Cuando el animador César Antonio Santis anunció el nombre del próximo número que se iba a presentar en el escenario del Festival de Viña, un estruendo copó por completo la Quinta Vergara como un huracán de voces. Gente a favor y en contra de la actuación no dudaba en manifestarse, mejor si podía tapar con sus propios gritos al otro.
Así, con un ruidoso recibimiento, los integrantes del conjunto Quilapayún aparecieron enfundados con sus característicos ponchos negros dispuestos a cantar. Willy Oddó, guitarrista, tomó el micrófono. “Pido la palabra”, dijo antes que la silbatina del respetable se la negara con zaña.
La escena ocurrió la noche del domingo 4 de febrero de 1973, en la tercera jornada de aquella edición del Festival de Viña (finalizada el día 12), una de los más polarizadas de las que se tenga memoria en la historia de la música nacional, a semejanza de la difícil situación que se vivía en el país. Para muestra, junto con Quilapayún -artistas comprometidos a fuego con la "vía chilena al socialismo" de la UP- también se presentarían Los Huasos Quincheros, tradicionalmente asociados a los sectores más conservadores.
“La comisión organizadora tuvo una muy mala ocurrencia -señala a Culto el entonces director de la orquesta del festival, Horacio Saavedra-. Eran los dos polos opuestos, y eso se tradujo en el público en una Quinta dividida, muy agresiva”.
Por esos días, las páginas de la prensa se llenaban con la propaganda de los diferentes candidatos que iban a pelear un escaño en las elecciones parlamentarias que venían en marzo. De un lado, la oficialista Unidad Popular; del otro, la opositora CODE, que unía a la derecha y a la DC. La selección chilena, dirigida por el excéntrico entrenador alemán Rudy Gutendorf, se preparaba jugando amistosos ante equipos de clubes con vistas a las eliminatorias sudamericanas al mundial de Alemania Federal 74. Y una noticia como sacada de un filme de ciencia ficción impactaba a los capitalinos: se anunciaba que a fin de año debutaría la línea 1 del Metro de Santiago, aunque eso finalmente ocurrió dos años más tarde.
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Ese 1973, pese al ambiente convulsionado que vivía el país producto de la división política, el certamen viñamarino comenzó sin problemas. La gran estrella era el cantante y actor italiano Nino Renni, de moda debido a su personaje (“Franco”) de una teleserie que emitía canal 13 por esos días. Renni, se presentó durante la primera noche y cantó El mundo que inventamos, tema que salía en el citado culebrón. Además, estaba anunciado el show de un cantante español que llevaba un par de años de carrera y que con el tiempo, en la misma Quinta sería un fenómeno: Julio Iglesias, quien además llegó con sus propios músicos de acompañamiento.
Además, en esa edición hizo su debut un joven conjunto de hermanos antofagastinos que harían historia en la música chilena. “Tocaban como extraterrestres”, cuenta el entonces baterista de la orquesta del Festival, Patricio Salazar, aún impresionado por la calidad de lo que vio. Eran los Illapu. En Santiago aún no se les conocía mucho, tanto es así que en la revista Ritmo escribieron su nombre como “Illapo”.
Pero el buen ánimo pronto se deshizo como la espuma. El viernes 2 de febrero, al subir a escena, el cantante holandés Tony Ronald, quien gozaba de popularidad en España gracias a su versión de Help! y canciones como Dejaré la llave en mi puerta, le dedicó unas sentidas palabras al “Monstruo”: “Yo sé que ustedes están en apuros, y por eso he venido a traer un poco de alegría”.
De inmediato se sintieron pifias. Para los adeptos de la UP eran palabras inaceptables. Y aunque pudo acabar de cantar sin problemas, lo peor para Ronald vino después, pues se filtraron unas declaraciones suyas, que habría hecho en camarines, donde se quejaba de los problemas de escasez y abastecimiento que vivía el país en esas fechas. “Yo no fumo, pero mis músicos sí y en dos días no han podido encontrar tabaco en ninguna parte”, afirmó.
Como John Lennon comparando a los Beatles con Jesucristo, las palabras del neerlandés causaron la molestia de los simpatizantes del gobierno, y –según consigna La Tercera- hasta el Intendente de la provincia apareció en la Quinta para impedir la segunda actuación de Ronald, programada para el sábado 3.
