La batalla que Metallica se llevará hasta su obituario (y cómo impactó nuestras vidas)
Metallica lanza este viernes 14 se nuevo disco, 72 Seasons. Pero hace exactos 23 años, la banda se preocupaba de otros asuntos e iniciaba una de las cruzadas más legendarias de la historia del rock: su lucha contra Napster para impedir que la música se pudiera compartir libremente en el universo digital. Un hito que así resuena hasta nuestros días.
Hoy, cada vez que un artista se queja de las bajas cifras recibidas por streaming, su (justo) reclamo es un eco de la demanda judicial que enfrentó a Metallica con Napster, el sistema P2P para compartir archivos digitales que cambiaría para siempre la historia de la música. O, mejor dicho, la historia de cómo escuchamos, compramos y valoramos hoy por hoy las producciones musicales.
“Es algo que estará en mi obituario”, dijo Lars Ulrich al Huffington Post hace diez años. Desde este incidente de telúricas repercusiones para la industria -que empezó justo hace 23 años, el 13 de abril de 2000, cuando la banda demandó a Napster-, el baterista del cuarteto es perseguido por un fantasma que lo asocia con un afán codicioso y con un hambre desmesurada por proteger su patrimonio a toda costa.
Pero, ¿es tan blanco y negro el alcance de esta contienda?
El mismo Ulrich lo expresó de forma bastante comprensible en 2013. Napster fue inteligente al tildar a los autores de Master of puppets de rockeros dinosaurios acaudalados, torpes con la tecnología y ciegos respecto a su poder futuro, y que solamente buscaban más y más dinero para costear su estilo de vida ricachón. Una premisa que prendió como un lanzallamas entre los aludidos usuarios de Napster, en su mayoría universitarios de clase media y media baja.
Lars, sin embargo, anotó a su favor un punto que no deja de trascender, acusando que su enfado no tenía que ver con el dinero, sino que más bien con el control de su catálogo. Ser capaces de decidir, como artistas, si es que desean o no subir obras disponibles de forma gratuita para sus fans. “Nunca nos hemos opuesto a que nuestros fans compartan grabaciones de nuestros shows”, sentenció por esos días.
La velocidad de antes
Es preciso recordar que en el 2000 nos encontrábamos en los albores de internet. Descargar una canción a través de un servicio P2P podía llegar a tardar hasta media hora, y un disco muchísimo más. La conexión mediante módems conectados a la línea telefónica entregaba un servicio lento, inestable y propenso a las caídas e interrupciones -sobre todo, si alguien más en el hogar deseaba hacer uso del teléfono-.
Muy distinto a contar con las condiciones actuales que hacen posible la existencia de servicios de streaming de audio e incluso de video; o de presenciar shows en vivo vía YouTube o mediante plataformas como Mandolin, donde es posible comprar tickets para disfrutar de performances exclusivas en tiempo real.
Metallica no fueron los únicos en combatir contra un college-dropout como Shawn Fanning, amo y señor de Napster. Lo hizo también la mismísima RIAA (Asociación de la Industria Discográfica de Estados Unidos) antes que Metallica u otros nombres que también se habían sumado a las quejas, como Dr. Dre.
Sin embargo, el impacto mediático de este enfrentamiento de Lars versus la modernidad fue tal que parecía la lucha solitaria de un dinosaurio más que un signo de los tiempos. El músico tampoco hizo mucho por apaciguar las aguas entre sus nuevos fans que hacían uso de la novedosa tecnología disponible, pues en los MTV Awards del 2000 protagonizó un sobreactuado comercial falso donde llega de improviso a la habitación del VJ Marlon Wayans y procedía a llevarse todas sus pertenencias, desde su lata de refresco hasta a su novia, todo amparado por el resquicio de compartir. Al final del lastimero video, una voz en off estampa: “Napster, es divertido compartir cuando no se trata de tus propias cosas”. De fondo, sonaba nada menos que I disappear, la canción que inició todo el alboroto legal.
Metallica tal vez nunca hubiese escuchado hablar de Napster sino fuese porque una versión sin mezclar de dicho corte, grabado para el soundtrack de Mission Impossible 2, se filtró meses antes de la publicación del soundtrack y terminó sonando en una veintena de radios.
