Bluebells, de Francisca Solar (Planeta)

Él la miró sonriente: “Debo confesar que siento celos”, le dijo. “¿Celos de qué?”, preguntó ella. “De la pasión con la que habla de sus actividades. No creo haber sentido esa libertad antes en mi vida”.

Ella es Laura Villa-Smith, la única ilustradora que viaja en el HMS Beagle, como parte de la expedición científica liderada por Charles Darwin. Es 1834 y la nave británica ha recalado en Valparaíso por algunos meses. Después de un año de travesía, la expedición enfrenta dificultades económicas. Laura ha invertido todos sus recursos en el viaje, y se ve en la necesidad de encontrar trabajo temporal para reunir el dinero que le permita continuar a bordo. Intenta unirse al equipo de Claudio Gay, pero termina por emplearse como institutriz de las hijas de la baronesa Rothschild, quien acaba de enviudar. En la Hacienda Bluebells, cuyo nombre recuerda a una flor distintiva del Reino Unido, Laura conoce al nuevo heredero, lord John, quien llega a Chile acompañado de su madre.

Pero así como Laura elude el destino tradicional de las mujeres de la época, a John no lo atraen los negocios ni las responsabilidades nobiliarias; su verdadera pasión son los libros… y la cocina.

Personajes románticos y atractivos, Laura y John son los protagonistas del nuevo libro de Francisca Solar. Autora de dos novelas que giran en torno al terror y lo fantasmagórico, la escritora debuta en el género romántico, y lo hace con una novela ágil, entretenida y perspicaz, escrita con una prosa sugerente y sensible. Entre la formación de la república y el hito científico que significó el viaje de Darwin, la narración se desarrolla sobre un escenario de gran riqueza histórica, que la autora recrea hábilmente.

Las dificultades del amor y los giros en la trama, tan propios del género, están presentes aquí también, en una novela que destaca además por sus diálogos vivaces y por personajes que se ganan la simpatía del lector.

Francisca Solar ha demostrado talento natural para los géneros populares, si bien escribir una novela romántica es un desafío, más aún para una autora feminista. En cualquier caso, la escritora supera el reto con soltura: entrega una novela que sin dejar de entretener, cumple con los códigos del género, y los refresca.

Teófilo Cid. Escritos sobre literatura, selección de Santiago Aránguiz (Tácitas)

En 1956, a la muerte de su amigo Carlos Vattier, Teófilo Cid escribió: “Vela por el arte, nos dice el insólito suceso, sacrifícate por la belleza. Y morirás pobre y desolado. Morirás réprobo”. Como un triste vaticinio, el poeta que en su juventud militó en el surrealismo, frecuentó a Vicente Huidobro y fue parte del elenco del grupo La Mandrágora, murió en esas mismas condiciones ocho años más tarde. Iba a cumplir 50 años. Con su muerte nació una leyenda en torno a su figura, que fue alimentada por otros poetas y que solía revivir en las crónicas de Enrique Lafourcade.

“Altanero, a su manera. Engreído, a su manera. Polémico, a su manera. Con algo de soberbia. Y una buena dosis de sarcasmo”, lo describe Santiago Aránguiz, el investigador que recopiló los textos reunidos en este volumen: más de un centenar de crónicas literarias publicadas entre 1948 y 1958. En ellas el autor escribe con elocuencia tanto del oficio poético como de obras y poetas. “¿Por qué escribo? ¿Para quién escribo?”, se pregunta en una crónica de 1954. “No soy comunista, no soy partidario de nadie. Gózome, en cambio, refugiándome en mi propia vida. Desde allí, como un francotirador, disparo a voluntad sobre el mundo”.

En casi 500 páginas, Teófilo Cid habla de las polémicas entre poetas, de los concursos literarios, de Vicente Huidobro y Pablo de Rokha. En una de sus crónicas defiende a Stella Díaz Varín, la colorina, de una crítica adversa: “Su audacia, para usar palabras dilectas al crítico, proviene de la inquietud epocal, de cambio y renovación” y su lenguaje posee “intenso reflejo voltaico”, dice. Polemiza con Neruda y aunque asegura que no le gustan los jóvenes, se maravilla con los poemas de Jorge Teillier y con la extraña vejez de Armando Uribe.

El volumen recupera parte de la historia literaria del país, a través de la obra de un poeta que fue mucho más que su leyenda de bebedor.

El Caldero de los Cuentos, de Manuel Peña Muñoz (SM)

Cuenta la leyenda que en Monte Patria, en el valle del Limarí, vivía una hermosa joven indígena llamada Añañuca. En tiempos de la Colonia el pueblo se llamaba Monterrey. Una tarde llegó un joven minero en busca de una mina de oro. Pero en lugar de seguir su camino, el minero se quedó en el pueblo, se enamoró de Añañuca y se casó con ella, prometiéndole que nunca la abandonaría.

Sin embargo, un día apareció el Alicanto, el pájaro que -según se decía- indicaba la ruta hasta la mina de oro. El joven se fue tras él. Nunca volvió.

La joven murió de tristeza y fue enterrada en la ladera de un cerro. A los pocos días, en su tumba comenzó a crecer una planta que en primavera dio bellas flores de intenso rojo. En el pueblo la bautizaron Añañuca. Este es uno de los relatos reunidos en este libro por Manuel Peña Muñoz, especialista en literatura infantil y gran conocedor de los relatos de tradición oral. El tesoro de Chacalluta, El zorro y la perdiz y la leyenda del Tangata Manu, el hombre pájaro de Rapa Nui, son algunos de los cuentos y leyendas recreados por el autor y que cuentan con graciosas ilustraciones de Patricia González.