anthology-. Nos encontramos allí y John traía una canción toda de un acorde en Do, que a nosotros nos pareció una idea estupenda”.
Por esos días, Lennon estaba en plena búsqueda creativa. Comenzaba a surgir la psicodelia, el ánimo de exploración florecía en los días del Swinging London y, poco tiempo atrás, ya había tenido sus primeras experiencias con el LSD, la droga del momento muy popular entre el show bussiness. Fue precisamente, en uno de esos viajes de ácido, en el verano boreal de 1965, cuando Lennon tuvo una revelación.
En California, durante una pausa de la segunda gira estadounidense de los Beatles, el grupo organizó una pequeña fiesta con amigos en la mansión que arrendaban en Mulholland Drive. Hasta allí llegaron Dave Crosby y Roger McGuinn, de The Byrds, los chicos estrellas del folk rock que marcaban una prometedora carrera con sus primeros discos, sus delicadas armonías y sus bellas canciones.
Al borde de la piscina, Lennon y Harrison conversaron con ellos, mal que mal, tenían mucho en común. Pero, entre porros de marihuana, Crosby les mostró progresiones de música raga de la India que había logrado traspasar a la guitarra y además les habló del drone, es decir, el uso de una nota pedal que se sostiene mientras se desarrolla la melodía. Curioso como era, Lennon se interesó. También Harrison, que por esos días mantenía un interés por la cultura del país asiático desde que había visto unos músicos Indios en el set de la película Help! Como sea, el paso ya estaba dado.
Acaso como una forma de sacudirse las presiones de la Beatlemanía y los días caóticos de giras, en que solían tocar hasta dos veces en una jornada, los Beatles habían hecho del estudio Abbey Road el templo de su creatividad. Lo único que tenían para enfrentar los costos de la fama, y en el caso de Lennon, su salida para un matrimonio que se derrumbaba lenta, pero decididamente. Por ello, los días en su mansión de Weybridge los pasaba mirando la televisión, leyendo y dibujando alguna que otra caricatura; cualquier cosa le resultaba mejor a enfrentarse a la realidad.
Quizás para ayudarlo a superar el momento, un amigo suyo, Barry Miles, le recomendó un libro. Se llamaba La experiencia psicodélica, de Timothy Leary, un escritor y psicólogo entusiasta del uso de sustancias psicodélicas. El texto era una adaptación del milenario Libro tibetano de los muertos, que se explayaba sobre la exploración de la conciencia a partir del consumo de ácido. Habitualmente un consumado lector, Lennon se enganchó con el libro. Hasta que una frase disparó su fértil imaginación: “En caso de duda, apaga tu mente, relájate y flota con la corriente”.
Ese fue el origen de una canción en que Lennon decidió reunir sus últimos descubrimientos; el uso de una nota sostenida y los textos filosóficos de Leary en parte de la letra que cantaría; psicodelia pura al estilo Beatle. Días después, llegó el nombre con que sería conocida; Tomorrow Never Knows, una jugada muy similar a lo que ya había hecho con A hard day’s night un par de años atrás.
“La expresión Tomorrow Never Knows también era de Ringo -recuerda en The Beatles Anthology-. Hice una gracia en el título porque la letra me había quedado un poco rebuscada. Así que tomé uno de los solecismos de Ringo, parecido a A hard day’s night, para quitar hierro a esas frases tan filosóficas”.
Como el Dalai Lama en la cima de la montaña
Por entonces, la palabra de Lennon pesaba, así que habitualmente las sesiones de grabación para los nuevos discos arrancaban con temas de él. Así lo hizo al presentar la canción, en principio llamada Mark 1, hasta que dio con el nombre definitivo. Pero más allá del título, el tema sorprendió por su arrojo; nada de verso/estribillo o una frase pegadiza. Esto eran notas sostenidas, un texto raro, un ambiente movedizo, psicodelia pura.
El mismo John le mostró el tema al productor George Martin. “Yo no sabía como se lo iba a tomar, porque era un cambio radical, siempre habíamos usado al menos tres acordes y un cambio como mucho -recuerda McCartney en la Antología-. George Martin se lo tomó muy bien. Dijo: ‘Muy interesante, John ¡estupendo!’. Dicho y hecho, lo grabamos como cualquier otro tema de rock and roll normal y corriente”.
