No sabes que desperdicio tengo en el alma: Los Tres y la batalla del segundo disco
Lanzado justo hace 30 años, el 6 abril de 1993, el disco Se Remata el Siglo de la fundamental banda chilena mostró un cancionero más directo y una sonoridad particular que respondía tanto a sus intereses como a la ambición comercial. Firmados con una multinacional, el cuarteto desplegó su material con looks rockeros al estilo internacional. Su productor, Mario Breuer, recuerda a Culto algunas claves de ese trabajo. "Un hermoso disco, lo recuerdo con mucho cariño”, dice.
En el emergente rock chileno de comienzos de los noventas, el nombre de Los Tres comenzaba a sonar como una banda que venía a refrescar el panorama. No había mucho. Además de los que venían desde los ochentas, aparecían nombres como La Ley y Anachena, que trataban de abrirse paso ante un medio que no estaba del todo preparado para apuestas que trataban de marcar un nueva época y un foco más profesional.
Los Tres marcaron un punto. Su música, con swing, foxtrot y rock and roll de viejo cuño, sonaba orgánica y muy diferente al pop sintético que había dejado la resaca de los ochentas. Así, con un disco debut homónimo que incluía temas como He barrido el sol y Un amor violento, el grupo penquista comenzó a hacerse notar.
Ese primer trabajo se lanzó con el apoyo del sello Alerce. Pero como el grupo estaba para dar el siguiente paso, firmó con Sony Music. Eso le permitió acceder a un presupuesto profesional y al trabajo con un productor con experiencia con vistas a una proyección internacional. Fue así que el argentino Mario Breuer, que acumulaba kilometraje con Charly García, Soda Stereo, La Ley y otros tantos, llegó a trabajar con el grupo en un vínculo que tuvo tanto de tensión como de colaboración. Así prepararon su segundo álbum, Se remata el siglo (1993).
“Con Los Tres vine a hacer Se remata el siglo. Entonces alquilamos la Oz. Ahí grabamos cuatro temas y llevé canales de televisión, prensa escrita, radio, todos para ver qué diablos hace este argentino que viene levantando polvareda. Más que por una cuestión de producción, era por una cuestión de agitar a los medios”, detalló Breuer en charla con Culto. La idea era amplificar el alcance comercial de los penquistas.
Al escuchar el álbum, este marca un contraste con el debut. Si aquel fue más acústico y retro, en segundo largaduración su sonido, más abierto y rockero, sintetizó intereses de los músicos; de Faith No More al blues. “El sonido de Se remata el siglo es muy especial -dice Mario Breuer-. Yo siempre he tratado de que cada disco y cada grupo tenga su sonido propio, no un sonido mío, un sonido de la banda en ese momento. En pocos discos está esta intención mía plasmada como en Se remata el siglo. Yo escuché una banda de 4 músicos muy elegantes, muy finos, músicos con la altura de Ángel Parra, Titae, Panchito Molina, un baterista de jazz muy afilado y Álvaro Henríquez, posiblemente entre los 3 mejores compositores de música popular que hay en América Latina, como mínimo del siglo pasado”.
Probablemente, el insólito show de Mike Patton y compañía en Viña 1991 tuvo algo que ver, pero lo cierto es que el disco se cruzó con el auge del rock; desde los espectaculares Guns ‘N′ Roses, a la fibra más alternativa de Nirvana. Algo de eso tienen temas como las directas No sabes que desperdicio tengo en el alma y Gato por liebre, que en vivo se extendía con sendos y extensos solos de Álvaro Henríquez y Ángel Parra.
Pero al conocerlos, Breuer tuvo claro lo que quería. “Yo quise empujar ese sonido a un sonido gigante. Habían temas como No sabes que desperdicio tengo en el alma que me pedían un sonido gigante y se me ocurrió ir a grabarlos en la Oz. Fue en un día de semana no bailable, grabamos cuatro temas, con un sonido gigantesco. ¿Cómo lo conseguimos? Estaba mi percepción de la banda y mis instintos en llegar a ese sonido en oposición a otras músicas y otros temas de ellos que por ahí flirteaban con el jazz. Un hermoso disco, lo recuerdo con mucho cariño”.
El paso a una discográfica de mayor calado, suponía un horizonte de promoción muy claro. “Yo supongo que las expectativas era de que Los Tres pasaran de ser una banda under, quizás eran considerados por encima del under, pero no tenían la popularidad que logramos con Se remata el siglo y ni que hablar con la popularidad que logramos con La Espada & la Pared. Yo creo que esas eran las expectativas, multiplicar la cantidad de oyentes y aprovecharse del aparato de promoción y difusión que tenían las grandes discográficas para llevar la banda a un estadio más profesional, desde todo punto de vista”.
Así, el grupo fue vestido con poleras, bermudas, camisas de colores y jeans. Algo así como una lectura penquista del look Seattle, que de alguna forma diluía el fuerte acento local y chileno que marcó la propuesta de Los Tres desde sus comienzos. Algo que se puede ver en los videoclips como de No sabes que desperdicio tengo en el alma y Felíz de perder. Solo en el de El aval se mantuvo una estética más parecida a la de los clips del debut.
También había material más antiguo. Algunos temas como Soñé que estabas justo sobre mí, un pastiche del blues de Chicago al estilo del Biobío, o la bella instrumental Follaje en el invernadero, con sus guitarras deudoras de Johnny Marr, ya eran parte de los sets de directo de la banda desde los inicios de los noventas. Se pueden escuchar en registros como la presentación de los penquistas en el café del cerro, disponible en YouTube.
Incluso Piratas, aquella canción en que Henríquez despotrica contra los sellos discográficos, estuvo considerada para el álbum debut, pero finalmente encontró espacio en Se remata el siglo, acaso como un chiste con dedicatoria. Una jugada que pocas veces se vio en el repertorio posterior del grupo. “Noventa para mí, cinco para tí, CBS, Alerce, EMI”, decía la letra, omitiendo por supuesto a Sony.
Con todo, en algunas notas de prensa el grupo manifestó no quedar del todo conforme con el trabajo de Breuer en la producción. Una tensión que se prolongó hasta su siguiente álbum, el celebrado La espada & la pared (1995). “De alguna manera yo traté de darles una estética y la necesidad de algún giro comercial, lo que no quiere decir compartir música comercial sino, bueno algo así como lo que hicimos en la Oz -dice Breuer-. El año pasado vine y me tomé un taxi. Justo sonó No sabes que desperdicio tengo en el alma, un tema que no lo escuchaba desde hacía casi 30 años. Yo escucho, sonaba increíble. Y el tipo diciendo ‘ustedes los extranjeros que no conocen a este grupo increíble, ya no se hace más esta música’. Cuando le terminé contando, él no me creyó”.
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