Fue a eso de las tres de la tarde cuando llamaron a la puerta de la casa de Carlos Quezada. Era un domingo como cualquier otro, el entonces diseñador y profesor no esperaba visitas, pero esta resultó especial porque cambió su vida. “Yo abro la puerta y veo a un tipo que no conocía -le cuenta a Culto vía Zoom desde Francia-. Él me dice ‘Carlos ¡quedaste!’. Resulta que era Eduardo Carrasco”. Corría 1966, y así, de sopetón, Quezada se enteró que había sido seleccionado para integrarse a las filas de Quilapayún y de pasada conoció a uno de sus fundadores, con quien se volvería muy cercano.
Sorprendido, Quezada apenas pudo dar las gracias. “Ahí me di cuenta que me estaba metiendo en una cosa que no había medido completamente”, admite. Más aún porque él ni siquiera conocía a cabalidad el grupo, al que llegó tras pasar una audición frente a Víctor Jara. “Yo no sabía que existía el Quilapayún, no tenía idea, nunca los había visto”, cuenta.
Desde ese momento, Carlos Quezada comenzó una larga carrera en el conjunto de las “tres barbas”. Aunque se ocupaba de las percusiones y las armonías vocales, de cuando en cuando su templada voz de tenor, tomaba la función solista en temas clásicos como A la mina no voy, Un canto para Bolívar, Es el colmo que no dejen entrar a la Chabela, entre otras. “Cuando entré estaba Julio Numhauser, Eduardo Carrasco, Julio Carrasco, el hermano de Eduardo, y yo”, cuenta.
Residente en Francia desde los días del exilio, la carrera de Quezada en el conjunto se extendió hasta su salida a principios de los noventas (junto a Ricardo Venegas), por diferencias con la dirección impuesta por Rodolfo Parada. Eso sí, regresó en 2002 tras el reencuentro de varios de los integrantes históricos, liderados por Carrasco.
Pero la historia tendrá otro giro. Esta temporada se anunció su alejamiento del grupo, el que tendrá como hito final el homenaje que se le rendirá durante una serie de tres shows; el 31 de marzo en el Teatro Oriente, el 1 de abril en el Teatro de Valparaíso, y el 8 de abril en el Teatro Concepción. Las entradas ya están a la venta en Puntoticket.
Pese a que estos conciertos se anunciaron como una suerte de reconocimiento a su trayectoria, el mismo Quezada aclara su situación. “Yo no me retiro del grupo -asegura-. No es que vaya ahora a cantar por última vez porque me retiro del grupo. No, yo me retiro del hecho de ir a cantar a Chile, porque está muy lejos de donde yo vivo. No tiene sentido que me retire del Quilapayún, donde estoy hace más de 60 años”.
El músico precisa que a sus 82 años ya siente el desgaste de una vida de viajes y giras. De allí la decisión que le comunicó a Eduardo Carrasco hace un par de meses, aprovechando una visita de este último a Francia. “Lo que pasa es que para mí, ir a cantar a Chile ahora, tal como mi cuerpo está en este momento, es muy complicado para mí. Es demasiado porque son 13 horas de vuelo, otras 13 horas para volver, más la espera en el aeropuerto y toda la joda. Y yo estoy hasta aquí con los aeropuertos, aviones y todo eso. Es por eso que voy ahora para despedirme, porque yo soy correcto. Entonces a las personas que nos han apoyado, que nos han aplaudido, les quiero decir adiós, muchas gracias. Han sido usted muy gentiles conmigo”.
Músico por casualidad
Oriundo de Puente Alto, Carlos Quezada nació el 16 de noviembre de 1940. Un año en que también llegaron al mundo otros sujetos que se volverían íconos para la generación de los sesentas. “Cuando yo nací, el rey Pelé tenía un mes, John Lennon tenía un mes. Todos fueron reyes ajaja (ríe)”, detalla con la picardía criolla que mantiene pese a los años en el viejo mundo.
En la adolescencia comenzó a interesarse en la música. “Yo estaba articulado con el rock. Era admirador de Elvis Presley, de Bill Halley, escuchábamos muchísimo a los Platters. También tenía un especial interés por un grupo de jazz vocal americano, The Four Freshmen, que me encantaban por las armonías, no entendía cómo podían cantar así. Aparte de eso me interesaba la música de nuestro continente, me gustaba mucho la música argentina, era admirador de Los Fronterizos, Atahualpa Yupanqui ¿los Beatles? ellos vinieron después, pero ya no estaba en la onda rock, ya estaba más metido en el folclore chileno, en la creación más autóctona”.
