Es de esas acciones que suelen no mencionarse en los libros de historia. Una suerte de vergüenza ante una acción sorpresiva. A mediados de 1879, en plena campaña marítima de la Guerra del Pacífico, las incursiones del monitor Huáscar en las aguas chilenas comenzaban a inquietar al alto mando chileno. Más cuando el verdugo de la Esmeralda en Iquique, protagonizó una acción tan audaz como efectiva; el 23 de julio de ese año, junto a la corbeta Unión, capturaron al transporte chileno Rímac, el que llevaba a bordo un destacamento del batallón Carabineros de Yungay.
El botín fue fabuloso. Además de los 258 hombres que fueron tomados prisioneros, los peruanos se hicieron con 215 caballos, cuatro cañones de 32 libras, un cañón de 300 libras, variados pertrechos y armamentos que pasaron de inmediato al control del ejército del Perú. Así, Miguel Grau, junto al comandante de la Unión, Aurelio García y García, se anotaban una victoria que en Chile generó diversas protestas contrarias a la dirección de la guerra por parte del gobierno, y en particular, a la gestión del almirante Juan Williams Rebolledo.
El veterano almirante tenía en contra a la opinión pública. Ya se había anotado un chasco con la frustrada expedición al Callao, la que dejó desguarnecido el bloqueo de Iquique y tuvo como consecuencia el combate naval del 21 de mayo. Pero la captura del Rímac por parte de la marina del Perú, fue el golpe de gracia. Cansado, dolido y humillado, Williams Rebolledo acabó por renunciar. Sería su sucesor, el comandante Galvarino Riveros, quien se impuso la misión de acabar con el Huáscar.
Mientras, entre la correspondencia oficial capturada en el Rímac, los peruanos se encontraron una información valiosa. El gobierno chileno había arrendado el transporte Glengley para traer desde Europa un valioso cargamento de armas y pertrechos para el ejército apostado en Antofagasta. Se esperaba el arribo del barco a Valparaíso, y como por entonces aún no existía el canal de Panamá (inaugurado recién en 1914), el transporte estaba obligado a sortear la siempre difícil ruta del estrecho de Magallanes para llegar al Pacífico Sur.
Con la información en mano, Miguel Grau ordenó a García y García, navegar hasta la zona, abordar el cargamento y capturarlo. Era una buena chance para asestar otro golpe a la moral y a la logística de los chilenos.
Así, el 31 de julio de 1879, en pleno invierno austral, García y García ordenó el zarpe de la Unión desde Arica, territorio aún bajo soberanía del Perú. El viaje, pese a todo, fue bastante tranquilo. “Aparte de los accidentes naturales a una navegación de invierno, que fue siempre tormentosa en la costa Patagónica, nada extraordinario ocurrió en la travesía hasta el 13 de agosto, día en que bajo un duro temporal del N., avistamos los nevados de la boca occidental del Estrecho de Magallanes”, escribió el mismo comandante en el parte oficial de su expedición.
Punta Arenas, un territorio estratégico
Así, tras varios días de navegación, la corbeta Unión arribó a Punta Arenas la mañana del 16 de agosto. La ciudad austral que vieron los marineros peruanos estaba en proceso de transición, desde su primera etapa fundacional, hacia el esplendor que vivirá para las décadas finales del siglo XIX.
“En la década de 1870, Punta Arenas estaba teniendo un realce -explica el historiador y PhD candidate, Nicolás Gómez, especialista en la historia de la región-. Hay que considerar que en ese tiempo había dejado de ser simplemente una colonia penal y comenzaba a transformarse en un territorio de colonización. Eso significa que el estado de Chile comenzó a fomentar la llegada de distintos actores a la región, considerado al estrecho como un lugar estratégico para el desarrollo del tráfico comercial internacional”.
Gómez acota que por entonces ya había presencia comercial europea en la región. “Había dos líneas europeas que ya pasaban muy fuertemente, la Pacific Steam Navigation Company, que empezó a pasar en 1868, y también la línea Cosmos, que era una compañía naviera de Hamburgo, y comenzó a pasar por esos mismos años. Era la competencia fuerte de la Pacific Steam”.
Aunque por entonces la bandera chilena flameaba en la región, se trataba de una zona que estaba en la mira. “El estado chileno si bien ya había tomado posesión del estrecho con la fundación del Fuerte Bulnes en 1843 y la fundación de Punta Arenas en 1848, no tenía una línea tan recurrente -explica Nicolás Gómez-. En principio se enviaban a los presos de la colonia penal. Pero en la década de 1870 ya se empiezan a enviar barcos de la Armada. Es un período de constantes disputas territoriales con Argentina, que recién se van a zanjar en 1899 con el llamado Abrazo del estrecho, entre los presidentes Julio Argentino Roca y Federico Errázuriz Echaurren”.
