En septiembre de 1998, la revista Rolling Stone daba cuenta del fenómeno del joven Aaron Carter. “Faltan varias horas para que el joven Aaron se vaya a trabajar y ahora es la hora de tocar. Esta noche subirá al escenario en el Radio City Music Hall de Nueva York y cantará más de quince minutos de música pop pregrabada de Cocoa Puff y Yoo-Hoo, escuchar a los empresarios decirle lo bueno que era, tal vez ver algo de la actuación de los Backstreet Boys, y estar cómodo como un insecto en una alfombra en la cama a las nueve en punto. Si el chico de Tampa está un poco nervioso por hacer su debut en Nueva York, no se nota”.

Por entonces, Aaron, el hermano menor de Nick (el rubio de los Backstreet Boys), era un niño de 10 años que, sin la compañía de sus padres, ya acumulaba millas y shows. Como si fuera un veterano de la carretera, en esos días presentaba su primer disco homónimo, el que lo había posicionado como una -nueva- estrella juvenil en ascenso de la mano de sencillos de clara factura pop como Crazy Little Party Girl, I’m Gonna Miss You Forever y Crush on You, un viejo éxito de The Jets de 1985.

Precisamente fue esta última canción la que le abrió el camino al estrellato. Fue en un show de los Backstreet Boys, en marzo de 1997 en Berlín, cuando Aaron debutó en solitario. De inmediato le llegó la oferta de un contrato discográfico que le permitiría despegar su carrera a la manera de una estrella juvenil, como ya pasaba con Hanson, y pocos años antes, con Macaulay Culkin.

Y el debut fue auspicioso. El disco debut vendió la friolera de un millón de copias. Por ello, Aaron de inmediato se volvió una estrella y un número puesto en las revistas para adolescentes. El costo se sintió de inmediato. “Estábamos en Alemania e intentamos ir de compras: yo, Aaron y un bailarín. Aaron tenía cien admiradores detrás de nosotros”, le dijo Mike Self, el guardaespaldas del chico a la revista Rolling Stone. “Todavía no he experimentado Asia, pero escuché que es grande allí. Puede que tengamos que buscar a otro tipo de seguridad”.

En sus primeros años la carrera de Aaron avanzó fulgurante. Su segundo álbum, Aaron’s Party (Come Get It) (2000), fue el que le dejó las canciones que más exitosas de su carrera, como I want candy y superó la marca de ventas de su primer disco. Para aprovechar el tranco ganador, lanzó dos discos más, titulados (con desbordante ingenio) Oh Aaron (2001) y Another Earthquake (2002). Además expandió sus posibilidades como actor en algunos episodios de series como Lizzie McGuire y Sabrina, la bruja adolescente. Era su momento, y había aprovechado muy bien la siempre extraña categoría de ser “hermano de”.

(Photo by Rich Fury/Invision/AP, File)

Sin embargo, poco a poco vendría la debacle. La fama, la noche, las drogas comenzaron a hacer mella en su carrera, la que pudo mantener a flote gracias al nicho favorito de los famosos en apuros en EE.UU, los reallity shows. Así fue parte de House of Carters y Dancing with the Stars. Mientras, poco a poco, se alejaba del pop para acercarse al rap, y al abuso de sustancias.

Todo acabó por estallar hacia 2011. Fue entonces que entró por primera vez a rehabilitación. “Empecé a estresarme mucho por cosas como mi relación o las expectativas que la gente tenía de mí, y luego dejé de comer. Fue entonces cuando pensé: ‘Este es un momento para que realmente me tome un tiempo y me cure a mí mismo’”, le dijo a People en 2018.

FILE PHOTO: Singer Aaron Carter arrives at the Staples Center in Los Angeles February 13, 2005. REUTERS/Robert Galbraith/File Photo

Desde ahí, Carter hizo más noticias por sus excesos y problemas de salud (que incluyeron temas complejos de salud mental y una escalofriante baja de peso), más que por los pasos por el estudio de grabación. Publicó un último álbum titulado Love en 2018, pero la música ya parecía algo más anecdótico que una carrera seria y estable. Probablemente nunca la logró conseguir. Los medios internacionales especulan con que se habría drogado con aire comprimido antes de su temprana muerte esta semana, a los 34 años.

Algo de eso dejó entrever Nick, en el momento del adiós. “Aunque mi hermano y yo hemos tenido una relación complicada, mi amor por él nunca se ha desvanecido. Siempre me he aferrado a la esperanza de que, de alguna manera, algún día quiera caminar por un camino saludable y, finalmente, encontrar la ayuda que tanto necesitaba”.

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