Putin, Ucrania y el silencio de Emir Kusturica

EMIR KUSTURICA
Putin y Kusturica en 2019. Sputnik/Mikhail Klimentyev/Kremlin via REUTERS ATTENTION EDITORS - THIS IMAGE WAS PROVIDED BY A THIRD PARTY.

El cineasta serbio le da una entrevista a Culto vía correo electrónico, pero opta por borrar y no responder todas las preguntas relativas a sus estrechos vínculos con Vladimir Putin y a sus polémicas declaraciones sobre Ucrania, donde está vetado. A cambio, habla del final de su banda The No Smoking Orchestra, con la que toca en Chile este lunes 3.


Emir Kusturica (67) sabe en que momento preciso hacer ruido. Además de su aplaudida carrera como director, desde mediados de los 80 ha desarrollado una vida musical paralela cuya manifestación más sonora es el proyecto Emir Kusturica & The No Smoking Orchestra, un batido mestizo de punk, rock, vértigo balcánico, lenguaje gitano, acentos mediterráneos y, en síntesis, juerga ilimitada.

“La música que interpretamos es una combinación de todo lo que somos. Pertenecemos a Europa y al mundo”, determina el realizador en conversación con Culto, en alusión a un cancionero que este lunes 3 en el Teatro Caupolicán vivirá su adiós de los escenarios chilenos como parte de su gira Farewell Tour.

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Kusturica y su The No Smoking Orchestra.

Después sigue: “Pertenecemos a una nación orgullosa y tratamos de preservar la cultura de nuestro país. Serbia le dio al mundo los más grandes científicos y artistas, tenemos una gran historia. Todo eso debe ser mostrado y preservado. Con nuestra música propagamos un arte diferente al arte comercial actual; es el arte que lleva en sí la libertad, la historia y la cultura de una nación. Dondequiera que actuamos, se nos escuchó como banda, pero también como nación”.

Pero Emir Kusturica también decide en que ocasión exacta guardar silencio. En esta entrevista realizada vía correo electrónico, optó por no contestar y sacar del cuestionario todas las preguntas relativas a los temas más ásperos que ha enfrentado en los últimos años: su vínculo de respeto y admiración hacia el presidente ruso Vladimir Putin; su apoyo a parte de la política exterior de ese país, incluyendo la injerencia en Ucrania; y su participación en una carta junto a 700 personalidades que en 2009 pidieron la liberación de Roman Polanski, encarcelado en ese entonces en Suiza a pedido de la justicia estadounidense, debido a cargos de abuso sexual contra una menor de 13 años. También eliminó las consultas que giraban en torno al movimiento Me Too.

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En el caso del trato reverencial hacia la figura de Putin, los acercamientos poseen larga data, aunque se fortalecieron hacia 2012, cuando en una conferencia de prensa en San Petersburgo le dio su apoyo en las elecciones presidenciales de ese año. Sonó casi a declaración de principios: “Si yo fuera inglés, estaría muy en contra de Putin. Si fuera estadounidense, incluso pelearía contra él. Pero si fuera ruso, votaría por él”.

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En 2018, cuando en una entrevista con el medio estadounidense The Hollywood Reporter le recordaron estas palabras, profundizó: “Mi relación con el presidente Vladimir Putin está muy clara: respeto. Nos hemos reunido varias veces. Una vez recibí una medalla de él. Lo respeto por haber puesto a Rusia en pie. Todo lo que se dice de él en Occidente son puras mentiras”.

En efecto, las palabras elogiosas lo llevaron en 2012 a ser uno de los invitados de la toma de posesión de Putin como mandatario en el Kremlin. Y en 2016, recibió de manos del mismo líder ruso la Orden de la Amistad, una medalla que condecora a ciudadanos locales y extranjeros cuyo trabajo haya potenciado las relaciones con la Federación Rusa. En el evento, el cineasta habló en ruso.

Sus opiniones acerca de la escalada rusa en Europa han levantado aún más fricción. En 2014, apoyó la anexión de Crimea a Rusia, argumentando en declaraciones a la agencia Itar-Tass que “Rusia debe defender a los rusos que viven en Ucrania”. De hecho, por esos días dijo que sólo estaba dispuesto a presentar el show de su The No Smoking Orchestra en la parte ucraniana de habla rusa. “Desgraciadamente, Ucrania está tomando el mismo rumbo que Yugoslavia hace años”, fueron también parte de sus expresiones.

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“Aplaudo las acciones de Vladimir Putin, que de una manera suave está levantando a Rusia, país que estaba de rodillas luego de la época de Boris Yeltsin, para que los rusos se sientan orgullosos de su historia y, lo que es más importante, de su cultura”, expresó años más tarde a la cadena RT. En otra entrevista, bromeó con que incluso “le permitiría a Putin instalar misiles en mi balcón”, lo que después lo obligó a dar explicaciones en distintos medios. En lo medular, culpó a Occidente por no haber entendido el chiste.

