A poco de arribar a las aguas de Arica, el presidente del Perú, general Mariano Ignacio Prado, recibió un telegrama directo desde Iquique. Las autoridades del entonces puerto peruano, notaron que cada noche los buques de la escuadra chilena que bloqueaba la ciudad, salían de la bahía a fin de evitar ataques de torpedos. En el fondeadero solo se quedaba la corbeta Abtao, que debía someterse a reparaciones de sus maltrechas maquinarias.
Así, Prado notó que tenía un buen objetivo. No perdió el tiempo y ordenó al comandante Miguel Grau, quien arribó con su Huáscar a Arica el 9 de julio de 1879, que zarpara hacia Iquique, hundiera al Abtao, y regresara raudo al abrigo de los cañones peruanos en Arica. Sería una incursión rápida, letal y precisa, en la que debía usar el espolón de ser necesario.
El monitor peruano acababa de llegar desde el Callao. Hasta ese momento, había estado en reparaciones tras los daños sufridos en la primera incursión a Iquique, la que derivó en el combate naval del 21 de mayo, el hundimiento de la Esmeralda y la pérdida de la fragata blindada Independencia en los roqueríos de Punta Gruesa. “Estaba pintado de azul verdoso, color de mar; tenía carbon inglés que arrojaba poco humo, y sus máquinas y fondos limpios”, detalla Gonzalo Bulnes en su clásico libro Guerra del Pacífico.
Previsor, Grau se desplazó pegado a la costa para evitar ser detectado, gracias a la sombra de los altos cerros de la cordillera costera. Mientras, en Iquique el bloqueo chileno era mantenido por una división naval integrada por el blindado Cochrane, la cañonera Magallanes, el Abtao y el buque carbonero Matías Cousiño, propiedad de la compañía carbonífera de Lota, el que lo había facilitado a la Armada de Chile al arrancar la guerra.
Siguiendo los datos que recogió en el camino, Grau envió un telegrama a Iquique solicitando que se apagaran las luces de la playa para evitar resplandor que lo delatara. La repentina oscuridad de la bahía llamó la atención del comandante del Abtao, capitán de fragata Aureliano Sánchez Alvaradejo, que esa noche estaba en la bahía, como siempre, en faenas de reparación. Por ello, decidió salir rápido del lugar en el sentido opuesto al que tenía previsto.
Así, al arribar a Iquique a las 00.45 de la madrugada del 10 de julio, Grau no divisó al Abtao. Ningún rastro. Ninguna estela en las quietas aguas de la bahía. Contrariado, el comandante peruano decidió explorar los alrededores en busca de alguna presa para no perder el viaje, aunque sabía que se arriesgaba a encontrarse con el Cochrane, una situación sobre la que tenía una instrucción clara: lo debía evitar a toda costa, pues el acorazado chileno era muy superior en capacidad de fuego.
Fue así que a eso de las 2.20 de la madrugada, divisó el costado de otro buque. Lo identificó como el carbonero Matías Cousiño. “Grau estuvo en duda si echarlo a pique o tomarlo a remolque -detalla Bulnes-. Su primera intención fue aquella, y con bocina gritó al capitán del Matias: ‘¡Capitán, arrie botes y salve la gente que lo voy a echar a pique!”.
Pero el capitán del Matías, Augusto Castelton, contestó que no estaba autorizado a arriar la bandera. En el momento ordenó la huida, sorprendiendo al Huáscar. En el acto, Grau ordenó romper fuegos contra la frágil embarcación, logrando perforar su casco. Pero los disparos delataron la posición del monitor, y al poco rato, los vigías peruanos avisaron de humos que se acercaban.
En principio, Grau pensó que se trataba del Cochrane, por lo que se preparó para escapar. Grande fue su sorpresa al notar que no era el blindado, sino la cañonera Magallanes, un buque de mucho menor calado y potencia ofensiva, que en el papel, no era rival para un monitor blindado. Así, decidió atacarlo sin más y llevarse una mejor presa desde las aguas de Iquique.
La Magallanes fue construida en astilleros británicos y estaba al servicio de Chile desde 1874. Fue el primero en el país en contar con doble hélice, lo que le daba mayor capacidad de maniobra que los vapores de una hélice, comunes en aquellos días. Ese detalle sería clave. En julio de 1879, estaba al mando del capitán Juan José Latorre, un marino resuelto, hijo de peruano, que había sido compañero de Arturo Prat y Carlos Condell en la Escuela Naval. Este no se amilanó al ver al Huáscar, y se lanzó al ataque.
Ambos buques quedaron posicionados muy cerca uno del otro, y en medio de la oscuridad de la noche, comenzaron a dispararse con todo lo que tenían. Pero resultó que los tiradores no acertaban y Grau, impaciente, decidió sin mas una maniobra para zanjar de una vez el combate.
“El Huáscar se precipitó sobre su adversario queriendo partirlo con el espolón -detalla Bulnes-. Pero Latorre con perfecta serenidad capeó la embestida, con la destreza y sangre fría del que gobierna en un día de maniobras. El monitor pasó por el costado de la Magallanes sin hacerle ningún daño”.
Los buques continuaron maniobrando por una media hora. Grau intentó nuevamente acometer con el espolón, pero Latorre aprovechó la capacidad de maniobra de su buque para eludirlo, e incluso asestarle un disparo directo a bocajarro, el que fue contenido por el blindaje del monitor. No se daban tregua y las tripulaciones intentaban el fuego de fusilería que resultaba ineficaz.
Fue entonces, que los vigías del Huáscar divisaron nuevos humos. “Al ruido de los cañonazos acudieron el Cochrane y el Abtao -detalla Bulnes-. Grau al verlos se puso en fuga, y aunque fue perseguido durante varias horas pudo llegar a Arica sin novedad”. Así concluyó el segundo combate en la rada de Iquique; si bien no logró hundir al Abtao, el Huascar logró zafar. Aunque meses después, el destino volvería a encontrar a Latorre y Grau, esta vez en Angamos, donde el comandante del monitor rendiría su vida en un feroz combate.