“Me llamó el manager (Cliff Burnstein) diciéndome que esta filtración tenía que ver con Napster”, decía Lars. Para la banda, la gran diferencia entre intercambiar grabaciones piratas de conciertos en cassette o grabar cintas para los amigos era la escala y la rapidez (para aquel entonces, hoy esa velocidad parece un chiste) con que dicha canción llegó a miles de usuarios en tiempo récord. “No es sobre el dinero, como astutamente quiso enmarcar Napster. Es sobre tener el control”. Control creativo versus control de daños. En la demanda, Metallica solicitó que 335.000 usuarios fueran bloqueados del servicio.
iPods para todos
Si bien quienes en su momento hicieron uso del servicio para descargar el track no eran precisamente los former fans de Metallica, sino más bien la segunda generación de seguidores -aquellos nacidos en la década de los 80- la importancia de la distinción es fundamental para entender el impacto que tuvo en la industria este hecho.
Los fans más prehistóricos de la banda crecieron con formatos de consumo muy diferentes. El LP y el cassette, mucho menos aptos para la copia sin pérdida de fidelidad como lo son el disco compacto y los archivos de audio digitales, son un objeto de colección por definición. El advenimiento de las grabadoras de CDR, paralelo a las plataformas de P2P, hizo posible un tipo nuevo de piratería que hizo un giro simbólico hacia lo desechable.
La victoria por infracción de derechos de autor hizo posible, como consecuencia, otra realidad, amparada en una solución legal al problema de los registros digitales pero con letra chica a largo plazo: Steve Jobs y el advenimiento de iTunes y el iPod fue una maniobra estratégica que cimentó las bases del streaming. Cobrar por canción y diseñar un dispositivo premium a la medida de la portabilidad del nuevo milenio. Bandas en apoyo de Metallica y bandas -astutas, muchas, en busca de nuevas audiencias- en contra de un reclamo que sigue vigente 23 después.
Cuando una multiventas del pop actual como Taylor Swift acusa los bajos pagos de Spotify; cuando Jay-Z, Beyoncé, Kanye West y Rihanna se acuartelan en Tidal; e incluso cuando una institución del rock como Neil Young decide quitar todo su catálogo del archivo del coloso del streaming como herramienta para manifestar su disgusto por compartir plataforma con el podcast de Joe Rogan, pues siempre el evento al que cada uno de estos acontecimientos remite es a este litigio pionero.
Si bien en las grandes ligas, donde la mayoría de los ingresos se obtienen a través de giras de presupuestos exorbitantes, donde este revuelo por un porcentaje fútil parece ídem, es en la otra cara de la moneda, en la esfera de lo independiente y el siempre quijotesco hazlo-tú-mismo que el cambio de paradigma y las entradas monetarias insultantemente escuetas que ofrece el streaming hacen de la labor artística más que un acto vocacional o recreativo, una labor de kamikaze.
En julio de 2001, en plena batalla por el control, la efervescencia del ego (artístico) y la plástica tormenta mediática, Ulrich escupió palabras proféticas en una de sus audiencias judiciales ante el senado, en vista del surgimiento de alternativas de financiamiento y salvataje como Bandcamp y Patreon: “Recuerden también que mi banda Metallica es lo suficientemente afortunada de tener una gran vida gracias a su trabajo. La mayoría de los artistas con suerte llegan a tener un salario decente y necesitan cada fuente de ingreso posible para poder llegar a fin de mes”. Nada más importa.
Al final, en 2001, Napster llegó a un acuerdo con Metallica. Ulrich, en aquel momento, se tranquilizó: “Creo que hemos resuelto el asunto de una manera que funciona para los fans, los artistas y los compositores”, dijo.
“Nuestra pelea no ha sido por el concepto de compartir música, todo el mundo sabe que nunca nos ha molestado que nuestros fans intercambien cintas de nuestros conciertos. El problema que tuvimos con Napster es que nunca nos preguntaron a nosotros ni a otros artistas si queríamos ser parte de su negocio. Creo que este acuerdo creará la protección a los músicos que necesitábamos de la compañía”.
Con el tiempo, el percusionista también le bajó la estatura a lo sucedido: “Me gustaría haber estado mejor preparado para la tormenta de mierda en la que nos metimos”, reconocía en 2014. “No me arrepiento de haber atacado a Napster, pero me parece extraño que, para mucha gente, aquello se haya convertido en nuestro legado, porque, para mí, es una nota a pie de página”, culminó. Y dio por terminada una lucha que parecía sin tregua.
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