Columna de Rodrigo González: Avatar, El Camino del Agua: La Causa Ecológica de Alfa Centauri

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"La película deslumbra visualmente por la descripción del universo acuático en que se mueven los tulkun y, cosa rara, golpea al corazón con estos mismos seres submarinos. Si desde ahora en adelante Avatar logra entrar al inconsciente colectivo será gracias a ellos".


Es curioso el destino de la saga Avatar de James Cameron. La primera película, la del año 2009, tiene el récord de ser el filme más taquillero de todos los tiempos, con casi 3 mil millones de dólares en recaudación, aunque en general se lo recuerda bastante menos que a Titanic o a los dos Terminator, otros dos largometrajes del mismo realizador. Si es por superar marcas en la memoria colectiva, Avatar la tiene difícil.

Tal vez tenga que ver la casi absoluta digitalización de sus personajes, con actores que desaparecen detrás de esbeltas criaturas azuladas, todas relativamente parecidas. Schwarzenegger es una máquina de matar (o de redención) en Terminator y Kate Winslet y Leonardo DiCaprio son los héroes trágicos perfectos en Titanic. De la misma manera, Sigourney Weaver era la mujer alfa invencible de Aliens, también de James Cameron.

Pero ¿Alguien puede reconocer a Sam Worthington en Avatar? ¿O a Zoe Saldaña? ¿O, en esta secuela, a Kate Winslet y Sigourney Weaver?

En realidad, el negocio de Cameron no son los actores. No en este estado de su carrera. El problema es que mientras la tecnología no le permita caracterizar lo suficientemente bien a sus personajes semi-animados, siempre habrá una pata que cojee y por esta razón Avatar: El Camino del Agua corre el riesgo de desaparecer otra vez en el inconsciente colectivo.

La segunda parte de esta serie cinematográfica concebida en cinco episodios transcurre en la misma Pandora de siempre, una luna perteneciente al sistema estelar Alfa Centauri. El exmarine Jack Sully (Sam Worthington), convertido ya en otro ser Na’vi de Pandora y emparejado con Neytiri (Zoe Saldaña), tiene cinco hijos, tres de ellos biológicos. La vida familiar en armonía con la naturaleza se ve amenazada cuando reaparece en escena el vengativo coronel Miles Quaritch (Stephen Lang), un militar que no perdona a los díscolos en el ejército.

Quaritch, también reconvertido en un bípedo azul y delgado, va por la cabeza de Sully junto a un comando de militares algo caricaturesco. El exmarine huye con los suyos hacia otra región de Pandora y ahí es acogido por un clan de Na’vis de los arrecifes. Están el líder Tonowari (Cliff Curtis) y su esposa Ronal (Kate Winslet), una mujer de espíritu libre y conectada como nadie con la naturaleza.

Y hablando de aquello, lo mejor de Avatar: El Camino del Agua, son sus animales, tanto los que montan los Na’vi para volar como unas gigantescas ballenas llamadas tulkun. Son emotivas, independientes, valerosas y producen en su interior una sustancia capaz de detener el envejecimiento. Eso es una auténtica sentencia de muerte para los cetáceos, perseguidos contra viento y marea por los mercachifles del planeta Tierra, siempre ávidos del mejor postor.

La película deslumbra visualmente por la descripción del universo acuático en que se mueven los tulkun y, cosa rara, golpea al corazón con estos mismos seres submarinos. Si desde ahora en adelante Avatar logra entrar al inconsciente colectivo será gracias a ellos. No deja de ser un logro para un realizador que además de militar en el partido de la tecnología fílmica también lo hace en la causa ecológica.

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