Tras algunas negociaciones, el cantante pudo finalmente presentarse, previa conferencia de prensa donde desmintió haber dicho lo que se le achacaba, y –como no- le echó el bulto a los periodistas. "Nuestra misión es venir a cantar, lo que pasa es que la culpa la tienen ustedes, y nos cogen de los pelos y nos meten en sus problemas".
Pero la tensión no amainó. Más aún, las declaraciones de Tony Ronald serían una cosa menor, en comparación con todo lo que iba a venir.
Pifias al Nobel
"Es una falta de respeto, inaceptable", mascullaba con rabia el señero arreglista y compositor Vicente Bianchi al enfrentar a los reporteros del diario Clarín. "Es una falta de respeto para el público las pifias para contra el gran poeta que es orgullo de los chilenos y del mundo. Era la primera vez que se le iba a tributar un cálido homenaje. Todos los homenajes fueron políticos y era precisamente este Festival, el de Viña el que le debía un reconocimiento".
Si dos años atrás, Chile vitoreaba el Premio Nobel de Literatura ganado por Pablo Neruda, en ese cálido verano entre largas “colas” y chancho chino, su nombre provocó las furiosas pullas de buena parte del respetable. En la competencia folclórica se presentó la canción A la bandera de Chile, interpretada por Los Fortineros, con música de Bianchi y letra de Pablo Neruda. “Esta, aunque era una de las mejores canciones folclóricas, se transformó en el tema más pifeado”, detalla la revista Ritmo.
Las rechiflas tuvieron lugar cada vez que se hacía mención al poeta, no solo durante esa primera jornada, sino también las siguientes en que las canciones que competían en la categoría folclórica se presentaban ante el jurado. “Es que la política estuvo a flor de piel durante todo el desarrollo”, agregó la publicación dedicada a la música y el espectáculo.
“El tema, por razones absolutamente políticas, ha sido pifiado por un sector del público como nunca antes a otra canción”, detalla la crónica de La Tercera escrita por María Inés Saéz. Y cómo no. Neruda era un reconocido militante comunista, había sido senador por aquel partido e incluso tuvo que arrancar al exilio durante el gobierno de Gabriel González Videla. Si bien, había ganado el Nobel, era claro que un sector del país no le perdonaba su posición política.
Para Bianchi, la manifestación era algo que no debía tener lugar en la Quinta. “Mi total desacuerdo con el público. No se debe tomar color político con el ambiente artístico”.
El compositor ya tenía tiempo trabajando junto a Neruda. Su colaboración había dado lugar a las grabaciones que el conjunto Silvia Infanta y Los Baqueanos había hecho de varios poemas del parralino musicalizados por él, como Romance de los Carrera, Canto a Bernardo O’higgins” o la legendaria “Tonada de Manuel Rodríguez”. Pero esa vez, ni el símbolo patrio más transversal de todos bastó para saciar una tensión que acabaría por explotar en los siguientes días.
El plan B de Quilapayún
Ese domingo 4 de febrero, en la mañana, los miembros de Quilapayún no solo despertaron con la expectación de presentarse en la Quinta Vergara, sino con una noticia que impactó al país. Durante una intervención quirúrgica por una úlcera, había muerto el conocido folclorista Rolando Alarcón; profesor normalista, discípulo de Margot Loyola y ex director artístico de Cuncumén, era uno de los puntales de la Nueva Canción Chilena.
Quilapayún –que había ganado junto a Víctor Jara la primera edición del Festival de la Nueva Canción- era uno de los nombres más esperados en la Quinta dado su compromiso con el gobierno de Salvador Allende. Por lo mismo, ya se especulaba con la posible reacción del "Monstruo" durante su presentación.
Pese a la tristeza por el amigo fallecido, había un show que presentar. Como un equipo de fútbol que sale a jugar una final, los miembros de la agrupación ya habían empezado a palpitar el partido desde antes.
“En los días anteriores al festival, la derecha hizo una propaganda tremenda en las playas y calles de Viña del Mar contra nuestra actuación -recuerda a Culto Eduardo Carrasco, líder del conjunto de las “tres barbas”-. Era bastante agresiva, con figuras en las que aparecíamos ahorcados y cosas así. De manera que era obvio que las cosas se iban a poner complicadas. Como en esa época, y en realidad siempre, hemos sido muy queridos en Valparaíso, parte del público consideró una tarea de primera importancia ir a defendernos. Era gente del pueblo de modo que nuestro público copó las galerías del recinto”.
