“Me interesaba la historia que no estaba en los libros”: cómo Manuela Martelli creó su primera película
Una abuela que nunca conoció y unas grabaciones caseras de su familia inspiraron 1976, su alabado primer largometraje como directora, ya disponible en las salas locales. En conversación con Culto, la realizadora y actriz aborda su proceso creativo y su colaboración con Aline Küppenheim. Además, cuenta los detalles de una nueva película que está escribiendo, ambientada en los 90 y en torno a una niña. “Es una continuación de esta misma búsqueda: observar la historia desde los márgenes”, afirma.
La abuela recibe a sus nietos con alegría. A sus hijos y parejas, también. La familia completa se reúne en semanas en que la casa de la playa sufre una serie de renovaciones y cambios. Es el año 1976 visto desde las entrañas de una familia acomodada, aunque también se expresan algunas tensiones entre sus miembros.
A pesar de su mutismo, quien atraviesa las mayores turbulencias es Carmen (Aline Küppenheim). Esposa de un médico (Alejandro Goic), es una mujer que ha decidido ayudar al padre de la localidad y cuidar a un joven herido (Nicolás Sepúlveda). No hace falta un intercambio demasiado extenso de palabras para concluir que es uno de los perseguidos por la dictadura de Augusto Pinochet.
En primera instancia, Manuela Martelli empezó a trabajar en 1976, su primer filme como directora, por un interés autobiográfico. Comenzó a escribir un guión interesada en la figura de su abuela, una mujer que falleció en aquel año y que, según contaba la historia familiar, había vivido muy deprimida.
La actriz se realizó una batería de preguntas: “¿Qué era esa depresión? ¿Era algo personal? Me pareció que uno no podía olvidar el contexto. En ese momento apareció ese año, el más brutal de la dictadura”. Ese germen le permite concluir que “la película no partió siendo una película de dictadura. Partió desde el interior de una casa, desde lo más íntimo de una casa”.
Pero el personaje Aline Küppenheim no es su abuela, aclara. “Es un proceso que es difícil cuando uno parte desde un lugar tan cercano. Después de darle un montón de vueltas y sentir que el guión no terminaba de sostenerse, entendí que tenía que tomar distancia, que tenía que ser libre. Cuando me di esa libertad y dije: no tengo por qué ser fiel a la historia real, el guión empezó a encontrar su forma”.
Continúa: “Cuando me desligué de la historia real y armé un personaje de ficción, el mismo personaje me fue guiando, fue tomando decisiones”.
Antes de que la cinta llegara a su estreno mundial en el Festival de Cannes, en mayo pasado, o que iniciara su rodaje, durante la segunda mitad de 2021, hubo una serie de decisiones creativas que definieron su armado.
Si transcurre en la playa es en parte porque encontró un conjunto de grabaciones caseras en la casa de su madre. El registro incluía fiestas, cumpleaños, matrimonios y vacaciones en la costa, momentos inmortalizados que jamás había visto. Le sorprendió lo vívido de los colores y se preguntó sobre esos momentos más grises que la cámara no había alcanzado a capturar.
Luego de llevar la historia a Santiago, decidió regresar la trama al litoral central durante una reunión con los productos Alejandra Gracía y Omar Zúñiga. Reconoce que era estratégico –la recreación de época tendría que ser menos laboriosa si se quedaba en la capital–, pero también respondía a una pulsión personal.
“Yo tenía la intención de mirar la historia desde los márgenes, desde puntos de vista que hasta ahora no habían sido tocados. La historia pareciera que ocurre (sólo) en Santiago. Entonces salir de la ciudad tenía mucho sentido”, advierte sobre filmar la película entre Algarrobo y San Antonio.
Ese mismo móvil la condujo a contar el drama de una dueña de una casa y de los perseguidos bajo el régimen militar. “A mí me interesaba esa historia que no estaba en los libros, la historia que estaba en las memorias de las personas. Me empecé a meter principalmente en las memorias de las mujeres, conversando con dueñas de casa y mujeres que habían ayudado, que habían participado de esa historia con mayúscula, pero de manera tangencial y de manera anónima”.
Durante gran parte del proceso la acompañó Aline Küppenheim, con quien había compartido en los elencos de Machuca (2004) y La buena vida (2008), ambas de Andrés Wood, productor de 1976. “Cuando entendí por dónde iba la película, tenía la cara de la Aline, ya estaba pensando en ella como actriz”, explica.
Tras acumular premios en los festivales de Londres y Valdivia, y ser elegido como el candidato chileno a los Goya, el filme aún debe completar un largo recorrido. Pero, debido a que su realización tardó tantos años, Martelli tuvo tiempo para escribir una nueva película. Se llama El deshielo y transcurre dos décadas después de su ópera prima.
“Es una película que está ambientada en los años 90 y que es una continuación de esta misma búsqueda: observar la historia desde los márgenes. Y desde el punto de vista de una niña, desde la infancia”, apunta.
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