Fue entonces que Lennon le señaló a Martin la manera en que deseaba hacer sonar su particular voz nasal. Un detalle en que reparaba a menudo, al ser muy autocrítico de su propio sonido. “Quiero que suene como el Dalai Lama cantando desde la cima de la montaña, a kilómetros de distancia”, una instrucción a medio camino entre la ignorancia técnica y la imaginación desatada. “En Tomorrow Never Knows había imaginado que de fondo sonarían miles de monjes cantando. Era poco práctico, claro, e hicimos otra cosa”, recuerda en Anthology.
Ahí entró en escena el joven Geoff Emerick. Debutaba en esa sesión como el nuevo ingeniero a cargo de las grabaciones de los Beatles, al tomar el puesto que había dejado Norman Smith, quien había trabajado con el grupo desde sus comienzos, pero tras años a la sombra de George Martin decidió dedicarse a ser productor por su cuenta; al año siguiente trabajó con unos jóvenes llamados Pink Floyd. Nervioso, y ávido de ganarse la confianza de los Fab Four, quienes no era muy receptivos con las personas que no conocían, tomó la iniciativa.
Según Emerick, una vez que Lennon pidió sonar como el Dalai Lama, lo que hizo fue usar la imaginación y mirar los instrumentos disponibles en el estudio. Reparó en uno muy especial. Tal vez al pasar la voz del músico por el altavoz giratorio Leslie, que produce el particular sonido tembloroso de los órganos Hammond, podría darle una textura distinta, rara, etérea. Un delirio psicodélico que le vendría bien a una canción que se presentaba como rupturista. Así lo hizo.
Lennon junto a Ringo Starr grabaron una pista de base sobre la que construirían el tema. Allí se decidió usar el efecto, el que sorprendió a todos. “Parecía complementar a la perfección la letra tan esotérica que estaba entonando -recuerda en sus memorias, El sonido de los Beatles-. Todos los presentes en la sala de control (incluido George Harrison) parecían asombrados”.
Pero faltaban algunos detalles. Al fin y al cabo era una canción de un grupo de rock, así que hacía falta un solo. Fue entonces que el grupo decidió probar algo; como no era una canción convencional, en vez de un solo de guitarra decidieron juntar loops (pequeños fragmentos de sonido que se repiten una y otra vez), unirlos y grabarlos como si fuesen un solo sonido. Cada Beatle recibió el encargo de traer desde su casa pequeños fragmentos de cinta con sonidos pregrabados que se debían reproducir una y otra vez para mezclarlos en vivo.
Siempre diligente, McCartney llegó al estudio con los loops grabados con su máquina casera en una pequeña bolsa. “Tenía dos máquinas Brennel y los hacía con ellas -recuerda en la Antología-. Así que lleve unos veinte loops en una bolsa de plástico y pillamos máquinas de los otros estudios. Ayudándonos con lápices, los pusimos en marcha”.
Y así, con sonidos de voces, guitarras al revés, golpeteos de vasos y cualquier cosa que sonara, los Beatles se vieron ocupando todas las máquinas del estudio para llenar su curiosidad. “Esta técnica primitiva a los ojos de hoy, es el comienzo del concepto que terminaría siendo conocido como cut and paste (cortar y pegar), y que se convertiría en principio basal para estilos como el rap y la electrónica, ya con la tecnología digital desarrollada”, apuntan Sergio Marchi y Fernando Blanco en Los Beatles desde el comienzo (1962-1966).
No fue todo. Consciente de que la canción requería más audacia creativa, Emerick decidió probar una nueva forma de grabar la batería de Ringo Starr, quien junto a McCartney trabajó el particular pattern que suena en el tema. Metió al bombo de la batería un viejo jersey que el roadie del grupo, Mal Evans, usaba para embalar, y además, contraviniendo las estrictas normas del estudio, modificó la microfonía acercándola más a los parches. El resultado impresionó al grupo. “¿Qué demonios has hecho con mi batería?”, le preguntó Ringo. “Suena fantástica”.
Probablemente por lo extraña, los Fab decidieron dejar a Tomorrow Never Knows al cierre del álbum que acabó por llamarse Revolver, cuya reedición de lujo ya está anunciada para octubre. Un álbum arriesgado y ecléctico que pasa sin escalas desde la ensoñación psicodélica de I’m only sleeping, a la suite clásica de Eleanor Rigby; del romanticismo clacisista de For no one, a la fantasía india de Love you to; de la animada Yellow Submarine a la muy soul Got to get to into my life. Un momento en que los Beatles dejaron definitivamente la locura de la Beatlemanía aferrándose a su ambición creativa y a sus enormes ganas de lograr un obra imperecedera.