En el programa de la jornada, se contemplaba el anuncio de las canciones chilenas que pasarían a la competencia internacional junto el resto de los temas extranjeros. Además, estaban planificadas las actuaciones del humorista Tato Cifuentes, el ballet Pucará, el conjunto Los Perlas, y el Quilapayún.
Como el Colo Colo de Luis Álamos -que meses después llegaría a la final de la Copa Libertadores-, los jóvenes músicos se concentraron en su show, el cual tenían totalmente planificado en cada detalle. “Teníamos un plan A y un plan B -recuerda Eduardo Carrasco-. El plan A era en el caso de que nos dejaran actuar. En ese caso la idea era cantar un repertorio unitario y de defensa de los valores nacionales: canciones como Nuestro cobre, La muralla, Soy del pueblo, etc. Nuestro discurso iba a buscar una defensa de la cultura y representaba un interés patriótico”.
¿Y el plan B?: “Era en caso de que nos impidieran la actuación, sea con manifestaciones, con boicot u otras cosas más violentas. En ese caso la idea era cantar todas las canciones más políticas: Las Ollitas, La Batea, La Tribuna, etc”.
Al salir a escena, los miembros de Quilapayún fueron recibidos con una ruidosa acogida, puesto que desde las tribunas –con simpatizantes de la oposición- comenzaron a pifiar, mientras que en las galerías –con adeptos al gobierno de la UP- comenzaron a aplaudir furiosamente en defensa de la agrupación.
Con dificultad, Willy Oddó logró hacerse escuchar para dedicarle la presentación tanto a Violeta Parra como a Rolando Alarcón, lo cual desató una fuerte reacción del público. Luego, entre medio de los gritos, apenas pudo presentar la primera canción, Nuestro cobre. Un tema en que se respaldaba la nacionalización de la industria del metal rojo, realizada primero con Frei Montalva (la llamada nacionalización pactada, en 1969), y luego profundizada por el gobierno de Salvador Allende (mediante la estatización de la gran minería del cobre, en 1971).
Pero las cosas no solo se quedaron en gritos. “Desde que salimos al escenario comenzó una batahola tremenda y un sector de la tribuna comenzó a tirar cosas al escenario, a gritar y a pelearse con los que nos defendían”, cuenta Carrasco.
"La participación del conjunto fue recibida por la mayoría del público con una cerrada y mayoritaria silbatina, mientras que grupos de partidarios de los Quila, estratégicamente ubicados en las primeras filas de los palcos y la platea, apoyaban su presentación", detalla Ritmo.
Un punto que en la prensa de la época llamó la atención fue la gran cantidad de personas ubicadas en galerías que estaban apoyando a Quilapayún. Desde las páginas de diarios y revistas, se acusó que los hombres de X Vietnam habían pagado 300 entradas para llevar público propio.
"Que yo recuerde no hubo nada de eso -desmiente Eduardo Carrasco-. Lo que cargó los dados en beneficio nuestro fue la gente que se filtró desde los cerros. Creo que la propaganda que se hizo antes del festival, en orden a transformar nuestra actuación en una batalla campal, fue la principal responsable de lo que ocurrió".
La gente que se metió desde los cerros –según comenta Carrasco- se debió que en esos tiempos la Quinta estaba rodeada de alambradas, en las cuales había boquetes por donde se podía filtrar cualquier persona. “Eso explica por qué cuando comenzaron los incidentes el público de las galerías formó rondas que circulaban en torno a galerías y tribunas bailando y gritando en favor nuestro. La gente no solo colmaba los asientos sino todos los espacios de la Quinta Vergara”, agrega el músico y filósofo.
Con el plan B corriendo, los Quilapayún desarrollaron su presentación en medio de la batahola. Tal como lo habían planeado, sonaron -entre otras- La batea y Las ollitas.
Pero el público, enardecido, pasó de las palabras a la acción, por lo que comenzó a arrojar diversos proyectiles, algunos de esos dirigidos a los hombres de La Cantata Santa María de Iquique. Carrasco recuerda el momento con vividez: “Las cosas que tiraban no nos tocaban porque el escenario estaba bastante lejos del público. Pero sí caían sobre los músicos de la orquesta”.
