“Morían de asfixia, devorados por los perros, de frío”: la crucifixión, origen e historia de una muerte cruel

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Cristo en la Cruz, de Mihály Munkácsy (1884).

Originado en Persia, el método de castigo y muerte aplicado a Jesucristo viajó a través de Grecia hasta el Imperio Romano. Su uso en la práctica se reservó a esclavos y delincuentes. Derogado por Constantino en el siglo IV, fue aplicado siglos después en Japón.


Lo escribió con cierta claridad, usando su notable pluma de erudito patricio. El filósofo romano Séneca (4 a. C.- 65 d. C.) dijo que sería mejor suicidarse que sufrir la pena de la crucifixión. “¿Puede encontrarse alguien que prefiera sufrir una lenta y dolorosa agonía, muriendo miembro por miembro, o dejando salir su vida gota a gota, en lugar de morir de una vez por todas? ¿Puede encontrarse algún hombre que quiera ser sujetado al madero maldito, totalmente extenuado, deformado, hinchándose con horribles verdugones en los hombros y el pecho, y exhalando el aliento de vida en medio de una larga y lenta agonía? Él tendría muchas justificaciones para morir aun antes de ser subido a la cruz”.

El método de ejecución con el que los evangelios detallan que murió Jesucristo, era una práctica habitual en el Imperio Romano. Pero como muchas otras cosas, y acorde al espíritu inquieto y sincretista que los caracterizaba, no lo inventaron ellos. Ya el historiador griego Heródoto mencionaba a tres mil personas crucificadas por orden de Darío I, el rey de los persas que gobernó entre los años 522 y 486 a.C.

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Darío I, rey de los persas.

Es decir, el origen cierto de la pena sería ubicado en Persia, es decir, la actual Irán, en los albores del siglo VII A.C. “Desde ahí se va extendiendo al mediterráneo, hacia la parte de Grecia, donde va a ser practicada de manera profusa. Alejandro Magno en sus conquistas por Asia va dejando un rastro de crucifixiones. Luego, hacia el sur se va extendiendo a Cartago, y en entonces en esas guerras púnicas entre romanos y cartagineses, es cuando los cartagineses les hacen graciosa donacion del suplicio a los romanos”, señala el investigador Luis Antequera, autor de Crucifixión: orígenes e historia del suplicio, en declaraciones a la radio española COPE.

“Las primeras instancias registradas de crucifixión se encuentran en Persia, donde se creía que, por cuento la tierra era sagrada, el entierro del cuerpo de un notorio criminal profanaría el suelo. Las aves de arriba y los perros abajo se encargarían de los restos”, señala Damian Barry Smith en The Trauma of the Cross: How the Followers of Jesus Came to Understand the Crucifixion (1999).

De Persia habría sido tomado por los griegos, quienes llamaban “Exposición” al castigo. Lo explica el autor John Granger Cook en su artículo Crucifixion in the Ancient Mediterranean World. “Los griegos aparentemente ejecutaron individuos en algunos casos por clavándolos en tablas. En 479 según Heródoto (Historias 9.120), Xantipo (el padre de Pericles) clavó a Artaÿktes (que era el gobernador persa de un pueblo llamado Sestus) a las tablas y lo suspendieron. Hay dos sitios en Grecia donde se encontraron esqueletos encontrado que haba sido atado a tablas con grilletes o clavos”.

Granger cita un estudio que asegura, que la pena habría pasado a Roma desde el mundo heleno. “Halm-Tisserant (168-169, 188) cree, con alguna justificación, que la crucifixión romana fue una transformación de la exposición utilizada por los antiguos griegos, que se representa en muchos jarrones y otros objetos de arte. Es posible que los cartagineses practicaran crucifixión antes de los romanos, desde los primeros relatos históricos de la crucifixión romana datan de la Segunda Guerra Púnica (218–201 a. C.) entre Roma y Cartago”.

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"Crucifixión", de Pieter Brueghel, el Joven (1610).

