Arthur Rankin y Jules Bass: qué animada es la Navidad
Un par de publicistas aburridos de producir anuncios dieron vida a la sociedad creativa más memorable en torno a la máxima festividad del año, produciendo filmes en stop motion junto a un artista japonés arrepentido de haber promovido la guerra.
Para los niños chilenos de los ochentas, la Navidad se instalaba paulatinamente en el ambiente por las vitrinas adornadas, los pinos naturales a la venta en las calles, y el tradicional aviso de una multitienda deseando “pascua feliz para todos”. El clímax ocurría cuando la televisión programaba los cuentos animados “Rudolph, el reno de la nariz roja” (1964), “El Pequeño Tamborilero” (1968), “Frosty, el muñeco de nieve” (1969), “Santa Claus viene a la ciudad” (1970), y “Aquel año sin Santa Claus” (1974).
La trama de esta última era particularmente dinámica y emotiva. Un resfrío y achaques generalizados atacan a Santa, semanas antes de la festividad. Influenciado por el consejo de un amargado médico, que insiste en la supuesta irrelevancia de la fiesta, Santa decide no trabajar en Nochebuena. Su esposa trata de convencerlo de lo contrario sin éxito, así que urde un plan. Convoca a los duendes Casca y Bel para encontrar pruebas del cariño popular por la celebración, quienes emprenden viaje con la pequeña reno voladora Vixen.
Las primeras indagaciones de los elfos son un fracaso. En el pueblo de Southtown los niños dicen no creer en Papá Noel, mientras Vixen va a dar a un canil. El alcalde de la calurosa localidad condiciona su libertad, a cambio de que caiga nieve en Navidad. La señora Claus intercede ante la Madre Naturaleza para la nevazón exigida, en tanto niños de todo el mundo hacen llegar cartas a Santa, lamentando la posibilidad de una Navidad sin su presencia. Santa recapacita, retoma la fiesta con energía, y colorín colorado.
Todas estas producciones tenían una característica en común: se desarrollaban con la técnica de stop motion, mediante pequeños muñecos de entre 10 y 20 centímetros, hechos de madera, alambre y lana, filmados a 24 fotogramas por segundo, para lograr la sensación de movimiento.
Cada uno de estos relatos animados fueron producidos y dirigidos por un par de artistas, cuyos nombres se transformaron en sinónimo de la Navidad: Arthur Rankin y Jules Bass.
El trabajo de ambos no solo hizo memorables varias festividades de miles de niños, sino que inspiró parte de la creatividad de Trey Parker y Matt Stone, los realizadores de South Park. En Chile, Pedro Peirano de 31 Minutos, es fan declarado.
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Nacido en Manhattan el 19 de julio de 1924, Arthur Rankin Jr. creció en una familia consagrada a los espectáculos, particularmente el teatro y el cine, con su abuelo Harry Davenport integrando el reparto del clásico Lo que el viento se llevó (1939).
Jules Bass llegó al mundo el 16 de septiembre de 1935 en Filadelfia, proveniente de un entorno obrero. Su padre vendía cerveza y su madre era ama de casa. Estudió marketing en la Universidad de Nueva York entre 1952 y 1954, sin terminar la carrera. Conoció a Arthur Rankin en 1955 en la agencia de publicidad Gardner Advertising de la Gran Manzana. Rankin era director de arte, en tanto Bass se dedicaba a la redacción. Produjeron avisos para empresas como General Electric, recurriendo esporádicamente a la animación.
Aburridos de las campañas publicitarias, fundaron Videocraft International el 14 de septiembre de 1960, decididos a trabajar con una técnica que bautizaron como “animagic”, sinónimo del stop motion, cuyas raíces se remontan a mediados del siglo XIX, y utilizado por primera vez en el cine en 1906. Debutaron con la serie para televisión Las Nuevas aventuras de Pinocho (1960), seguida de Cuentos del Mago de Oz (1961).
Rankin y Bass recurrieron a los servicios del artista japonés Tadahito Mochinaga (Tad Mochinaga en los créditos), que trabajaba en animaciones desde los años 40, cuando el país oriental estaba involucrado en la II Guerra Mundial, como parte de las fuerzas del Eje junto a la Alemania nazi y la Italia fascista.