"Primero fue una pelea entre el público, y luego se desahogaron contra el escenario, y empezaron a tirar todo tipo de objetos: botellas, piedras, bolsas con excremento, monedas, cualquier cosa -cuenta Horacio Saavedra-. Llegaban donde estábamos nosotros. Fue tan dramático y yo tratando de calmar a los músicos porque nosotros no podíamos hacer ningún tipo de manifestación política. Nosotros estábamos haciendo un trabajo profesional".
Al momento de ser arrojados los proyectiles, Patricio Salazar ocupaba su lugar en la orquesta del Festival sentado tras su batería, sus baquetas y platillos. Si bien recuerda el momento, pone la pelota contra el piso: “En realidad, en esa época se daba mucho eso. No fue tan dramático para nosotros porque los chilenos estábamos acostumbrados a esa cuestión. Tiraban de todo, aunque nada que ver con vandalismo de ahora. Los de la derecha empezaron a tirar cosas porque no les gustaba Quilapayún. Claro, uno se preocupa por la seguridad de uno, del instrumento, pero no fue más que eso”.
Pese a todo, Quilapayún logró llevar adelante el show de principio a fin. "Nosotros hicimos exactamente el programa que teníamos pensado hacer. Cantamos todo lo que habíamos pensado cantar y después partimos. En realidad cada nueva canción que cantábamos provocaba una reacción de entusiasmo por un lado y de furia por el otro", relata Carrasco.
"Después del tercer tema, los Quilapayún se retiraron -cuenta Ritmo- pero sus partidarios insistían en que volvieran al escenario. El público, entretando [sic], seguía pifiando. Era un griterío ensordecedor. El clima de tensión en la Quinta hacía temer que se produjeran desórdenes más serios".
Fin de la actuación. El bullicio sigue. El grupo agradece y se va rápidamente mediante un operativo ya planificado por la organización. “Un equipo especial de seguridad nos sacó rápidamente de la Quinta Vergara. Todo se hizo en unos minutos. En el recinto la gente quería que volviéramos a cantar, pero nosotros ya nos habíamos ido”, relata Carrasco.
Los integrantes del conjunto no fueron los únicos en huir en estampida. "Llegó un momento en que los miembros de la orquesta tuvimos que salir arrancando tapándonos con los instrumentos. No se pudo hacer nada más, se desmontaron las cámaras de televisión. Todo el mundo nos fuimos", cuenta Horacio Saavedra.
El “Monstruo” había despertado. Y fuerte. Rápidamente los animadores -César Antonio Santis y Rosa María Barrenechea- presentaron al siguiente número. Era el eterno fusible de Viña: el humor. Pero el público no estaba para risas. Con la responsabilidad de intentar hacer reír en una de las jornadas más difíciles de la historia, Tato Cifuentes subió al escenario. Duró 20 minutos. Salió tenso, pero vivo. “El cómico con una extraordinaria presencia de ánimo permaneció en el escenario, logró imponerse y hacer su número -detalla Ritmo-. Después de su actuación fue calurosamente felicitado en los camarines por la ‘proeza” que había realizado”.
Pero aún quedaba historia. En esos años, el Festival de Viña era televisado a todo el país vía TVN. Sin embargo, ni bien salieron los Quilapayún al escenario, el canal simplemente los cortó. ¿Qué pasó? “Habíamos llegado a un acuerdo dos días antes de que no iban a cantar dos canciones que eran políticas, una era la del cobre y la otra La batea. Y no era más que eso porque el resto de su repertorio era espectacular”, contó el entonces director escénico de la transmisión, Eduardo Ravani en conversación con Ignacio Franzani para el programa Mentiras Verdaderas.
Cuando empezó la presentación todo cambió. "Con Gonzalo [Beltrán, director de la transmisión] dijimos 'esto no lo podemos transmitir, esto es un caos' y Gonzalo da la instrucción de que hay que borrar la cinta que ya llevaba dos canciones", agrega Ravani en el mentado espacio televisivo. Así, ese documento se perdió para siempre.
"La decisión de no grabar fue tomada en el momento mismo de los hechos por el director del canal Helvio Soto. Se pensó equivocadamente que de esa manera se iban a calmar los ánimos en el país, lo que a esa altura ya no era posible", señala Carrasco.
-¿Cómo fue que se enteraron?
-Nosotros fuimos informados cuando todo terminó. Nos indignó el hecho porque toda nuestra actuación fue hecha en realidad pensando en la televisión.
