Pasaron casi tres años desde la última vez que el Estadio Nacional recibió un megaconcierto. Fue el 15 de octubre de 2019 cuando los ingleses Iron Maiden marcaron un largo adiós potenciado por la pandemia y la acuciante falta de salas de concierto en la capital. De allí que el primero de los cuatros shows sold out que Coldplay agendó en el Coliseo de Ñuñoa (20, 21, 23 y 24 de septiembre) estaba marcado por el tono del reencuentro; mas con la cancelación del show de Justin Bieber, a comienzos del mes. Una vuelta a esos días en que asistir a un show internacional era un acontecimiento que marcaba la pauta diaria. Y se extrañaban.
A su tercera visita al país, Coldplay llegó como un amigable monstruo de estadios. “La banda más grande del mundo durante algunos años”, los definió The Guardian a propósito de las presentaciones en Londres de la gira Music of the Spheres que los trae en esta ocasión.
La previa estuvo marcada por las animadas presentaciones de Princesa Alba y Camila Cabello, a tono con la presencia juvenil en la audiencia, familias con niños incluidos. Pese al frio, la noche cerrada ofreció el marco para el despliegue de las luces de los teléfonos como un anticipo del espectáculo. Y en las pantallas, pequeños mensajes de iniciativas ambientales recordaban el ánimo de una gira amigable con el medio ambiente.
Con más de veinte minutos de retraso, una solicitud al público de cancha VIP para moverse a un costado y un pequeño corto sobre la temática ambiental de la gira, por fin Coldplay salió a escena.
Con los primeros compases de Higher Power, un tema de Music of the Spheres, trabajado con el sello pop de Max Martin (Backstreet Boys, Britney Spears), el show arranca en una explosión de confeti biodegradable y luces de las pulseras entregadas a los asistentes. “Bienvenidos amigos”, saluda un energético Chris Martin, figura ancla del concierto que desde el primer momento las hace de animador para la audiencia.
Un primer momento emotivo llega con la interpretación de The Scientist, una canción de vocación hímnica seguida con entusiasmo por el público.”Nobody said it was easy”, cantó fuerte el respetable, ansioso por volver a vivir un momento de comunión tras la pandemia.
Hace años los británicos dieron un salto; abandonaron cualquier pretensión de instalarse en la memoria solo por su obra musical, en pos de volverse un número de entretenimiento de alto nivel. Que en su momento hayan sido considerados imitadores de Radiohead y Jeff Buckley, hoy es irrelevante. Hoy, lo suyo es la música para las masas.
Ante todo, Coldplay es un espectáculo pensado para todos. El grupo se mueve a un pequeño escenario central, enclavado hacia el límite de la cancha VIP con la general donde tocan temas como Viva la vida o Hymn for the Weekend, que dejan en claro su capacidad para dejar melodías resonando en la cabeza.
Chris Martin, el líder del grupo, hace gala de su sentido del espectáculo. Bromea con alguien del público, se ríe de su tropezado español y se mueve de un punto a otro como si quisiera que nadie pueda decir que no lo vio.
Aunque el show está concentrado en presentar material de Music of the Spheres, el repertorio de 21 canciones recorre la discografía con temas como Yellow (por supuesto las pulseras se vuelven amarillas) y Clocks, para los fans de primera hora. También pasan cortes como Something just like this (con los músicos luciendo máscaras luminosas cono si fueran Daft Punk) o My Universe, la colaboración con BTS que los acerca al público juvenil. Mientras, el chispeo de la lluvia se hacía sentir.
Hacia el cierre, tras casi dos horas, el grupo logró mantener la tensión del show gracias a su oficio; un inconveniente técnico es aprovechado por Martin para pedir que el público baile sin los celulares. Un momento emotivo sacado a punta de gracia y coronado hasta con fuegos artificiales. Más al moverse a otro escenario más pequeño pata hacer Sparks, un tema de su primer álbum que sonó delicado y preciso. Le siguió Don’t Panic, otro corte de esos primeros días, esta vez en la voz del baterista Will Champion. El remate que incluyó la emotiva Fix You y dos temas de Music of the Spheres, cerraron una noche que disputa su derecho a quedarse en la memoria colectiva. Como en su momento, Rod Stewart, Amnistía Internacional, o Metallica.
Hace veinte años, cuando el cuarteto lanzaba el buen A rush of blood to the head (2002) sus shows en vivo todavía destilaban sus ganas de entroncar con la tradición indie de la que hicieron referencia en sus comienzos. Entonces eran espectáculos sobrios, con juegos de luces acotados a iluminar a los músicos, vestidos de riguroso negro. Hoy, los colores, el confeti, las lucecitas en forma de pulsera, son la norma. Es música para todos.