Si en diciembre de 1992, Guns N’ Roses debutaba en el país ante 60.000 personas con el mote de la banda más peligrosa del planeta, hoy su convocatoria se asemeja más a la de un número familiar. Entre los asistentes al Estadio Nacional se vio a orgullosos padres barrigones de poleras rockeras, junto a sus jóvenes retoños. Otros tantos, a la manera del cantante Axl Rose, lucían pañoletas en la cabeza y llegaban con comodidad hacia las puertas del Coliseo de Ñuñoa. En suma, un público en su mayoría adulto y sosegado.
Por ello, el ambiente era de tranquilidad. La previa estuvo marcada por las fuertes medidas de seguridad dispuestas ante los incidentes que se vieron en shows como los de Daddy Yankee, en el mismo recinto de Ñuñoa. Estos incluyeron cortes de calles, filtros de seguridad y una notoria presencia policial, muy similar a los shows 2 y 3 del puertorriqueño.
A dos horas del show, el flujo de asistentes que accedían al recinto por Avenida Grecia y Pedro de Valdivia se movía con total normalidad. Y, a diferencia de lo ocurrido en los shows de Daddy Yankee, prácticamente no había ambulantes en las veredas. Además el control policial se extendía por las calles aledañas, las mismas donde se concentraron los grupos que intentaron realizar avalanchas en otros shows.
Acaso como un signo de que los tiempos son otros, la banda salió a tocar con una puntualidad que no exhibía en sus años mozos (e incluso posteriores). Un poco después de las 21.00 comenzó a sonar It’s so Easy, uno de los cortes clásicos del legendario Appetite for Destruction, acaso el último gran disco de rock clásico.
En vivo, la formación que vuelve a reunir a Axl Rose, Slash y el bajista Duff McKagan suena afiatada y con la precisión de veteranos de la carretera. Completan la formación el tecladista Dizzy Reed, que bien puede ser considerado un histórico (toca con la banda desde la era Use your Illusion), el guitarrista Richard Fortus (integrado en 2002), el baterista Frank Ferrer y la tecladista Melissa Reese (quien se sumó en 2016).
Tras tocar Mr.Brownstone, un relajado y barrigón Axl Rose saludó al público que seguía el show celulares en alto. Con la energía más contenida que en sus días de gloria, Axl se mueve hacia los costados, con alguna dificultad entona las notas altas (algo que ya marcaban las reseñas de los shows en Buenos Aires y Montevideo) y a ratos logra evocar al cantante de antaño. Mientras, sendas banderas de Ucrania flameaban a los costados del escenario, como único -y tímido- gancho hacia la contingencia.
Cuando la banda tocó la clásica Welcome to the Jungle, fue el primer momento en que el público se encendió. Axl pudo interpretar sin mayores contratiempos, y por su lado, Slash demostró que su pericia con la guitarra no ha mermado ni un ápice con los años. En tanto, Fortus se hizo cargo de la guitarra solista en varios pasajes de Rocket Queen, dejando en claro su oficio.
El repertorio también incluyó guiños al pasado, acaso como un momento en que el núcleo original puede recordar los días en que eran una banda emergente. Sonó Reckless Life, un tema original de Hollywood Rose, la banda predecesora a los Guns que tuvo a Axl y Slash en sus filas (además del ex guitarrista Izzy Stradlin), que en este 2022 incorporaron a sus sets de directo tras casi 30 años.
Como en toda su historia, en la fría noche de Ñuñoa, Guns N’ Roses incluyó covers como una muestra de su respeto por el rock que los precedió y del que se sienten continuadores; no en vano, McKagan lució polera de Mötorhead y Slash, de Iggy Pop. Así pasaron temas como Attitude (de Misfits y con McKagan en la voz), Knockin’ on Heaven’s door (de Bob Dylan) y Live and Let Die (de Wings), pero además se suman Slither, de Velvet Revolver, con un Axl que se la apropió con total aplomo.
Asimismo, hubo ocasión de apreciar como suena en vivo la canción Absurd, el tema lanzado en 2021 que volvió a reunir en el estudio a Slash, Axl y McKagan. Aunque en general, esos temas y los del álbum Chinese Democracy, que grabó Axl sin ninguno de los originales, tuvieron una recepción más distante del respetable.
También hubo momentos pequeños, pero significativos. Axl y Slash entonaron juntos el estribillo de Shadow of your Love, acaso como una manera de mostrar que las tensiones del pasado entre ambos, de momento se mantienen bajo tierra. Un pacto de caballeros firmado con riffs. Por cierto, Slash también tuvo su momento, con un solo en que destiló su fibra bluesera, heredera de los héroes eléctricos de antaño, de Albert King a Buddy Guy. Con mucho, él es lo mejor que tiene la banda.
Hacia la hora y media de show comenzaron a sonar algunos de los clásicos como You Could be Mine, Civil War (precedida por un corto y tibio clip dedicado a la devastada Ucrania), Sweet Child O’ Mine, November Rain y Knockin’ on Heaven’s door, aunque a esas alturas a Axl se le hacía más difícil llegar a las notas altas y recurrió mucho a los falsetes que a menudo sonaron poco prolijos. El tramo final, con Patience (precedida por una interpretación de Blackbird que habría hecho sentir orgulloso a Paul McCartney), Don’t Cry y Paradise City, cerraron una noche sostenida en la nostalgia de la era en que el rock aún significaba desafío.
El regreso sosegado de esta formación de Guns N’ Roses, con un show más transversal que en sus años más salvajes, mostró de forma digna a la leyenda, con un cancionero potente y buenos ejecutantes, pero que dejó entrever una preocupante falta de frescura creativa en la actualidad.