De hecho, ya hacia los sesentas, comenzó a frecuentar las peñas. Aquellos lugares que reunían a los cantautores interesados por una nueva aproximación a la música de raíz, tras los años del neofolklore con artistas de trajes y armonías pulidas. “Cuando podía iba a la peña de los Parra. Tenía una gran admiración por Rolando Alarcón, Patricio Manns, Víctor Jara y los hermanos Parra que sostenían esa excelente idea”.
Por esos años, Quezada estudió Diseño en la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad de Chile, donde forjó una amistad con Silvia Kaplún, una prometedora diseñadora. Una vez egresado, el futuro músico comenzó a hacer clases en un instituto. “Un día la directora de ese instituto me dijo que necesitaba una profesora o un profesor para un ramo. Yo le hablé de mi amiga Silvia Kaplún y la tomaron. Bueno, resulta que al final del día su marido iba a buscarla al trabajo. Él se llamaba Julio Numhauser, entonces yo me encontraba con él y nos quedábamos conversando. Ahí caímos en la música”.
Junto a Eduardo y Julio Carrasco, Numhauser fue uno de los fundadores del conjunto que por esos días asentaba a Víctor Jara como su director. “Un día me llama este tipo (Numhauser) y me dice: ‘Carlos, yo estoy en un grupo que se llama Quilapayún, tuvimos un problema con uno de los integrantes y andamos buscando a alguien para reemplazarlo ¿no te interesaría?”. Tras meditarlo un poco, aceptó. Pero antes había que pasar una audición en la casa de Numhauser, frente a Víctor Jara como jurado.
En esa audición el grupo buscaba a un guitarrista. “Yo era nulo con la guitarra -recuerda Quezada-. Pero me hicieron pasar y estaba Víctor con un escritorio y su guitarra. Me hizo un examen; me hizo cantar, me dio una nota en la guitarra y tenía que repetirla, cosas así. Bueno, al final me dice que está muy bien, y que me van a avisar”. Ese mismo día, por la tarde, fue cuando Eduardo Carrasco lo visitó para comunicarle su inclusión oficial en el conjunto.
Así, Quezada se integró a los ensayos del grupo en la casa de Carrasco en la calle Los Jazmines. “La reflexión que hago ahora con el tiempo es que seguramente Eduardo estaba ahí (el día de la audición) y se dio cuenta que yo tenía algunas buenas cualidades. Porque después yo supe que hubo una discusión, entre él y Victor, porque yo a Víctor Jara no le interesé mucho porque no era buen guitarrista”. Pero fue la llegada posterior de Willy Oddó la que dejó a Carlos Quezada en las voces y la percusión. “Willy era buen guitarrista y yo tengo sentido del ritmo, entonces me metí fácilmente”, explica.
De esos días de ensayos junto al hombre de El Cigarrito, hay cosas que a Quezada no se le olvidan. “Él ya era director de teatro, entonces era un profesional del trabajo en grupo -recuerda-. Me decía: ‘a ver Carlitos, probemos esto’ y probábamos lo que él proponía. Con él descubrí el trabajo de equipo. Víctor en ese aspecto era muy respetuoso. Con él tú podías trabajar en confianza total, porque él te daba su confianza plena”.
Su historia con Quilapayún solo tuvo un paréntesis en 1992, cuando decidió dejar la banda una vez que la dirección musical fue asumida por Rodolfo Parada, tras el regreso de Eduardo Carrasco a Chile. “Me salí porque Rodolfo tenía unas ideas muy extrañas, muy personales, que yo no las acepté jamás. Yo había conocido a Eduardo, a Víctor Jara, entonces, yo tenía una cierta idea de lo que era dirigir al Quilapayún, y él empezó a instalar ideas según él novedosas, pero no las acepté”.
La molestia con Parada siguió por años, hasta que ocurrió otro hito que derivó en que existiesen dos grupos con el mismo nombre, lo que finalmente se zanjó en tribunales con el triunfo para el Quilapayún dirigido por Carrasco. “Estalló una revolución interna en el grupo que él dirigía, y se salieron varios. A partir de ese momento, nosotros quisimos recuperar la idea de formar Quilapayún, tal como lo habíamos concebido siempre. Y como existía ya un grupo Quilapayún, entonces eso terminó en los tribunales. Entonces fue la justicia la que decidió, finalmente, quién tenía razón en esta historia”.