Era el concierto más esperado del último tiempo. Sobre todo, porque el regreso de Los Bunkers, consiguió acumular expectativa más allá del evento en sí. Los hitos previos, como las apariciones puntuales en Plaza Italia, Concepción, la Blondie, y la rápida venta de entradas, articularon un relato de regreso muy particular y trabajado con cuidado.
En la previa, los asistentes comenzaron a llenar el recinto ya desde las 19.00 horas. Salvo alguna espera, en general, expedito. El atardecer y el fresco del verano que se va, proporcionaron el marco para un encuentro que reunió unas 35.000 personas en el centenario recinto de Plaza Chacabuco. El primero de los 4 shows de regreso (2 en Santiago, más Concepción y Viña del Mar), antes de embarcar al tramo internacional.
Como era de esperar, el show convocó mucha fanaticada sub 30 que presenció al grupo en activo, pero además, muchos fans jóvenes y centennials que solo eran niños cuando el grupo hizo un receso en el ya lejano 2014. No era todo. También adultos, padres con sus hijos, familias con niños que lucían poleras del quinteto. En suma, un evento que pese a su fibra rockera es ante todo un espectáculo familiar, como sucede con varias bandas del primer mundo del rock. Allí reside buena parte del encanto de Los Bunkers; su extenso y bien asentado repertorio que se ha mantenido vigente.
Cuando la noche ya estaba cerrada en Santiago, una introducción musical y una panorámica del recinto repleto en las pantallas marcaron la entrada de los músicos, a las 21.06, ante la ovación de la gente. La arrancada se marcó con una contundente interpretación de Miéntele y Te vistes y te vas, pegadas, tal como en los viejos tiempos y como se escucha en el registro de su memorable show en el Roxy de Los Ángeles, que fue lanzado como álbum el año pasado. Le siguió la siempre encendida y beatlera Yo sembré mis penas de amor en tu jardín, para cerrar un inicio que sonó macizo, a la altura de la reputación de directo del grupo. Aunque con alguna dificultad para escuchar con total claridad los juegos de voces, una marca registrada de su propuesta.
“Hola, bienvenido todo el mundo”, saludó Álvaro López, como un anfitrión, antes de seguir con la eléctrica lectura del grupo para Santiago de Chile, de Silvio Rodríguez, incluida en Música Libre (2010). Siguieron con otro corte de ese álbum, Quien fuera, coreada por la gente, mientras Francis Durán y Gonzalo López cambiaban de instrumento, de guitarra eléctrica a bajo, respectivamente.
Con un show sin pausas, todo se sustentó en la música. “Lo que gatilló el reencuentro, básicamente, fueron las ganas de hacerlo. Nunca nos movimos por otra cosa, en realidad, no es tan complicado”, dijeron a Culto hace un tiempo. Y así se notó. La vibra y la energía entre ellos se mantiene intacta, tal como se pudo apreciar el pasado 1 de marzo con su show íntimo en la Blondie.
Asimismo, el grupo es consciente del momento en que llega su regreso, en pleno auge de la música urbana y la arremetida del público juvenil en los grandes eventos, como el Festival de Viña. Por ello, Francis preguntó por los niños presentes que veían al grupo por primera vez. A ellos, dedicaron Una nube cuelga sobre mí, aquel sencillo cuyo videoclip los juntó con 31 Minutos.
Como habían anticipado en el show más íntimo en Blondie, la noche fue una revisión en extenso de su carrera. Por ello, incluyeron temas menos masivos de su discografía, como No necesito pensar, del álbum La Culpa (2003), o Vida de perros, que dio nombre a su cuarto disco de 2005. También otros como La velocidad de la luz (con su impronta a lo The Byrds de su era country rock) que dio el título a su último disco a la fecha.
