A inicios de abril de 1983, medio centenar de escritores chilenos llegó a Rotterdam. Procedían de Alemania, España, Suecia, Inglaterra, Italia y Canadá, entre otros países. Todos o casi todos exiliados, estaban allí Cecilia Vicuña, Antonio Skármeta, Gonzalo Millán, Mauricio Redolés y Soledad Bianchi, invitados al Primer Encuentro de Poesía Chilena en Rotterdam, organizado por el Centro Salvador Allende. Sin embargo, la intervención más comentada y que dividió a la asamblea fue la de un poeta ausente: desde Chile Enrique Lihn envió una carta que leyó su amigo Waldo Rojas. En sus primeras líneas, decía: “No puedo decirme amigo de ustedes; porque, al menos para mí, y desde hace años, solo existe el partido de la amistad; ni compañero para arriba ni compañera para abajo”.
Polémica y asertiva, la carta de Lihn (1929-1988) tomaba distancia de los artistas del exilio, sobre todo de aquellos que se arrogaban la representatividad de la cultura chilena, así como del arte proselitista. “La partidización de los escritores los convirtió, generalmente, en políticos de segunda mano y en protagonistas muy discutibles de una cultura populista y no popular”, anotó.
En esas líneas, se revelaron también las cicatrices aún sensibles de sus querellas con la izquierda durante la UP. Con su habitual frontalidad, la carta dice que entre los invitados hay personas de las cuales desconfía. Algunos de ellos, convertidos en funcionarios del gobierno de Salvador Allende, procedieron “como usuarios agresivos de su ideología, críticos y censores oficiales. Politizados de la noche a la mañana, tuvieron el fanatismo y la ceguera de los conversos; entraron a los partidos en el poder y cerraron la puerta detrás de ellos, para resolver, a puertas cerradas, el problema del cuoteo”.
Habló también contra los ideólogos del destierro y los fabuladores que exageraban los atropellos y recorrían el mundo como “fantasmas acomodados”. “Las tragedias, injusticias y transgresiones reales de los Derechos Humanos no debieran necesitar del oportunismo de esos radioteatralizadores”.
Resistido por la izquierda y sospechoso para el régimen militar, Lihn escribía sin filiación partidista. Entre la precariedad económica, la censura y la represión política, el poeta encontró nuevas formas de expresión y se convirtió en una de las figuras de la contracultura. En su carta a Rotterdam dice: “Los que nos hemos quedado en Chile, por elección o por inercia, podemos sostener que la censura, la autocensura, la falta de libertad de expresión, a más de constituir instancias cambiantes según los vientos que soplen -férreas en unos casos y en otros relajadas- no han afectado a la continuidad de la poesía chilena sino que le han agregado nuevas tácticas de literaturidad, formas distintas de relación de los textos con los textos y de los textos con la realidad”.
El happening y el teatro, así como la performance, fueron parte del repertorio de recursos que el poeta desarrolló en dictadura y que integran Enrique Lihn, fantasma de carne y hueso, exposición que se inaugura el próximo 28 de abril en el Centro Cultural Matta de la embajada de Chile en Buenos Aires.
Organizada por su hija Andrea Lihn y curada por Ana María Risco y Cristián Silva, la muestra tiene carácter documental y exhibe libretas, manuscritos, dibujos y fotografías del autor, así como registros audiovisuales de algunas de sus performances, como Adiós a Tarzán.
Apoyada por el Ministerio de las Culturas, el Gobierno Regional, Fundación Imagen Chile, Dirac y la embajada chilena, la muestra abre asociada a la Feria del Libro de Buenos Aires, donde Santiago es ciudad invitada de honor, si bien la gestión inicial es de la hija del poeta.
-Esta es una gestión mía y la ex ministra Julieta Brodsky la apoyó. Me interesaba mostrar esta exposición en Argentina por la relación que tuvo mi papá. Acá publicó Batman en Chile, La orquesta de cristal y la República independiente de Miranda. Y ahora se reeditan cuatro libros. Acá tiene muy buenos lectores -dice desde Buenos Aires.
Uno de esos lectores y amigos es el actor Patricio Contreras, quien leerá poemas de su libro La pieza oscura en la inauguración.
El mundo familiar y emocional asociado a ese libro, el primero de Lihn, es uno de los ejes de la muestra; el otro es su faceta de histrión, que recoge dos acciones bajo la máscara del personaje Gerardo Pompier: Lihn y Pompier en el día de los inocentes y Pacífico Sexto otorga la orden Ultimus Caballero a don Gerardo de Pompier. Junto a ellos, se exhibirán registros de sus obras de teatro Niú York, cartas marcadas y La Radio, así como fragmentos de su cómic Roma la loba.
