Una batalla a muerte en el cerro Santa Lucía y Teatinos: la historia del olvidado Motín de Urriola

Francisco Bilbao.

El 20 de abril de 1851, un grupo de jóvenes liberales intentó un golpe para derrocar al gobierno conservador de Manuel Bulnes. La idea era que un coronel -Pedro Urriola- levantara un regimiento y con el apoyo de una barricada popular se tomaran el poder. Pero las cosas no resultaron como querían.


Al amanecer del domingo 20 de abril de 1851, los habitantes de Santiago esperaban celebrar la Pascua de Resurrección. Sin embargo, se encontraron con un panorama muy diferente. En plena Alameda, un grupo de jóvenes idealistas levantó una barricada hecha de manera artesanal con tablones, vigas, maderos, y sacos de nueces usados como improvisados parapetos. Estos, los habían encontrado en las bodegas de la Iglesia de San Juan de Dios.

Los fervientes revolucionarios, imbuidos por las ideas del liberalismo, pretendían derrocar al entonces Presidente de la República, el general Manuel Bulnes Prieto, quien estaba cerca de completar 10 años en el mando. En pocos meses, en junio, correspondían elecciones presidenciales y el gobierno ya tenía su candidato: Manuel Montt Torres, quien se perfilaba como ganador.

Manuel Montt Torres. Presidente de Chile entre 1851 y 1861.

Ávidos lectores, y sobre todo partir de los viajes de varios jóvenes de la elite al viejo mundo, los revolucionarios se empaparon del espíritu liberal y romántico. Ello explica el éxito que tuvo en el país el libro Historia de los Girondinos, de Alphonse de Lamartine, cuyos primeros ejemplares llegaron a Valparaíso en el verano de 1848.

“Desde mediados de 1848 se materializó un verdadero culto por la obra, la que fue discutida y analizada en reuniones que se realizaban por las tardes en casas particulares, o durante la jornada diaria en la sala de redacción del diario pipiolo [liberal] El Progreso, otra costumbre copiada de la Francia de entonces”, explica el historiador Cristián Gazmuri, quien estudió a esa generación en su célebre libro El “48″ chileno : igualitarios, reformistas radicales, masones y bomberos (Universitaria, 1999).

Lamartine frente al Hôtel de Ville de París, 25 de febrero de 1848. Óleo de Philippoteaux.

A los liberales, la figura de Montt les producía cierta tirria debido a que representaba al lado más duro del autoritarismo. Así lo había demostrado, siendo ministro del Interior de Bulnes. El régimen conservador -imperante en Chile desde 1831- se les estaba haciendo difícil de llevar a los inquietos jóvenes liberales, agrupados en organizaciones como el Club de la Patagua, La Sociedad de la Igualdad o el Club Le Pelletier, todos con influencia de los clubes formados en Francia durante la Revolución de 1789.

“El levantamiento fue fruto de una conspiración que se dio producto del enconado ambiente pre electoral de ese año...Respondió a la creencia de los jefes opositores al gobierno y la candidatura Montt de que solo por la fuerza podían salir vencedores, en lo que -por lo demás- tenían toda la razón”, indica el historiador Cristián Gazmuri en su libro El “48″ chileno : igualitarios, reformistas radicales, masones y bomberos.

Francisco Bilbao

Entre el grupo de conspiradores, habían nombres que se habían destacado por darle dolores de cabeza al gobierno conservador de Bulnes. Todos pertenecientes a familias de alcurnia: Francisco Bilbao, Eusebio Lillo, Benjamín Vicuña Mackenna, José Miguel Carrera Fontecilla (sí, el hijo del prócer de la independencia), además de otros intelectuales liberales como José Victorino Lastarria, Pedro Ugarte, Domingo Santa María, Federico Errázuriz, Salvador Sanfuentes y Marcial González.

Fue poco antes del 20 de abril cuando comenzó a fraguarse la revuelta. La idea era sublevar a algún regimiento afín a las ideas liberales, y con el apoyo de los rebeldes, tomar el poder. Para ello, contaron con el coronel Pedro Urriola, quien se dirigió con la idea de sublevar al cuartel Valdivia, ubicado en Santiago. Además, Bilbao prometió llegar con 5.000 hombres. En su cabeza, la idea era replicar lo ocurrido en París pocos años antes, en 1848, cuando una revolución obligó a abdicar al rey Luis Felipe I y dio paso a la Segunda República Francesa.

El coronel Pedro Urriola.

Decidido, Urriola ordenó al teniente Luis Herrera a que procediera a tomar el cuartel de artillería donde se encontraba la guardia cívica, a un costado del cerro Santa Lucía. Sin embargo, bastó que Urriola diera media vuelta para que un disparo sordo acabara con Herrera. Lo hizo un sargento instigado por el general Marcos Maturana, quien concurrió a La Moneda a informarle a Bulnes lo que estaba aconteciendo. A pesar de ello, el Valdivia continuó alzado. Según escribió posteriormente Vicuña Mackenna en su libro Historia de la jornada del 20 de Abril de 1851, Urriola le comentó a un oficial: “Esos cañones serán nuestros dentro de media hora”.

Sin embargo, Bulnes reaccionó personalmente y envió al batallón Chacabuco a que diera combate a los insurrectos. Pero como era muy al alba, Bulnes -según comenta Vicuña- no había alcanzado a desayunar, por lo que debió hacerlo sentado en su caballo. “Consistió este en una taza de mote, que por ‘un cuartillo de real’ (que era la tarifa de aquel tiempo i del otoño) compró a un huesillero que por allí pasaba pregonando”.

Cerro Santa Lucía, a mediados del siglo XIX.

Bulnes hizo colocar los cañones del Chacabuco por las calles Morandé y Teatinos. Por su lado, el Valdivia -entre los vítores de la gente- avanzaba por la calle Estado. “Pasó a formar en batalla frente a San Francisco, entre las calles de San Antonio y de las Claras (N.de la R: la actual calle Mac-Iver), en la acera norte de la Alameda, a una cuadra de distancia del cuartel de Artillería”, relata Vicuña.

Pasadas las 7 de la mañana, los rebeldes pidieron la capitulación del cuartel de Santa Lucía, por supuesto, esto no se obtuvo y comenzó el ataque. Sin embargo, el batallón Chacabuco se había acomodado en la parte alta del cerro Santa Lucía, y desde ahí combatió a la insurrección.

Bilbao apenas llegó con una cincuentena de los 5.000 hombres que prometió, Urriola fue alcanzado por una bala y murió, siendo reemplazado por el coronel Justo Arteaga Cuevas. Este, al verse perdido, huyó a la Legación de Estados Unidos. A las 11 de la mañana el motín estaba sofocado.

Los líderes liberales corrieron con la infausta suerte de los perdedores. Bilbao salió de Chile, rumbo al Perú y nunca más regresó. Murió en Argentina en 1865. Por su parte, Benjamín Vicuña Mackenna fue condenado a muerte y debió huir al exilio, volvió gracias a una amnistía....para seguir conspirando, aunque tras el triunfo de los gobiernos liberales asumió como Intendente de Santiago. Santiago Arcos, huyó junto con Bilbao a Perú, luego a la Argentina. Carrera Fontecilla huyó a La Serena donde siguió complotando y participó en la guerra civil de 1851, y tras la nueva derrota liberal, huyó al Perú. Volvería en 1959, cuando otro levantamiento -ahora liderado por el rico minero Pedro León Gallo- puso nuevamente en jaque al gobierno de Montt. Pero esa es otra historia.

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