Una condena para los esclavos

Tortuosa y en extremo humillante, la crucifixión se basaba en el principio de la muerte lenta y agónica de la persona condenada. “El suplicio de la crucifixión era muy distinto de una persona a otra. Había reos que morían de asfixia, otros devorados por los perros, otros de frío, de sed. El crucificado estaba indefenso, inerme, y muchas veces a merced de los cuervos y de las alimañas”, señala Antequera en declaraciones al medio El Confidencial

“Como poco, la muerte no sobrevenía hasta pasadas 24 horas. Pero hay un testimonio que habla de una crucifixión en la que los condenados a esa pena, un matrimonio de cristianos, tardaron en morir nueve días. Los crucificaron el uno frente al otro, para que el marido viera los padecimientos de su mujer y esta los de él”.

Por su carácter tortuoso, la pena estaba reservada a esclavos y a presos por desórdenes contra el orden público. Sin embargo, ello se ubicaba más en la práctica más que el derecho. En declaraciones a la radio española COPE, Antequera aclara: “No tenemos que sobrevalorar el derecho romano, no todo estaba regulado, aunque Roma fuese la cuna del derecho. No existía una ley que dijese a qué delitos estaba reservada la crucifixión, pero podemos establecer que se debía aplicar a aquellos que afectaban a la seguridad del Estado”.

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Los crucificados en la Vía Apia tras la Tercera Guerra Servil.

Una prueba de ello fue la crucifixión masiva de prisioneros tras la Tercera Guerra Servil , la llamada “Guerra de los gladiadores” que entre el 73-71 a. C.lideró el antiguo gladiador Espartaco, de origen tracio. Tras ser derrotado por Craso, el general romano ordenó que los 6.000 prisioneros adultos capturados fueran crucificados a intervalos a lo largo de la Vía Apia , desde Roma hasta Capua, al sur de la península itálica. Una sentencia ejemplificadora para quienes osaran levantarse contra el poderío de la “Ciudad Eterna”.

De acuerdo a estimaciones de Antequera, entre 50.000 y 100.000 personas fueron crucificadas por parte de la Antigua Roma. Y la cifra total ascendería a cientos de miles durante toda la historia de la humanidad.

Por las continuas revueltas en la zona de la actual Israel, Roma debió acudir a este castigo de manera frecuente. De ahí a que el castigo se le haya aplicado a Jesucristo y haya sido el procurador romano, Poncio Pilato, el que diera la sentencia final.

“Todos los días los soldados romanos atrapaban a 500 judíos o más. Los soldados, impulsados por su odio a los judíos, los clavaron en cruces. Los clavaron en muchas posiciones diferentes, para entretenerse y horrorizar a los judíos que miraban este espectáculo desde el interior de la ciudad amurallada de Jerusalén. Con el tiempo, los soldados se quedaron sin madera para las cruces y sin espacio para las cruces, aunque hubieran encontrado más madera”, escribió el historiador romano Flavio Josefo (37-100 d. C.) en su libro Guerras de los judíos.

Pero todo tiene un tiempo final. Fue Constantino, el primer emperador en detener la persecución de los cristianos y dar libertad de culto al cristianismo, quien a través de un edicto en el siglo IV, prohibió las crucifixiones en el Imperio romano.

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Crucifixión, de Juan de Flandes. Datada entre 1509-1518.

Crucifixión en Japón

Sin embargo, existen registros posteriores de que la crucifixión se siguió practicando en lugares como Japón. Por ejemplo, es conocida la historia de los 26 mártires de Japón, de 1597. Ocurre que un grupo de misioneros católicos se encontraban en ese país con el objetivo de evangelizar, pero se encontraron con la dura resistencia y represión del emperador Toyotomi Hideyoshi, quien tenía una visión conservadora y ortodoxa sobre las influencias de los extranjeros en la tierra del sol naciente.

Si bien, el emperador Shimazu Takahisa había autorizado el asentamiento de la primera misión jesuita años antes, en 1549, lo cierto es que Hideyoshi acabó promulgando en 1587 el primer edicto de prohibición del cristianismo en Japón y expulsión de los misioneros jesuitas.

Así, un grupo de misioneros, laicos e incluso japoneses cristianos fueron colgados en cruces y posteriormente atravesados con lanzas el 5 de febrero del año 1597 en Nagasaki. Entre ellos, se encontraba Felipe de las Casas Ruiz, el primer santo nacido en el territorio mexicano. Desde ahí, los rastros de la crucifixión como pena ya desaparecen en los recovecos de la Historia.

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Los 26 mártires de Japón. Óleo anónimo del s. XVIII, Escuela cuzqueña.

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