Disfraces
El afiche lo diseñó Eugenio Dittborn y en él se lee: Lihn y Pompier en el día de los inocentes. El martes 28 de diciembre de 1977 el poeta se presentó en el Instituto Chileno Norteamericano. Comenzó leyendo sus poemas recientes y acabó convertido en Gerardo Pompier, un personaje carnavalesco, pomposo y anacrónico: una máscara con la que Lihn parodia el lenguaje vacío de la dictadura. Desde una suerte de ataúd con ruedas, Pompier elabora un discurso delirante que aludía a la matanza de inocentes y, de soslayo, a los desaparecidos.
Creado por Enrique Lihn y German Marín, el personaje apareció por primera vez en la revista Cormorán, que ambos editaron entre 1969 y 1971. Ex cadete de la Escuela Militar, seducido por la bohemia surrealista, Pompier es un poeta de culto, una figura relamida conocida paradojalmente como el Autor Desconocido.
“Era una especie de hiperescritor fallido, era la irrealidad de la literatura, la prosopoeya de los discursos oficiales, la Bohéme de Puccini, el caballero que venía del modernismo decimonónico con todo lo que eso implica: lo obsoleto que se mantiene dominante y vigente. Además nos servía para lanzarnos cuchufletas unos a otros”, diría Lihn.
A inicios de los 70, Lihn volvió a Chile luego de vivir dos años en Cuba. El poeta llegó a la isla con una idea heroica y romántica del proceso y salió profundamente desilusionado por el clima opresivo que respiró.
“Yo mantuve buenas relaciones con todos hasta que comenzó esta especie de revolución cultural que inició Fidel, presionado por la URSS. De esa época son las declaraciones realmente energúmenas contra los intelectuales burgueses y los ‘liberaloides podridos’. Ahí las cosas se vieron tal como eran: el ejército era el que mandaba”, le dijo a Juan Andrés Piña.
Si Lihn volvió a Chile con “cierta resistencia al PC”, el caso Padilla fue un punto de inflexión en sus relaciones con la izquierda. Amigo del poeta cubano, Lihn fue uno de los pocos que lo apoyaron ante la humillación que sufrió de parte del régimen, que lo acusó de delitos contrarrevolucionarios.
“Para Enrique, que tenía un medio de vida muy precario, su reacción le significaba un suicidio económico; un suicidio, en realidad, de todo tipo”, recordó Adriana Valdés en El otro Lihn.
En Chile el poeta observó cómo sectores de la izquierda adoptaban el lenguaje de la revolución cubana y veían con desconfianza a “los intelectuales de procedencia burguesa”. Polemizó defendiendo las particularidades del proceso chileno y contra la idea de que los intelectuales debían convertirse en “intérpretes de las luchas populares”.
-Mi papá tenía una postura muy crítica y en la UP al final le dieron un trabajo miserable, en un escritorio en un pasillo de la Corfo -recuerda Andrea Lihn.
Tras el golpe, el poeta perdió su empleo y quedó a la deriva, sin respaldos de ningún tipo. Aun así, decidió quedarse.
-Fue algo muy doloroso para él. Se quedó sin trabajo, no tenía dónde publicar, estaba solo. Fue muy criticado entre los exiliados -dice su hija.
Gracias a Cristián Huneeus, encontró refugio en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, donde enseñaban Carla Cordua y Roberto Torretti, y al que se integraron Nicanor Parra y Ronald Kay. En torno al centro orbitó una constelación de artistas y escritores, como Raúl Zurita y Diamela Eltit.
En esos años Lihn dio forma a dos novelas donde reaparece Pompier (La orquesta de cristal y El arte de la palabra). Y lo llevó a escena en la performance del día de los inocentes y en otra acción en la casa de Nicanor Parra, en Conchalí, con motivo de sus 50 años, donde Pompier fue nombrado último caballero. En la ceremonia, donde participaron Felipe Alliende, Manuel Silva Acevedo y Leonora Vicuña, entre otros, Pompier recibió una culebra y una luma.
Como Nicanor Parra con el Cristo de Elqui, Lihn encontró en Pompier un disfraz a através del cual burlarse y atacar, con ironía y humor negro, a la cultura oficial de la época. Fue un referente para los poetas jóvenes. Y prosiguió su batalla con libros como El Paseo Ahumada, que lanzó en la misma calle y por la cual fue detenido,
“No dio puntadas con hilo”, como dijo Cristián Huneeus. Pero se volvió uno de los poetas chilenos más influyentes.
-Fue muy admirado por los jóvenes. Incluso Bolaño dijo: No nos merecemos a Lihn. Nicanor Parra al único que le reconocía admiración era a mi papá. Cuando estuvo enfermo iba constantemente a verlo a la casa. Y hoy su poesía sigue siendo muy contemporánea -dice Andrea Lihn.
Como él mismo dijo, “o encuentro mi camino o me abro uno”.