Hasta que llegó la primera sorpresa de la noche. En la previa se sabía que el grupo había trabajado material nuevo durante sus sesiones de ensayo. Como lo ha hecho gente como The Cure en el último tiempo, el grupo estrenó en directo una nueva canción, llamada Rey. Una novedad total, ya que no lanzaban un tema inédito desde el disco La velocidad de la luz (2013). En palabras de Mauricio Durán, autor del tema junto a su hermano Francis, es una canción dedicada a los jóvenes. “Una invitación a definir su identidad” sin pensar en lo que digan los demás, señaló.
“Cualquier hombre puede ser una mujer, si tiene el valor para cambiar de piel, aprender de nuevo a amar sin mirar a nadie más, incendiarse en busca de felicidad”, dice la letra en que el grupo se explaya sobre la identidad de género. Una entrada directa a un tema contingente que resuena en el público más juvenil. “Les gustó la canción?”, preguntaron, para recibir un sonoro “Sí”, como respuesta. El tema fue registrado en el Estudio Lautaro, del músico Pablo Giadach (hoy activo con su proyecto The Cruel Visions), el mismo donde los Durán trabajaron como productores del debut de Plumas. Ya está disponible en las plataformas digitales y cuenta con un videoclip grabado en el Parque Cultural (Ex Cárcel) de Valparaíso, bajo la dirección de Camila Grandi (Mon Laferte, Fran Valenzuela), el que se proyectó en las pantallas del Santa Laura.
Asimismo, el show contó con un bien trabajado acompañamiento de visuales en las pantallas laterales. Una de las novedades que se habían anticipado para la noche, con diseños específicos para cada canción, aprovechando la amplia gama de efectos que ofrece la tecnología y denota la ambición del grupo por presentar un show a la altura de su historia.
De allí el uso de la pasarela central que salía desde el escenario. Por allí Álvaro López paseó como un Mick Jagger del Biobío y Mauricio Durán lanzó un breve y distorsionado solo de guitarra que sirvió como introducción para Ahora que no estás, uno de los temas en que el grupo suele extenderse con largos solos al estilo de las bandas de los setentas, acaso honrando a su profunda fibra retro.
La pasarela marcó momentos. Allí se juntaron bajo el pulso del bombo legüero tocado por Mauricio Basualto, para tocar Pequeña serenata nocturna, enlazada con La exiliada del sur, dibujada en los timbres nobles de las guitarras acústicas, como hicieran en el pasado Jorge Coulon y Horacio Salinas desde las filas de Inti Illimani. Un instante de reposo y de corte más cercano, en que el grupo tocó temas como El detenido y Si estás pensando mal de mí, que sonaron como si estuvieran en algún parque de Concepción. Un detalle propio de los shows de alta factura (se vio por ejemplo, en el Estadio Nacional con Coldplay) y que los penquistas manejaron con total naturalidad.
De allí vino un momento con temas más encendidos, como Fantasías animadas de ayer y hoy, Pobre Corazón, Nada nuevo bajo el sol, Canción para mañana, entre otras. El grupo se veía emocionado ante la recepción del respetable y lo remarcó en varias oportunidades.
Tras una pausa para descansar, el grupo volvió para la parte final del set. Un momento en que despacharon temas como Entre mis brazos, El Necio (otra de Música Libre), Llueve sobre la ciudad, y el final con la clásica Miño, acaso su himno social, coreado por la multitud. El grupo en general sonó compacto y afiatado tras los ensayos desde diciembre y con un sonido de sala (a cargo de Gonzalo “Chalo” González) bien definido. Eso sí, había una última sorpresa, y tras un amague de final, incluso con gente ya retirándose del recinto, volvieron para ahora sí, despedirse con La era está pariendo un corazón.
En suma, un buen show para marcar el regreso de una de las bandas imprescindibles de la música popular chilena del último tiempo. Y más al hacerlo en sus propios términos, privilegiando la música y la apertura hacia nuevas audiencias como parte de un plan bien pensado y ejecutado con la misma precisión desde su irrupción en los ya lejanos primeros años del milenio.