Mochinaga había hecho los efectos especiales de un filme de propaganda sobre el ataque a Pearl Harbor, que desató el ingreso de Estados Unidos al conflicto, convertida en una pieza obligatoria para estudiantes.
Aquel hecho provocaba remordimientos en el nipón, decidido a encaminar su carrera hacia otros derroteros
“Me enteré de que muchos jóvenes se presentaron voluntarios para el cuerpo de aviación”, relató, “(...) Me pregunto si la película que hicimos influyó en su decisión de presentarse voluntarios... Pensé que en el futuro sólo quería hacer una película que beneficiara a los jóvenes, por difícil que fuera”.
Los azares posteriores al conflicto planetario, llevaron a Mochinaga a trabajar en China, donde desarrolló el stop motion empujado por carencias. Le encargaron un filme doctrinario basado en un cómic. Como no tenía suficiente película, decidió trabajar con marionetas cuadro a cuadro. Fue un éxito.
Rankin y Bass separaron sus labores, aunque ambos aparecían acreditados como guionistas y directores. El primero se dedicaba a supervisar la animación desde Japón junto a Mochinaga en los afamados estudios Toei, donde fueron producidos clásicos como Mazinger Z, Dragon Ball, La Bruja Sally, Sailor Moon y Los Transformers, entre otros.
Por su parte Bass era responsable de la supervisión musical, escribiendo las letras de las canciones que habitualmente se intercalaban en las historias, junto al compositor Maury Laws, en cuyo extenso currículo figura la música de la inolvidable y lacrimógena Marco (1973), y The Muppet Show.
Arthur Rankin se encargaba además de la producción ejecutiva. Era resposable del cronograma, y vendía los cuentos animados a las grandes cadenas de televisión.
“Después de un tiempo, nunca se nos veía juntos”, reveló Rankin en 2003. “Yo estaba haciendo la producción en Tokio, y él grabando una banda sonora en Nueva York”.
“Si estábamos juntos”, acotó, “uno de los dos no era necesario”.
No fueron particularmente locuaces con la prensa. Hacia 1982 dieron una entrevista a The New York Times sobre el filme animado El Último Unicornio, con las voces de Jeff Bridges, Mia Farrow, Angela Lansbury, Alan Arkin y Robert Klein, calificada por el medio como “una película infantil inusual en muchos aspectos, el principal de los cuales es que es inusualmente buena”.
“Cualquier cosa que él pueda hacer”, respondió Rankin sobre quien había aportado más al trabajo, “yo puedo hacerla mejor”.
“No trabajó ni un solo día en la película”, replicó Bass. “Yo lo hice todo”.
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El nombre Videocraft solo duró un tiempo, hasta que pasó a denominarse Rankin/Bass Animated Entertainment, incursionando también en los dibujos animados tradicionales. Cosecharon gran éxito con series imborrables para generaciones infantiles de los 70 y 80 como El Oso Fumarola (1966), El Dragón Chiflado y el increíble mister Toad (1970) y Jackson 5ive (1971), que UCV Televisión -el desaparecido canal 4 de Valparaíso- programaba religiosamente.
El canto del cisne para Rankin y Bass, una despedida en alto por cierto, fue Thundercats (1987).
La empresa fue adquirida por Lorimar hacia fines de los 80, y fue así como la pareja creativa terminó su sociedad.
El último trabajo de Arthur Rankin y Jules Bass, Santa, Baby! (2001), contó las voces de Gregory Hines, Patti LaBelle y Vanessa Williams.
Jules Bass escribió tres libros infantiles y una novela para adultos, Headhunters (2001), sobre cuatro mujeres de New Jersey que viajan a Montecarlo fingiendo ser millonarias. Fue adaptada para el cine en 2011 bajo el título Princesa por accidente en Latinoamérica, con Selena Gomez en el rol principal.
Arthur Rankin falleció el 30 de enero de 2014 a los 89 años en Bermuda. Jules Bass murió el pasado 25 de octubre con 87 años, en una casa de retiro en Nueva York.
“Son el tejido de nuestro hogar navideño, la leña del fuego de Navidad”, declaró el ex jefe de marketing de la cadena CBS, George Schweitzer.
“Sabías que llegaba la Navidad cuando Rudolph y Frosty aparecían en la CBS”.
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