La tensión por los víveres
A esa ciudad, bullente de actividad comercial, arribó la Unión pasadas las 13.00 horas del 16 de agosto. Entró en el puerto con bandera francesa, pero pasadas las 14.00 horas, el capitán García y García ordenó el cambio por la bandera bicolor del Perú. Así, la sorprendida población local corrió a refugiarse, temerosa de la posibilidad de un bombardeo a la ciudad. Mal que mal, aunque se peleaba en el norte salitrero, el país estaba en guerra. Además, todavía estaba fresco el ataque a Valparaíso por parte de la Armada española, durante la breve guerra con España de 1866.
A cargo del gobierno de la ciudad estaba el teniente coronel Carlos Wood, quien reunió a la escasa fuerza que tenía a su mando para oponer cualquier intento de desembarco. Mientras, el vicecónsul de Reino Unido presente en la ciudad, Mr. Reynolds, solicitó permiso a Wood para acercarse al barco peruano, conferenciar con su capitán y enterarse de sus intenciones.
Con la autorización del gobernador Wood, el inglés pudo llegar hasta la Unión, donde tras algunas consultas de los oficiales peruanos, reveló que el transporte Glengley había cruzado el estrecho hacía dos días, escoltado por un buque artillado de la Armada. Ahí, García y García comprendió que ya no podría alcanzar a su presa.
Sin revelar lo que realmente quería, el comandante peruano señaló al vicecónsul inglés que tomaría carbón del pontón y que requería víveres frescos para sus despensas. Agregó que si no era molestado, no habría daños contra la población o contra la ciudad. De vuelta en tierra, Mr. Reynolds le comunicó las noticias al gobernador Wood. Pero este se negó a cualquier concesión, atendiendo a que no iba a darle víveres a un barco de guerra de un país enemigo. “Que no estando el pueblo en estado de defensa, no podría oponerme a que tomara el carbón que había en el pontón; pero que víveres no suministaría, y que si intentaba un desembarque, sería rechazado”, escribió Wood en el parte enviado al ministerio de Guerra el 19 de agosto.
Mientras esperaban por la respuesta, los marineros de la Unión tomaron las lanchas presentes en el puerto y comenzaron a remolcar carbón desde el pontón. Por su lado, Mr. Reynolds volvió a subir a la nave peruana para conferenciar con García y García y transmitirle la respuesta de Wood. El comandante limeño no se dejó amilanar y realizó un matiz de su primera comunicación al señalar que si no se le permitía comprar víveres a los comerciantes extranjeros de la ciudad, procedería a destruir toda embarcación que no perteneciera a potencias neutrales. Una vez conocida la respuesta, Wood se mantuvo firme y señaló que no podía consentir en el embarque de los víveres solicitados. Así, la tensión comenzó a crecer.
Fue entonces que los comerciantes extranjeros comenzaron a ejercer presión sobre Wood para llegar a un entendimiento. Le hicieron ver que no contaba con medios suficientes para defender la ciudad y que eso les obligaba a protestar “respetuosamente” contra su negativa. Incluso, algunos de ellos concurrieron a la notaría local para presentar protestas contra la prohibición, que juzgaban excesiva. Sin margen para maniobrar, el gobernador decidió autorizar a los comerciantes extranjeros a vender sus productos a la Unión, pero “con la condición de que empleara su palabra de honor de no ofender al pontón ni demás embarcaciones de la bahía ni a la población”, detalló en su parte oficial.
Así, según Wood, “varios comerciantes extranjeros procedieron entonces a embarcar tan rápidamente como fue posible los víveres que habían vendido”. Entre estos, el gobernador detalló que se les vendieron 2 sacos de verduras, 48 gallinas, 4 cajones de coñac, 22 libras de mantequilla, 2 sacos de cebollas, 8 sacos de papas, 2 barriles de vino, 256 libras de carne y dos bueyes vivos.
Finalmente, la Unión zarpó de vuelta el 18 de agosto a mediodía. Poco antes, Mr.Reynolds se reunió por última vez con García y García. “A nombre de la población neutral venía a manifestarme el agradecimiento de que estaban poseídos por no haber sufrido nada en sus personas e intereses”, detalló el capitán peruano en su mentado informe. Así, finalizaba un episodio curioso de la guerra, el que sin embargo, reveló el descuido del estado chileno de sus posesiones australes.
La Unión continuó sirviendo durante la guerra, participando en acciones en Angamos (alcanzó a escapar del cerco de la marina chilena que finalmente abatió al Huáscar) y en la doble ruptura del bloqueo de Arica por parte de la Armada de Chile, en marzo de 1880. Finalmente fue hundida por su tripulación en el Callao en enero de 1881 para evitar su captura por parte de las fuerzas chilenas.