Bad Bunny desata una fiesta de playa y perreo en el Estadio Nacional

BAD BUNNY

En su esperado regreso al país, el puertorriqueño desplegó en el Coloso de Ñuñoa un espectáculo de alto nivel, sostenido en el repertorio de su exitoso álbum Un verano sin ti. Luces, perreo, pulseras luminosas, una isla voladora y hits a granel marcaron una noche memorable, solo empañada por un intento de avalancha que fue contenido en las afueras del recinto.


Las vistosas palmeras destacaban al primer golpe de vista del escenario, mientras el público de las primeras filas fue acomodado en sillas, como si estuviera en una terraza playera. Todo (también las sillas) era parte del concepto que Bad Bunny trazó para sus shows del World’s Hottest Tour, que lo reencontró con el público chileno en el Estadio Nacional.

El show del puertorriqueño era uno de los más esperados de la temporada, con entradas agotadas hace meses y una alta demanda por los últimos tickets dispuestos hace apenas unos días.

No es para menos; hoy por hoy, el de Bad Bunny es uno de los espectáculos más afamados de la industria, sostenido por el éxito de Un verano sin ti, su disco lanzado esta temporada que en apenas un mes acumuló 2 mil millones de reproducciones. Y eso que el “Conejo malo” ya era el artista más escuchado de 2021.

Como si fuera poco, el World’s Hottest Tour es además la gira más lucrativa de la historia de la música latina; al menos tras su paso por EE.UU donde recaudó US$232.5 millones de dólares. Una cifra que superó y dobló, la que él mismo había recaudado en su gira anterior, El Último Tour del Mundo. Una marca nada despreciable para un tour cantado casi al completo en español, y lleno de guiños a la cultura pop. Es decir, tiene el mérito de ser la fiesta a la que todos quieren entrar.

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Por ello, en la previa se vivía un ambiente festivo. Pese a la larga (pero expedita) fila para sortear el control en Avenida Grecia, la fuerte presencia policial y la mayor cantidad de señaléticas mostraban que hubo aprendizaje de lo ocurrido con Daddy Yankee. Se despejó a los ambulantes (los que se concentraron en Pedro de Valdivia) y se reforzó la presencia policial en Campo de Deportes, donde se habían registrado incidentes e intento de avalancha durante la segunda noche de Daddy Yankee en el Coloso de Ñuñoa.

Pese a todo, durante la noche solo hubo un intento frustrado de avalancha que finalmente no pasó a mayores. “Se hizo un trabajo con los grupos de WhatsApp que se estaban organizando para hacer daño, pero se pudo contener”, explicó en un punto de prensa el director de Bizarro, Alfredo Alonso. Destacó además el trabajo colaborativo con las autoridades de gobierno para reforzar la seguridad. “Todos vamos aprendiendo en el camino”, señaló.

Un verano con Benito

Mientras, adentro ya se palpitaba la fiesta. Puntual y vestido de chaqueta y pantalón blanco, a las 21.00 horas salió Bad Bunny a escena. De inmediato el Estadio fue una sola voz y la audiencia se entregó al baile, con un arranque en que pasaron temas de Un verano sin ti, como Moscow Mule, Me porto bonito y Un ratito. Mientras, la cancha era una discoteca con los chicos de camisas floreadas y gorro pescador a imitación del look del artista, y las chicas arregladas para la ocasión luciendo los glitter stick en sus juveniles rostros.

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En escena, a Benito Martínez Ocasio (el nombre real de Bad Bunny) solo le basta con una silla de playa, una cooler abierta y el despliegue de sus coloridas visuales para sostener el show. El resto lo hace su ingente número de hits. Ni siquiera necesita cantar bien, porque su show va más allá de eso. “Buenas noches Santiago, buenas noches Chile”, saludó, sentado como tomando un respiro frente al mar. “Benito, Benito!”, lo saludó el respetable. Más bien parecían ganosos de darle un abrazo.

El espectáculo fue creciendo en intensidad. Sale el cuerpo de baile (diverso y mixto), mientras las pulseras del público se encienden en diferentes colores, algo así como lo que se pudo ver en los shows de Coldplay en el mismo Estadio hace casi un mes. Un espectáculo tan llamativo como emotivo. “Esto es un party y acaba de empezar”, dijo Benito antes de lanzarse con Neverita, una de las que generó un momento memorable.

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También hubo invitados. Si en EE.UU. sube a Chencho Corleone para hacer Me porto bonito, en Santiago pasó Pablo Chill-E, uno de los créditos locales de la música urbana, con quien cantó Hablamos mañana.

La fiesta siguió con otros clásicos de YHLQMDLG como Yo perreo sola y Safaera, elegida por Rolling Stone la mejor canción de Bad Bunny, la que reventó el Nacional con el pegajoso “hoy se bebe, hoy se gasta”. Para entonces, la fiesta estaba desatada. Más cuando pasó el hit Titi me preguntó y la línea “yo quisiera enamorarme, pero no puedooo, pero no puedooo”, sonó atronadora en Ñuñoa.

Luego, Benito se sentó en el piso junto a sus bailarines. Era tiempo de un momento más calmo y la romántica Yo no soy celoso, sonó como si fuera una fogata playera con 60 mil personas. Solo le faltó la guitarra.

Hasta que llegó el momento. Bad Bunny voló. Tal como lo detallaban las reseñas de los shows en EE.UU, lo que hizo fue subir a una plataforma en forma de isla, instalada en la pasarela que conecta con el escenario. El público bramó mientras Benito se elevó y cantaba Un coco, el tema que tiene al productor chileno Magicenelbeat en los créditos. La palmera voladora llevó a la estrella por la cancha, pasó frente a la galería, siguió hasta casi frente a la marquesina hasta volver al punto de partida.

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Con un cancionero extenso y bien conocido por la audiencia, sumado a un espectáculo diseñado para un público que va más allá de la música urbana, lo de Bad Bunny en el Estadio Nacional bien puede disputar un sitial entre los mejores shows de la temporada (y eso que tiene en Coldplay y Daddy Yankee a serios retadores). Su primera noche de vuelta al país, cerró con brío y dejó en primer plano a la música. Como siempre debe ser.

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