Tantos años trabajando en el cuarto de máquinas del cine con ideología ha hecho que Miguel Littin quiera salir a la superficie y ver como hay una nueva generación que no sabe tanto de las heridas del pasado de Chile. Quizás por eso la protagonista de su nueva película tiene sólo 12 años y su padre que bien podría ser su abuelo, va por los 68 o 69 años. “Es una fábula. Así son ese tipo de personajes”, comenta.
La cinta en cuestión se llama La fábula de la zapatera prodigiosa y su padre el zapatero remendón. Podría pasar por el largo nombre de una narración de Luis Sepúlveda o ser, efectivamente, el título de un cuento en los anales de la historia. Seguramente el director de El chacal de Nahueltoro (1969) busca que parezca lo segundo.
Con 80 años cumplidos, Miguel Littin dice que ya no invocará el nombre de Salvador Allende aún cuando este largometraje “quiere ser un modesto aporte a la reconciliación tras 50 años del Golpe Militar”.
¿Pero cómo hablar del quiebre institucional y sus consecuencias sin mencionar a los actores de la historia? “Ya toqué a Allende en dos documentales y una película de ficción, que fue lo último que hice. Es suficiente”, explica desde Palmilla, la localidad de la Sexta Región en la que vive y de la que fue alcalde durante seis años en los 90.
Littin, que evidentemente prefiere la vida de las regiones a la capital, es además el director del Instituto de Altos Estudios Audiovisuales de la Universidad de O’Higgins en Rancagua. “Acá tenemos profesores chilenos y también extranjeros con clases online. Alguna vez estuvo invitado Nanni Moretti (La habitación del hijo, 2001), por ejemplo. Y también, por supuesto, nos dedicamos a la formación de alumnos”, explica sobre la experiencia docente en la que ya lleva ocho años involucrado, el tiempo que ha pasado más o menos desde su largometraje anterior.
Complementa: “Es el período de tiempo más largo que he tenido entre un filme y otro. Eso tuvo que ver con la pandemia, aunque afortunadamente nunca me dio Covid, y también con que a veces para llegar a las cosas más simples hay que tomarse más tiempo”
¿Por qué esta película es más simple?
Me refiero a que es una fábula y con su título eso es evidente. Se mezcla la magia, la realidad, el surrealismo y también el dolor. Es un reto que involucra para mí la condición humana. Tiene que ver con un país que no ha logrado reconciliarse y con el dolor que esto implica y que a todos nos atañe. Siempre se ha usado mucho la expresión “reconciliación”, pero nunca se ha hecho demasiado al respecto en realidad. Y eso es porque implica un esfuerzo de todos para poder superar el pasado.
¿Cómo se enmarca esta fábula en el contexto de los 50 años del Golpe Militar?
Neruda, en el Canto General, se refiere a que pasan y pasan los años y la herida por la muerte de los hermanos Carrera aún no sana. En el pasado reciente, en Chile cargamos con el dolor que le ha tocado a toos en los últimos 50 años, tras el Golpe de Estado. Y esa aflicción golpea a compatriotas de un lado y de otro. En ese contexto se enmarca mi modesta fábula, que pareciera que a veces toca la realidad y a veces no.
Considerando que es una película que habla de la reconciliación, ¿Va a mostrar sólo a la izquierda chilena o habrá representantes de todas las tendencias políticas?
Es que no es un filme ni de izquierda ni de derecha. Nunca se pronuncian las palabras comunismo, socialismo o fascismo. Es, como dice el título, la historia de una zapatera prodigiosa, que en este caso también se dedica a bailar, y la de su padre. Una fábula, como le he dicho antes. Más allá de ser de izquierda o de derecha, son seres humanos. Una película con alegrías, desconsuelos, grandezas, penas, muy diferente a todo lo que he hecho antes.
¿Filmará en regiones o en Santiago?
En regiones, en lo más olvidado de la provincia, con una gran presencia de la naturaleza, de los ríos, de los lagos. En una especie de tiempo indeterminado, un medioevo que nunca existió como en Chile. Además de la niña y el padre, hay otro personaje, el Tuerto, que anda en los 85 años. Y un chico de 18 que se llama Sombrero Verde. Y una mujer de 35 años, que está al medio.
¿Es un filme alegórico entonces?
No, nada de eso. No hay alegorías. Lo que hay es lo que vemos: la zapatera, el padre, los paisajes, los conflictos. Como decía Vicente Huidobro, una rosa es una rosa. Ahora bien, cada quién puede interpretar lo que vea de acuerdo a su parecer.
Pero para que la historia toque el reencuentro debe haber diferencias entre los personajes…
Claro, el padre y la hija son distintos. Cada uno ha vivido padecimientos a su manera, pero también tiene la oportunidad de compartir el dolor. Son diferentes generaciones.
¿Un largometraje con personajes al borde la historia?