Como fuere, sus dichos han tenido costos y han forzado debates. En 2015, sus conciertos fueron prohibidos en Ucrania debido a su relación con Putin. Dos años después, igual se las ingenió para tocar en Crimea, ya unida a Rusia, pese que debía contar con una autorización del gobierno central de Ucrania para ingresar al territorio, tal como sucedía con todos los artistas que llegaban hasta allá. No obtuvo el permiso, pero se presentó igual. El tour fue considerado “ilegal” por las autoridades de Kiev y Kusturica entró en una suerte de lista de negra de personalidades culturales vetadas en esa nación.

La web local Myrotvorets aseguró que el director había contribuido a “legalizar la anexión de Crimea a Rusia”, así como a “negar la agresión por parte de Putin”. Un tiempo después de esa polémica, el hombre de Underground y Tiempo de gitanos abrió un show en París con el himno ruso sonando por el recinto.

Como aspecto más reciente, en abril pasado firmó una petición en la que pedía a Serbia que no impusiera sanciones a Rusia tras su invasión a Ucrania, con el propósito de que no se desestabilizaran las relaciones entre el gigante de Europa y el país del que es ciudadano.

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Hoy, Kusturica prefiere no hablar de toda esa cadena de episodios. Apartarlos por un tiempo, para que su presente cinematográfico y musical adquieran estatura protagónica.

Por ejemplo, está dispuesto a responder por qué su colectivo musical cierra el telón de su historia, luego de una exitosa carrera que tuvo como cimas los soundtracks de los filmes Gato negro, gato blanco (1998) y La vida es un milagro (2004), además de álbumes como Unza unza time (2000).

También hay tiempo para hacerse cargo del estado actual del cine condicionado por las grandes plataformas digitales, sobre todo para un creador como él, de la vieja escuela y con un sello autoral distintivo e independiente.

-¿Por qué decide poner fin a la historia de su banda?

The No Smoking Orchestra ha estado tocando durante más de veinte años. No hay casi ningún país en el mundo que no hayamos visitado y que no hayamos trasladado hasta allí nuestra capacidad catártica, la que tomamos del baile tradicional serbio ‘kolo’ y donde prácticamente convertimos la música de pub en algo que a veces rayaba en el jazz, a veces en el etno jazz. Da la impresión de que ha llegado el momento de acabar simplemente con esta aventura en el momento más catártico, que se prolongó durante mucho tiempo y es el brazo extendido de las películas.

-¿Considera que The No Smoking Orchestra inventó algo así como un nuevo estilo de música, una fusión que va desde los sonidos gitanos hasta el punk rock? Mucha gente en Occidente sólo conoció los géneros balcánicos a través de ustedes.

Podemos decir eso. La música que tocamos es parte de nuestra tradición, el “kolo” serbio, la música gitana, el etno jazz. Logramos combinar todo eso en más de 20 años de actuaciones. Creo que logramos transmitir nuestra esencia al público a través de los conciertos, porque de lo contrario probablemente no habríamos sobrevivido tanto tiempo.

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-Se retiran de los escenarios, ¿pero piensan seguir grabando discos?

Yo trabajaré principalmente en el guion de la película que planeo filmar, basada en el libro Crimen y castigo, de Dostoyevski. Además, estoy planeando publicar un nuevo libro. Existe la posibilidad de continuar la cooperación con la banda en una ópera que se basará en una de mis películas, tal como fue el caso de Tiempo de gitanos. De todos modos, la música ha sido parte de mi vida durante mucho tiempo y no estaría feliz de dejarla por completo.

-Su trabajo muchas veces se ha centrado en íconos. En 2008, dirigió Maradona by Kusturica. ¿Qué sensación tiene hoy de haber colaborado con personalidades medulares del siglo XX?

Hacer la película sobre Diego fue una experiencia especial. Era mi amigo y un hombre con un gran corazón. Tenía una fuerte actitud política, luchaba contra la injusticia. Sencillamente, era mucho más que un jugador de fútbol. Dejó la magia como una huella en la que reconocemos la grandeza del juego en sí, que nunca hubiera sido lo que es hoy sin gente como Diego.

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-¿Cuál es su opinión sobre el estado del cine de autor a nivel mundial?

Creo que el cine, especialmente el cine arte, es aún muy importante, porque le permite a una persona detener el tiempo, y expresarse y mostrarse a sí misma y al mundo que la rodea, todo a través de la pantalla. Hoy en día, este tipo de películas corre un gran peligro debido a la comercialización que se ha apoderado del mundo. En mi pueblo, Kustendorf, en Mokra Gora, cada año organizo un festival dedicado al cine y la música. Grandes artistas y creadores de diferentes culturas se dan cita allí con estudiantes de diferentes partes del mundo. Pueden compartir sus experiencias sin grandes alardes, de forma totalmente directa, y el público puede disfrutarlo. Mantener una película buena y de calidad es extremadamente importante hoy en día.

-¿Tiene alguna opinión sobre el poder actual de Netflix -y de otras plataformas digitales- en el cine global?

El poder de tales compañías no es algo que esperaba para la industria del cine, pero sucede. Al igual que en todas las esferas de la vida, el dinero lo decide todo. Sin embargo, esto no necesariamente significa algo malo, hay muchas producciones de calidad por ahí. Si la selección es buena, Netflix también lo será.

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