Pero la transmisión televisiva no fue lo único que se suspendió esa jornada.
Por culpa del "Patito chiquito"
Cuando escucharon la noticia, los integrantes de Los Huasos Quincheros no lo podían creer. Meses de trabajo para preparar su actuación en Viña, de un momento a otro se veían trabados. La frustración era enorme, había indignación y rabia.
El hecho era que por acuerdo municipal, el festival se suspendió el lunes 5 debido a los incidentes ocurridos durante la presentación de Quilapayún. Y no solo eso, su show no iba a ser reprogramado. En corta y breve ceremonia, Los Huasos Quincheros eran separados de la parrilla.
Pero el caldo ya venía cocinándose desde hace días antes, y venía cargado al amargor.
El viernes anterior, 2 de febrero, se reunieron el representante del grupo con el alcalde de la ciudad jardín y los regidores (concejales, en la jerga actual). En la junta, no solo hubo espacio para las habituales palabras de buena crianza, sino que al representante le hicieron una petición: la canción El patito chiquito no debía ser interpretada en el escenario de la Quinta.
Se sorprendió. Simplemente, para el mánager aquella solicitud era una censura. Masticando la rabia, señaló que el grupo no aceptaría dicha petición. Así, el alcalde le solicitó al presidente del Jurado, Luis Sigall, que se reuniera con el señero conjunto intérprete de pulcras tonadas criollas, cantadas con sus elegantes juegos de voces.
En la refrescante noche viñamarina, Sigall se reunió con el líder del conjunto, Benjamín Mackenna, quien reiteró la negativa de los Quincheros a retirar la canción de su repertorio.
En rigor, El Patito chiquito era una canción donde en base a un juego de verso/estribillo, los Quincheros hacían bromas acerca de la contingencia nacional. “Todos los Presidentes, incluyendo a Alessandri y Frei aplaudieron las estrofas que los aludían abiertamente. Nunca nadie se enojó ni menos censuró al grupo”, señaló la crónica de La Tercera.
El conjunto se sentía doblemente agraviado. Y la situación despertó la solidaridad de otros artistas. Por ejemplo, Alejandro Bianchi dijo a La Tercera: "Con un buen contingente de carabineros se habrían evitado todos los incidentes. El Festival no debería haberse suspendido. Los regidores que acordaron tomar esta decisión son los únicos culpables, porque ellos conocían el repertorio del Quilapayún".
Por su lado, tras haber pasado por las pifias a Neruda, Claudio Echeverría, integrante de los Fortineros, explicó a La Tercera: "No estoy de acuerdo porque con esto se dilata y se aumenta el asunto. Creo que está muy mal el hecho de que por ambos bandos traten de provocar un enfrentamiento".
Mediante un comunicado publicado en la revista Ritmo, Los Huasos Quincheros se declaraban como "apolíticos" y recalcaban que "las expresiones artísticas no deben estar ligadas a ideologías políticas determinadas ni instrumentalizadas". Además catalogaban de "insólita" la medida de ser borrados de la parrilla festivalera, y la criticaron duramente. "Esta eliminación unilateral y discriminatoria tiene una base absolutamente falsa, cual es la de encasillar a Los Huasos Quincheros en una posición política".
Por supuesto, no dejaron pasar el episodio del Patito chiquito. “Tampoco aceptamos bajo ningún pretexto que se condicione o censure de forma previa nuestras actuaciones sobre la base de presunciones o prejuicios como ha ocurrido en este caso”.
“La explicación de la suspensión del festival era un hecho obvio para todo el mundo. No se podía proseguir con un acto que podía desatar la violencia. En nuestro caso felizmente no se llegó a mayores, pero seguramente más de algún asistente salió de la Quinta con la nariz quebrada”, opina Eduardo Carrasco.
El día lunes los pasillos del Hotel O'Higgins fueron copados por periodistas y fotógrafos en busca de reacciones. La jornada suspendida no era cualquiera. Esa noche en la Quinta se daría a conocer el nombre de la canción ganadora en la competencia folclórica, y el título de la pieza que representaría a Chile en la competencia internacional -se llevaba a cabo en la segunda mitad del certamen-. Pero la cancelación obligó al jurado a reunirse en la biblioteca del recinto. A las 22.10, salieron.
