Benito Cerati: “La comparación con mi padre no es algo que me haya afectado, ni de grande, ni de chico, ni nunca”
El hijo mayor de Cecilia Amenábar y Gustavo Cerati se presentó ayer en Lollapalooza y dio un show sólido donde alejó todos las fantasmas: ya es un artista con personalidad propia y sin necesidad de presiones como parte de un clan legendario. Aquí habla de los paralelos que siempre se levantaron con su fallecido padre y de cómo el último gran giro de su vida nació de un par de mails.
Benito Cerati (29) cuenta que durante tres años -en 2009, 2010 y 2011- tejió su propio diario de vida bajo una fórmula: escribía textos en varios mails que finalmente terminaba enviándose él mismo, como una manera de capturar para siempre el momento.
“Me autorrelataba mi día a día, las cosas que sentía a cada momento, todo lo que me estaba pasando cuando tenía 15 años. Era un diario íntimo que me propuse vía mail”, completa ahora el músico, sentado ayer en el área de prensa del festival Lollapalooza Chile, antes de su exitosa presentación en el escenario Axe. El parecido con su padre, Gustavo Cerati, es elocuente, no sólo en su rostro y en su pelo enmarañado, sino también en su manera de hablar revuelta, ligera, desenfundando ideas y reflexiones que parecen venir de todos lados.
Pero Benito, con el encierro pandémico, redescubrió esos correos electrónicos pretéritos y cayó de frente con su auténtica personalidad. Con su mundo propio y privado, sin sombras ajenas, pese que gran parte de los escritos corresponden a los días en que el fallecido cantante de Soda Stereo sufrió un accidente cerebrovascular en Venezuela -en 2010- que lo sumergió en un coma del que no retornó más.
“Cuando volví sobre esos mails, me llamaron mucho la atención. Sentí que era una buena manera de reconectar con todas mis partes, porque uno se va haciendo adulto y se va olvidando de quién fue en una época. Yo no quería eso. Era bastante adelantado en ese sentido, sabía que todas esas cosas en el futuro me iban a influenciar y me iban a servir de algo”, admite.
Por lo mismo, Benito quiso empezar a caminar en solitario. Que su música fuera un retrato de lo que decían esos trazados íntimos y personales. En 2022, decidió abandonar su banda Zero Kill -con la que estuvo una década, giró por casi toda Latinoamérica y lanzó cuatro álbumes- para presentarse por primera vez como Benito Cerati. A secas. Un Cerati con todas las de la ley.
Así llegó al festival del Parque Bicentenario de Cerrillos y así se lo ve en su debut discográfico, titulado Shasei (2022): una expresión que significa eyacular en idioma japonés. Un manifiesto, además, de letras existenciales envueltas en decorados electrónicos, interpretaciones épicas y hasta acentos cogidos del folclore. Pero lo más importante: es un Cerati que vuelve sobre nosotros.
“Son las letras más lindas que he escrito. Si bien era un diario íntimo, le tuve que hacer como un tejemaneje para que entraran como estribillo y estrofas. Quedó muy lindo. Es un disco que me tiene muy contento”.
¿Hay una responsabilidad de defender un apellido y una historia que significa tanto para la cultura popular latinoamericana?
No creo que valga la pena adoptar una postura defensiva, simplemente me parece que… O sea, si no estás viviendo y disfrutando tu vida seas quien seas, y estás focalizado en defenderte de lo que sea, es porque no lo estás haciendo bien. No lo estás pasando bien. Tiene que primar el disfrute por sobre todo. Porque la música es eso, jugar, disfrutar. Y las cosas se defienden solas. La historia ha demostrado que las cosas que se atacan, generalmente son las más fuertes.
Pero está claro que su apellido representa algo muy significativo para la cultura en nuestro idioma y hay una historia muy importante detrás.
Sin duda, sin duda, pero eso no me limita a hacer lo que realmente tenga ganas de hacer.
“Yo también quise lanzarme como solista porque Zero Kill era una banda, no era yo, o sea, había mucho trabajo que hacer para que le dieran bola al resto de los músicos, había un trato desigual que a mí me incomodaba desde el afuera. Si bien la pasamos bien y estuvo re bueno todo, yo creo que en realidad lo que hizo decidir hacer algo por mi cuenta es que estaba escribiendo muy personalmente. Estaba tomando experiencias muy mías para escribir, entonces me pareció que era algo que yo tenía que comunicar por mi cuenta”.
¿Las comparaciones con su padre ya le parecen majaderas? En esta etapa, con usted presentándose con su nombre, ¿pueden volver a asomar?
