La segunda jornada de Lollapalooza devuelve la fiesta
Si el viernes pareció un ensayo del festival incluyendo shows detenidos y reclamos por el bajo volumen que empañó el debut de Billie Eilish, la tarde del sábado resumió una oferta más generosa de estilos, buenos shows y gratas sorpresas. Salvo Drake, la gran decepción de la velada.
Las selfies, los videos y la mensajería -ese control remoto de nuestra vida que es el teléfono celular-, son parte de los motivos que dominan canciones y propuestas en este festival. Algunos, los artistas urbanos chilenos por ejemplo, se contentan con mencionar esta dinámica en sus versos. Suelen canturrear sobre mirar fotos de sus chicas en redes, una práctica repetida en distintos versos. Por otro lado, hay estrellas como Rosalía, uno de los números centrales de este sábado, que utilizan esa cotidianidad con otro cariz creativo, como parte del relato de un montaje plagado de curvas dramáticas, ya revelado en su espectacular show en el Movistar Arena en agosto pasado.
Las pantallas gigantes transmitieron constantemente todos los movimientos y expresiones de la máxima estrella española del momento, favoreciendo los primeros planos.
En algunas secuencias Rosalía era una heroína del pop irradiando sensualidad, coquetería y empoderamiento, en movimientos concertados con soberana gracia, junto a su cuerpo de baile masculino. En otras era una mujer frágil quitándose lentamente el maquillaje, sin que la cámara le diera un respiro porque hoy es así. Todo se registra y se publica.
Lo de Rosalía fue drama, sensualidad y vulnerabilidad, juerga y dolor, en un empaque musical que ha conquistado al gran público y la crítica.
Hasta ahora, lo mejor de este Lollapalooza.
Destruyendo mitos
Los festivales son lugares perfectos para derribar prejuicios o confirmarlos. Los videos de Youtube y los comentarios solían ser lapidarios con Benito Cerati. Desafinado y con escaso caudal, el músico argentino hijo del líder de Soda Stereo, parecía tropezar fácil en la casilla solo-tengo-el-apellido. Pero esta tarde de sábado, el artista argentino-chileno reivindicó su nombre mediante su último álbum solista Shasei -”eyacular en japonés”, explicó-, selecciones de su anterior proyecto Zero Kill, y una sorpresa.
Cerati, con un look oxigenado de cantante new romantic después de muchas giras, no puede evitar la influencia de su padre palpable en al menos un par de cortes; pero hay otros referentes más notorios en su música -Babasónicos en primerísimo primer lugar-, más un sinnúmero de guiños a la cantera del rock sónico de los 90.
Aunque a ratos es imposible no evocar por sus gestos y maneras a Pomelo, el genial personaje de Diego Capusotto que sintetiza a varios rockstars argentinos, es evidente que Cerati ha tomado nota de las críticas. Su voz cuestionada presenta notorias mejoras, al punto de lucirse en Buenos días amor, introducida como una de sus favoritas.
Títulos como Cerca de Zero Kill y Futuro Incógnito, ambos con patente synth pop más ecos de La Ley y los años solistas de su padre, fueron ejemplos de composiciones que hacia el final buscan un giro sorpresivo pero coherente, introduciendo elementos folclóricos, como ocurrió en la primera, mientras la siguiente enfiló por un desvío de sonido recargado y electrizante.
“Para los compatriotas, a ver si la adivinan”, anunció antes de disparar un cover de barniz jungle de Amiga mía de Los Prisioneros -Jorge González en rigor-, funcionando espléndidamente.
Cerró con La Tercera es la vencida, otro momento donde se dejó sentir la influencia paterna.
A Benito Cerati sólo le faltan los hits. Hay trabajo, mejoras, ideas y una sólida base de conocimiento musical con perspectiva melómana. En ese sentido, quizás sobra ambición estilística.
Soy un personaje
La racha argentina siguió con Louta, el nombre artístico del bonaerense Jaime Martin James (28), una de las grandes sorpresas en lo que va de festival. Louta lo tiene prácticamente todo para ofrecer un espectáculo total, donde la música es tan importante como la puesta en escena.
Dos gigantescos globos celestes izaron un manto dorado que cubría parcialmente el escenario, mientras Louta descargaba un ruido ametrallado por doble bombo y pases de batería, que semejaban el remate de un concierto de heavy metal.
A partir de esa intro, en los siguientes cinco minutos pasó al dream pop, el hip hop y una cita a Walk on the wild side, el oscuro clásico de Lou Reed.
Luego ingresó un cuerpo de baile que de inmediato dejó claro por su manera de distribuirse en el escenario, que no era el típico grupo de baile de un número pop, sino artistas haciendo uso de un condimento dramático extra, como integrantes de un musical a los que además se plegaban los instrumentistas, algo parecido a David Byrne en directo ofreciendo mucho más que música, sino una experiencia completa.