Mi río, interpretada por Charo Cofré, y compuesta por Julio Numhauser quien curiosamente, fue uno de los fundadores de Quilapayún y ejercía como director de la compañía disquera estatal IRT, se llevó la Gaviota en el género folclórico. Emocionada hasta las lágrimas, la cantante le dedicó su triunfo al fallecido Rolando Alarcón. “Se me han juntado muchas cosas en estos días -le dijo a Ritmo- creo que no puedo decir una cosa más”.
La versión 1973 del Festival recién se reinició el siguiente viernes 9 de febrero. Y un viejo conocido de la Quinta Vergara traería algo de calma.
Un pasajero a Viña
No lo soportó. La tensión ambiente era tal, que Julio Zegers decidió pasar los días de festival en su habitación en el Hotel O’Higgins. Aprovechaba las tardes junto a los músicos que le acompañaban para ensayar y dar algunos toques a Los Pasajeros la canción con que representó a Chile en la competencia internacional de ese verano.
"La cosa estaba muy complicada, las pifias a unos, las pifias a los otros, por todo lo que estaba pasando", recuerda el músico al teléfono con Culto.
Zegers no era ningún aparecido. Ya tenía una Gaviota de Plata en un rincón de su casa gracias al primer lugar conquistado con su Canción a Magdalena, en 1970. Eso le dio una cierta visibilidad. Fanático de Bob Dylan, Jacques Brel y la música griega, el rubio cantautor asegura que entonces no estaba en sus planes volver a competir en el certamen. Pero la distancia con el terruño lo llevó a tomar la guitarra mientras se encontraba fuera del país.
Fue durante una estadía en Brasil, a mediados de 1972, cuando al músico le vino la idea. El viaje, acaso uno de los tópicos más clásicos en la creación artística fue lo que motivó la canción. "Hoy que la pradera va cambiando de color/que una silueta se despierta bajo el sol", escribió al principio.
La terminó bajo el sol de Nápoles, en la casa de unos amigos italianos, a quienes visitó tras salir del país de la samba. "En realidad no conocí nada de Nápoles, porque tenía que terminar la canción -recuerda hoy entre risas-. Yo decía, 'voy a volver a Chile, y nadie se va a acordar de mí'. Entonces la mandé al festival desde allá. Y no me acordé más hasta que llegué acá. Ahí supe que había quedado".
El cantautor asegura que en esos días, la competencia de Viña seguía protocolos rígidos. Pero él deseaba presentarse a su manera. "Normalmente la gente cantaba solo con la orquesta, y yo no me hallaba mucho con eso. Entonces incorporamos al guitarrista que me acompañó después muchos años, Pablo Astaburuaga; el Santa Salas, que tocaba percusión, y un trío de amigos que ponía todo el color con las voces. Entonces hicimos una cosa que en el fondo fue distinta".
Así, en juntas en las casas de sus amigos, Zegers preparó la canción junto al grupo que lo acompañó y al pianista Matías Pizarro, quien dirigió la orquesta especialmente para la ocasión. Lo que le valió otro encontrón con la organización del Festival. "Matías no tenía experiencia en dirigir, era intérprete -señala el artista- y verdaderamente nos tuvimos que jugar el todo por el todo para que dirigiera él. Pero sus arreglos fueron geniales".
De esa forma, el músico junto a su banda de apoyo subió a la Quinta Vergara, primero para ganar su nominación como representante de Chile en la fase internacional. Luego para hacerse un lugar en la historia como doble ganador de la competencia, que esa temporada tuvo a 10 composiciones en carrera. La revista Ritmo señaló que Los Pasajeros era “una buena composición de Julio Zegers, con una linda melodía y una letra decidora”.
Fue a pocas horas de iniciarse la jornada final, en que el compositor supo de su triunfo. La revista Ritmo se atribuye el mérito de haberle contado la noticia. "Cuando le comunicamos el resultado a Julio Zegers, que estaba en el casino de los artistas, no lo creyó. 'No me hagan bromas...están bromeando...no es cierto' fue su respuesta".
"Me avisaron un poco antes que había ganado, pero yo decía 'esto se gana cuando lo anuncian en el escenario', y me quedé callado. No le conté ni a mi familia, ni a los músicos, ni a nadie", recuerda.
En una Quinta Vergara repleta hasta los cerros, según aseguran las crónicas de la época (en algunos medios estiman una asistencia de 25.000 personas) Zegers levantó la Gaviota de Plata en una ceremonia "fría e improvisada", según detalló Ritmo. También se aprovechó de entregar los reconocimientos de la competencia folclórica, que había sido suspendida por los incidentes ocurridos noches atrás.