No fue algo que jamás me haya afectado, ni de chico, ni de grande, ni nunca. A mí me criaron así: sé lo que quieras ser, mientras sea genuino y te represente a ti. Mientras sea lo tuyo y lo que es parte de ti.
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Benito Cerati nació en Las Condes, Santiago, el 26 de noviembre de 1993, fruto de la relación entre la modelo chilena Cecilia Amenábar y Gustavo Cerati. Su derrotero es sabido: ya era una celebridad antes de nacer. Sus latidos asoman en el cierre del éxito Te llevo para que me lleves, mientras que Amenábar muestra en el recordado videoclip su avanzado estado de embarazo. En 1995, cuando apenas tenía dos años, el público que asistía al concierto de su padre en el Teatro Caupolicán empezó a corear su nombre, lo que hizo que el músico lo presentara en el escenario ante la multitud.
Desde esa época, empezó a juguetear con teclados y guitarras que le entregaba su propio clan. Pero el salto más formal vino mucho después, hacia los discos Ahí vamos (2006) y Fuerza natural (2009) del argentino, donde colaboró en algunas composiciones.
¿Hay algo de la etapa solista de Gustavo Cerati que usted haya tomado para esta nueva era de su carrera? Usted además conoció muy de cerca ese proceso.
Sí, aprendí de él muchos métodos de composición y cosas así, pero como todo artista que me gusta mucho, como todo artista que uno admira. De cada uno de ellos he ido tomando un poco.
¿Siente constantemente que la gente lo pone a prueba? ¿Qué le exige demostrar un talento propio por tratarse de un artista con el apellido Cerati?
Qué se yo, la música no es dar examen, no es probar nada, pero eso sirve para aplicarlo en toda la vida. Por eso digo, si vos tenés ese approach a la vida de estar constantemente haciendo un examen eterno, es un bajón algo así. Me imagino que algunas personas deben tener esa visión y yo en ningún caso viviría así. Jamás. Lo que creo de mi parte es que a la gente que le gustas, le gustas; y a las que no, no. Es así. A mí a veces me gustan las cosas que hago y otras veces no.
Pero en Lollapalooza Chile, al público le gustó lo que hizo. Con un espectáculo de casi 45 minutos que empezó cerca de las 14.00 horas, Benito Cerati demostró que posee una huella dactilar distintiva más allá de su ADN personal y artístico. Que los años de recorrido han valido la pena.
Un show sustentado en su banda de tres músicos -teclados, guitarras y batería- y donde, vestido de camisa azul desabotonada y pantalón rojo, propone una travesía con cierto hálito oscuro y sintético, con sus dotes interpretativas bien trabajadas y de contornos dramáticos, sin nunca perder el gusto por las buenas melodías.
Incluso se dio el gusto de dedicar un cover para quienes llamó “sus compatriotas”: una lectura acelerada, frenética y con velocidad drum and bass de Amiga mía, el clásico de Jorge González para el disco Corazones de Los Prisioneros (1990). Un obsequio para la patria donde nació. Curioso: con ese gesto, Benito hermana dos mundos que en los 80 siempre parecieron en colisión. Es uno de los tantos buenos momentos de una performance sólida y consistente.
Eso sí, Cerati nunca se olvida de sus raíces. Por ejemplo, cuenta que para este reciente álbum se fue a recorrer el norte de Argentina con su hermana Lisa, básicamente Salta y Jujuy, terminando muchas veces en peñas y recintos donde la banda sonora era el folcore, no el rock o los beats electrónicos.
“En medio de la grabación fui con mi hermana a esos lugares y participamos mucho de cosas que se armaban casualmente, formamos parte de todo eso, me empapé mucho de ese estilo y eso lo terminé incluyendo en mi música”.
También acota que el disco tiene pinceladas de la electrónica que escuchaba hace más de diez años, “lo pesado de Massive Attack y esas cosas que me gustaban mucho”, especifica, para también sumar como influencias los soundtracks trepidantes de películas como James Bond. “Me encantan esos sonidos medios de tensión que tienen esas historias. Hay una banda sonora de James Bond que se llama Goldfinger, donde canta Shirley Bassey, que me gusta mucho, porque son los tipos de voces que a mí me agradan y me fascinan”.
Usted cumplirá 30 años en noviembre. ¿Cómo proyecta su carrera?
Sí, cumplo 30 este año. No sé, me siento igual que siempre. Siento que en un punto recién arranco, creo que en realidad uno siempre está recién arrancando. Sería una mala señal dejar de sentirse principiante, uno siempre está arrancando. Arrancás un nuevo proyecto y dices ‘¿qué camino quiero tomar?’ y, bueno, en tal caso es la primera vez que tomas ese camino. Uno tiene que mantener siempre esa humildad.
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