El mismo Louta es todo gestos, a ratos con expresión demencial, otras veces sonriente, como si distintos personajes se apoderaran de él dependiendo de la canción, obligando también a moldear su voz.
Las composiciones están organizadas como pastiches con distintas citas, contando pasadas a Pump on the jam, Smell like teen spirit, El Meneíto y La Gasolina, en un impecable ejercicio de pop random de las últimas tres décadas.
Louta cantó al interior de una esfera transparente con trocitos de papel plateado girando a su alrededor, tal como esos clásicos adornos caseros. También se sentó para leer una letra desde un libro, como si se tratara de un cuento. Practicó el drama, el musical, puso a bailar con su collage entre urbano y amante de la electrónica de hace unas décadas. Merece ser una estrella singular.
Los argentinos de esta tarde por cierto -Cerati y Louta-, un lujo en el arte de citar y guiñar con estilo el pasado musical reciente.
Cuando el número trasandino aún no cerraba, arrancó la popular figura nacional urbana Young Cister. Cruzar desde la voluptuosidad estética y musical de Louta, al cancionero concreto de Esteban Cisterna, es parte de la experiencia que hace atractivas estas citas.
Young Cister goza del favor del público que conoce sus éxitos, se mostró agradecido y, cómo dicta el guión del urbano, habló de cumplir su sueño, esa clase de retórica donde estos artistas se expresan como futbolistas.
Al igual que Pailita el viernes, Young Cister se apoyó en pistas vocales fraseando a intervalos. En su lírica, es pasatiempo chequear mensajes y ver fotos de la amada o la ex en redes sociales. La discoteca obviamente es otro reducto insoslayable, como el amor puede ser romántico o promiscuo.
Musicalmente, no hay muchos colores en sus composiciones, solo bases de simples rítmicas. P{or supuesto, siempre es mérito grabar estribillos en el público masivo como Young Cister lo ha hecho. También es deseable algo más de sazón y detalles.
Inmediatamente después fue el show de Danny Ocean. El venezolano es como la versión adulto/zorrona de Camilo, el cantante colombiano que encantó al público infantil y adolescente en el último festival de Viña.
Apoyado por banda, oscila entre el pop de tintes latinos y algo de urbano, en una fórmula de desbordante buena onda que pellizca de Ricky Martin, Diego Torres y algo de Coldplay.
También es romántico hasta la médula y, al igual que Young Cister, sino no fuera por las redes sociales y las fotos, se queda sin mucho que cantar. Livianito, a lo sumo, aunque preciso para la tarde en el peak del calor.
Suban el volumen
Los eventuales recelos por el regreso de Pettinellis sin la alineación original, se esfumaron inmediatamente ante los resultados en vivo.
Álvaro Henríquez levantó la mano junto a sus músicos para ejecutar al borde de la perfección un show de rock clásico con todo, desde pasajes de psicodelia incendiaria de guitarra crepitante a lo Jimi Hendrix, a la balada electro pop latina parida por Los Ángeles Negros en los 60/70, el surf rock y las composiciones de Ennio Morricone.
Tocó una cueca en homenaje a su madre fallecida, ese género que en los 90 Álvaro Henriquez arrancó del ideario de la dictadura, para devolverlo al pueblo y presentarlo a la juventud gracias al éxito de Los Tres.
Emocionó con Hospital como reconfiguró Sexo con amor mediante un arreglo mucho más generoso -denso y pastoso-, con reverencia a Jack White si se quiere, con su sobrino Nicanor Henriquez soleando en guitarra, correctamente.
Pettinellis llegó como reemplazo y fue mucho más que comparsa de esta segunda jornada, sino la patada de decibelios y rudeza que hacía falta en esta edición de Lollapalooza, caracterizada hasta ahora por números más inclinados al urbano, el pop y las sensibilidades de género.
En el cierre de este sábado, la superestrella del hip hop, el canadiense Drake, dejó pendientes las incógnitas que acompañan su extraordinario éxito de ventas, que lo ha convertido en una de los astros históricos del género callejero.
Absolutamente solo en el escenario y recorriendo una pasarela de tanto en tanto, cantó y vociferó desafinado sobre una pista vocal, como ha sido costumbre en esta edición en los artistas urbanos.
Drake -protagonista de un espectáculo inusualmente breve para un cabeza de cartel y que se atrasó por 15 minutos- no irradia nada que lo haga particularmente atractivo. Cumple con los lugares comunes, anota decenas de éxitos que la gente coreó, pero no posee mayores singularidades para explicar que su deporte favorito sea batir récords en la industria musical.
Su meme sigue siendo más entretenido y creativo.
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