Una película de no héroes. Son los que están ahí, pero de los que nadie habla. No tuvieron que ver directamente con los grandes hechos y vivieron como pudieron. Es más, a muchos los conozco. Los veo con cierta frecuencia y he conversado con ellos durante todos estos años.
¿Utilizará actores conocidos?
En general no. Habrá más bien gente que yo conozco, personas que no son actores profesionales, con los que hablo a veces. Se interpretarán a sí mismos. En El chacal de Nahueltoro (1969) habían muchos que no eran actores. Mi idea es poder trabajar también con alumnos de la universidad.
¿Cuándo partirá el rodaje?
Prontamente filmaré algo, pero la mayor parte será en abril. Lo ideal es estrenarla ahora en el marco de los 50 años, aunque como no hago cine industrial con fechas definidas tampoco eso depende totalmente de mí. Nací en 1942, tengo 80 años y trabajo con mis propios tiempos. Esta película, esta fábula será mi modesta manera de colaborar con la reconciliación a a 50 años del Golpe. Buscando reconciliación. De lo contrario, no le veo sentido al recuerdo del aniversario. Si lo que vemos al final es un conjunto de gente desfilando por un lado y otro grupo por otro lado, quiere decir al final que no hay nadie capaz en este país de pensar en el otro.
¿Cuál es el principal objetivo que tiene con sus alumnos de cine en la universidad?
Entre otras labores nos interesa que los muchachos tengan una mirada más orientada hacia el espectador chileno. Queremos que busquen al público chileno con desesperación.
La falta de espectadores surge otra vez como el eterno problema del cine chileno…
Son varias las generaciones que ya se han enfrentado a esto y la cuestión sigue sin solución. No se trata de concesiones al público, sino que de encontrar los temas que nos unan a todos. Tenemos que interesarnos en nosotros. Es importante que nos vaya bien fuera de Chile, como ha pasado con el cine reciente, pero creo que es más urgente que nosotros veamos nuestras películas. Esto del público y el cine chileno ha sido una pelea de siempre. Son muy pocas las veces que se ha conseguido una sincronía entre ambos. No tiene nada que ver con las ideologías políticas. No se le puede preguntar a Juan Pérez Berrocal (Canta y no llores corazón, 1925) cuál era su postura ideológica. Él simplemente hacía películas en los años 20 y le iban bien. Lo mismo pasaba con José Bohr (El Gran Circo Chamorro, 1955) o con Tito Davison, que tiene una muy buena versión de Cabo de Hornos (1951), con la actriz mexicana Silvia Pinal. Otra película que nos retrataba muy bien en su tiempo es Los testigos (1971) de Charles Elsesser. Es un gran largometraje del que no se habla mucho, pero está en la misma categoría de otras películas que se hicieron en esa época como Tres tristes tigres (1968) y Valparaíso mi amor (1969). Quizás no suena muy bonito decirlo de mi parte, pero El chacal de Nahueltoro (1969) fue un gran éxito de público en su momento (sobre los 200 mil espectadores).
Al parecer en Argentina sí hay más conexión. Al menos Argentina 1985 fue un éxito de taquilla y provocó un debate político.
Ellos tal vez quieren más a sus historias o a sus propios actores. Es difícil aventurar una receta. Lo que sí es verdad es que el Estado argentino apoya su cine de una manera que aquí no. Lo mismo en México y en Colombia. En Chile no. Alguna vez el Fondart cumplió esa función en nuestro país. Pero por otro lado los concursos son muy perversos. Acostumbran a poner una generación contra la otra.
¿Usted sintió que como parte de una generación lo pusieron en contra de una nueva?
Permanentemente. Y es injusto, porque siempre sentí que yo apoyaba a los nuevos directores.
Varios esperaban que con el nuevo gobierno cambiara el apoyo estatal a la cultura.
Usted lo ha dicho. Esperamos cambios. Y que sean pronto. Cambios desde el Estado. Como lo es en Francia, donde la televisión trabaja junto a los cineastas en la coproducción de películas. O en España. Pero en Chile seguimos esperando. Al parecer el Estado es inmutable en este país.
¿Siente especial aprecio por algunos de sus filmes y, al revés, cierto rechazo con otros?
Indudablemente que El chacal de Nahueltoro está muy cerca de mi corazón por todo lo que significó y la relación que entabló con el público. Cada plano está en mi memoria. También le tengo mucho cariño a La tierra prometida (1972), con todos sus campesinos presentes. También creo que El recurso del método (1978) podría haberse tomado más en cuenta en su momento, pero no logró todo el alcance que esperaba. O La última luna (2005), rodada parcialmente en Palestina. Y la que me resultó muy ingrata fue Tierra del Fuego (2000). Por esa película no siento nada, no me produce emoción alguna y nunca más la volví a ver. Era una co-producción histórica muy cara, con Italia y España, y con Ornella Muti y Jorge Perugorría entre sus actores. Ellos decían que no les gustaba el cielo chileno. Los únicos que salieron bien filmados fueron los caballos (Ríe).