Columna de Matías Rivas: Annie Ernaux, deseo y memoria
Ella escribe de problemas personales, los tematiza: el matrimonio, el divorcio, el aborto, la enfermedad de su madre, la pérdida de la virginidad o el deseo compulsivo. Toma distancia, busca describir las situaciones con detalle, incluso el costo de la vida.
Descubrir a Annie Ernaux como lector fue un hallazgo. Verla hoy con el Premio Nobel ha sido una impresión. Sus libros muestran zonas desconocidas de las mujeres. El trabajo autobiográfico que emprende goza de una dimensión estética y política que la convierten en una autora singular. Es difícil quedar indiferente al encontrarse con su vida analizada con tal franqueza. Cuenta episodios íntimos, pero el enigma que la envuelve no se acaba al leerla, más bien se incrementa. Tiene un tono literario que cautiva, directo y sin estridencias. Hay una tensión sexual que emana de su estilo.
Escribe de problemas personales, los tematiza: el matrimonio, el divorcio, el aborto, la enfermedad de su madre, la pérdida de la virginidad o el deseo compulsivo. Toma distancia, busca describir las situaciones con detalle, incluso el costo de la vida. Dejar rastro de lo que observa es una de sus premisas. Es proustiana en el sentido más profundo. Explora el paso del tiempo con una perspectiva elegida para cada situación. En Memorias de chica cuenta su adolescencia desde su posición de mujer mayor, que a estas alturas desconoce a la joven que fue. Entonces se pone a investigar para activar sus sentimientos. El texto que procede de ese contrapunto es vital y esclarecedor.
La prosa despojada y concisa de Ernaux le permite rastrear su consciencia. Ella explica al respecto: “Siempre he querido escribir de forma áspera, sin poesía, para proteger la precisión del relato, para mantener un complejo equilibrio entre la idealización del pasado y la autocomplacencia por lo pobres que éramos”. Esto llega a su mayor expresión en Los años, considerada su obra principal. Es un libro en el que configura un nosotros que narra desde el fin de la guerra hasta la actualidad. Ese nosotros se escinde en un yo femenino que sostiene la historia al revelar los instantes y presencias que la rodearon.
Annie Ernaux es un caso paradigmático: viene publicando hace años, es conocida como una precursora, la maestra de una generación de autores franceses que utilizan sus vidas como material de trabajo, entre otros, Emmanuel Carrère, Virginie Despentes y Édouard Louis. Es una mujer de carácter especial, a la que no se puede interrumpir. Dice frases sinceras y elocuentes en las entrevistas: “Mis libros se basan en la memoria, una memoria que es a la vez personal y social, porque pone voz y rostro a las cosas cotidianas de una época”. O confesiones inesperadas, si consideramos que La mujer helada es un texto ejemplar para las mujeres: “Hasta no hace mucho, el feminismo que exploro en mis libros inspiraba sobre todo incomprensión y condescendencia”.
Entre sus lectores las preferencias no son taxativas. A mí me gusta Pura pasión, el testimonio de la relación esclavizante que sintió hacia un hombre mediocre e imposible, un tipo ruso, casado y de pésima catadura, pero que sin embargo la tiene tomada. Vive para él por un tiempo, ya que lo necesita físicamente. Causó conmoción cuando fue publicado en 1992. Es la historia de la espera ansiosa, de las fijaciones y contrariedades de quien se ve poseída hasta la médula por la urgencia de un cuerpo. Volverá sobre este affaire en Perderse, el diario que escribió mientras estuvo bajo la atracción de este sujeto. En él se lee: “Tengo la boca, la cara, el sexo, doloridos. No hago el amor como un escritor, es decir, diciéndome que me servirá, o con distancia. Hago el amor como si fuera siempre (¿y por qué no habría de ser así?) la última vez, como un simple ser vivo”.
Aunque he leído todo lo que he encontrado de Ernaux, creo que recién comienzo a conocerla. Quiero saber más de sus heridas, de su fascinación por el lenguaje y el amor. Siento que es frágil y feroz. Su talento consiste en hacer visuales, casi táctiles, las emociones.
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