"En ese momento fue simplemente una manera de mostrar mi trabajo -recuerda el ganador 73'-. Durante mucho tiempo fui a las galerías por allá arriba. No me interesaba para nada mandar ni una canción al festival. pero las cosas se fueron dando y lo tomé como una parte del trabajo nomás, pero con los años me dí cuenta de la trascendencia que ha tenido cuando hasta los vendedores en los semáforos tienen tan buenos recuerdos después de tantos años".
Se apaga la antorcha
Así, Zegers volvió a obtener una nueva Gaviota para el living de su casa. En segundo lugar quedó la sentida balada Laissez Moi Le Temps (Dame el tiempo), de Francia, interpretada por el cantante Romuald. Años después, el tema obtuvo cierta relevancia al ser versionado por Frank Sinatra en inglés bajo el título Let me try again y que el cantante Peabo Bryson interpretó en la versión 2000 del Festival, cuando compitieron las mejores canciones de la historia del certamen. ¿El premio al mejor intérprete? Tony Stevens, de Inglaterra.
"El jurado era maravilloso, no era como hoy que cada canal promociona a la gente que actúa en sus teleseries, y los lleva de jurado -afirma Zegers-. Pero es el jurado que hoy se merecen. Para mí gusto, las canciones de hoy son muy poco atractivas, entonces merecen tener esos jurados. Ojalá aparezca como han aparecido ocasionalmente, gente con canciones interesantes".
"A mí personalmente no me llamó mucho la atención, quizás porque no tenía mucha participación la batería -señala Patricio Salazar sobre la canción ganadora-. Esa tenía un estilo bastante nacional, con guitarrita. En cambio, la de Romuald era una balada internacional, a gran orquesta, ¡gran orquesta! con tremendos arreglos y un gran cantante. Los del jurado creo que se equivocaron, tuvieron muy mal ojo, ¡si después la grabó Frank Sinatra! Y salió acá de Viña".
Tras pasar por la batahola, los Quilapayún se trasladaron con todos sus bártulos desde Viña hacia Valparaíso, donde sus seguidores -entre el ventarrón porteño, las calles y sus niños- les tenían una sorpresa. “Se nos hizo un recital de desagravio en las calles de Valparaíso con miles de personas. Fue muy hermoso”, recuerda emocionado Eduardo Carrasco.
Horacio Saavedra se mantuvo al frente de la orquesta del Festival de Viña hasta el 2010. En su fuero interno, la versión 1973 se le transformó en inolvidable. Hasta hoy cree que el escenario de la Quinta no es el idóneo para expresiones políticas. "La gente que paga su entrada se siente con el derecho de protestar o a manifestarse. En esa época eran muy pocos los que se atrevían a decir frases políticas en el escenario. Ahora no. En el Festival todo el mundo se cree con derecho a insultar, a promover la odiosidad. Eso no debería ser", señala.
Por otro lado, Julio Zegers sostiene que la manifestación política en la Quinta Vergara es un asunto que solo atañe al proyecto del artista en cuestión. “Yo creo que eso está en cada uno, si uno tiene una idea, verá dónde la quiere cantar. Depende de la seguridad que se tiene en lo que se está haciendo y no subirse a caballo de una cosa que no le corresponda, en el sentido que alguien diga ‘voy a hacer una canción de tal o cual cosa’; eso me suena más a oportunismo”.
Patricio Salazar señala que la de Viña 73, fue la edición más difícil que le tocó participar. “Yo miraba al público y miraba este espectáculo, porque la gente pifiaba y había mucha adrenalina, tiraban cosas a los músicos, aunque nunca más sucedió. Ahora, igual tenía que estar pendiente porque si el maestro Saavedra marcaba y yo no entraba, ahí sí que se ponía dantesca la cosa”.
Salazar, una verdadera leyenda de las baquetas nacionales y quien fuera el baterista estable de varios programas de televisión (Cuánto vale el show, Dingolondango, Festival de la una, entre otros), además de haber tocado para músicos como Gloria Simonetti, José Alfredo Fuentes y Buddy Richard, agrega una reflexión: “Yo creo que un músico no puede irse ni a la izquierda ni a la derecha, si la música es de todos pos huevón”.