Modern life is Rubbish o la invención del Blur moderno mirando al pasado
El segundo álbum de Blur, lanzado hace exactos 30 años, marcó un giro decisivo en la trayectoria del grupo en pleno auge del rock alternativo. Con una mirada a lo que hacían bandas como The Kinks, el grupo se volcó a desarrollar una mirada original que rescataba el pasado con una mirada hastiada de la vida cotidiana. Esta es la historia.
“Blur son excéntricos del pop a la manera de Syd Barrett y Julian Cope”, destacaba la reseña que el legendario NME publicó sobre Modern life is rubbish, el segundo álbum de Blur en abril de 1993. Su autor, firmando con el pseudónimo de Paul Muddy, leyó con acierto el giro estilístico del grupo, de allí la comparación con otros aventureros de la música británica. Un salto que no fue sencillo.
Publicado hace exactos 30 años, el disco fue el que inauguró la era britpop de Blur. En otras palabras, marcó un momento de quiebre en su carrera. El álbum debut, Leisure (1991), los había presentado como un grupo que se colgaba de la oleada de rock alternativo con capas de guitarras con efectos y reminiscencias al sonido Manchester. Pero las cosas se comenzaron a complicar y debieron buscar una salida. La encontraron mirando hacia atrás.
El ultimátum tras un desastre
Aunque Leisure no había generado malas críticas, pronto la irrupción del pesado sonido grunge venido desde el otro costado del Atlántico, marcó la pauta. A tono con las modas que imperan en la industria, pronto comenzó la presión de la discográfica Food Records para que el grupo se adaptara a la novedad.
Pero en el seno de la banda, no había ánimo de ponerse a gritar a lo Kurt Cobain o a lanzar cañonazos de distorsión en pulso de medio tiempo, a lo Kim Thayil. El grunge, para Damon Albarn, era otra cosa que se había vuelto convencional. “Si el punk se trataba de deshacerse de los hippies, entonces me desharé del grunge. Es el mismo tipo de sentimiento: la gente debería ser más inteligente, ser un poco más enérgica. Están caminando como hippies otra vez: están encorvados, tienen el cabello grasoso, no hay diferencia”, le dijo a NME.
En 1992, tras una gira junto a The Jesus and Mary Chain, la banda lanzó el sencillo Popscene. Una canción más aguerrida y de fibra punk que marcaba la particular visión de la banda sobre la industria musical. En lo musical, los arreglos de guitarra y bronces marcaban su propuesta más ruidosa hasta la fecha. Pero apenas llegó al lugar 32 de las listas en Reino Unido. En ese momento, Nirvana era imbatible.
El fracaso golpeó a Blur. Pronto la desidia se apoderó de sus ánimos y su disposición para los shows. Comenzaron a beber en exceso y a presentarse en malas condiciones. Para peor, su gira por Estados Unidos, entre abril y agosto de 1992, en fue un fiasco. El dominio de bandas como Nirvana y Pearl Jam en las estaciones radiales, alejó el interés del público estadounidense por escuchar algo diferente.
Frustrados, en el grupo comenzaron a escribir canciones en la carretera. Según detalló Albarn, se trató de una reacción frente al “vacío con el que Estados Unidos nos estaba llenando”. Allí comenzó a tomar forma un nuevo grupo de canciones. Había que mirar hacia otro punto; si Black Sabbath y el rock de los 70′s habían inspirado a los grupos grunge, era el momento de revalorizar la legendaria escena del swinging London de los sesentas.
El fiasco de la gira por EE.UU y la preocupante desidia del cuarteto, llevó a la discográfica a poner exigencias. Sin rodeos, le exigieron a Blur la entrega de un nuevo material con buen rendimiento comercial, de lo contrario serían despedidos. Para empeorar las cosas, Suede se había convertido en la nueva sensación gracias a aplaudidas presentaciones en vivo. Allí, los muchachos de Blur decidieron que ya era suficiente.
El orgullo británico
Por entonces, Damon Albarn buscaba ideas. Y como suelen hacerlo los músicos, aprovechó los días de asueto junto a su pareja de entonces, Justine Frischmann de Elastica, para indagar en su colección de discos. Allí empezó a tomar algunas cosas.
“Comencé a ver todas estas pequeñas coincidencias en las que estábamos vinculados con bandas que adorábamos”, dijo Albarn en una entrevista de 1992. “Y comencé a darme cuenta de que, joder, somos algo. Somos parte de una herencia de bandas británicas. Somos alguien”.
Con su habitual sentido práctico, Graham Coxon definió a NME esos días de una forma más aterrizada. “Simplemente luchábamos por nuestra vida como grupo. Estábamos escribiendo sobre la vida cotidiana, que básicamente era bastante horrible”. Allí estaba el concepto que terminó acuñándose en el título.
Originalmente, el grupo trabajó con Andy Partridge, el líder de XTC. Este, derechamente quería que Blur sonara como su banda, lo que generó alguna resistencia. De ese material solo Sunday Sunday y Coping fueron incluidas en la lista final. Y sí, la influencia de XTC es notoria. Pero también guiños a Small Faces y a la fina estética british de los Kinks de mediados de los sesentas. Algo así como un empeño personal por acercarse a The Village green preservation society.
Un detalle que NME captó en su reseña del álbum. “Blur se ha reinventado a la imagen de su juventud, hosca y suburbana; como fantasmas de una época en la que todavía podías recibir una paliza antes de la asamblea por llevar la insignia equivocada. Es la Village Green Preservation Society que vuelve a casa y encuentra un aparcamiento en su lugar”.
De hecho, durante la gira estadounidense, Albarn había escuchado viejos cassettes con música de los Kinks. Se dio cuenta que coincidía en algunas cosas con Ray Davies, el legendario líder del grupo, al considerarlo “muy cerca de mi idea de la perfección en la composición de canciones, quien la llevó a cabo con una inmensa dignidad”. La admiración fue tal, que tiempo después cantarían juntos la clásica Waterloo Sunset en TV.
Finalmente, Blur acabó trabajando con Stephen Street (Cranberries, Morrissey), quien había sido productor para sencillos anteriores como There’s no other way. Con él lograron una comunicación más fluida a tono con su bagaje de músico. Pero en el sello consideraban que aún les faltaba un single rompedor. Malhumorado y con resaca, Albarn escribió For Tomorrow en un piano en la casa de sus padres mientras pasaba el día de Navidad. Este sería el primer sencillo.
Pese al empeño, el álbum apenas se empinó hasta el puesto 15 en el UK Albums Chart. Los sencillos que (a For Tomorrow siguieron Chemical World y Sunday Sunday), no lograron superar el puesto 20 de los listados. Parecía un fracaso, pero el grupo lo consideró lo mejor que había logrado hasta ese punto. “Pasamos de ser una banda independiente a un grupo con aspiraciones y anhelos más amplios”, dijo el bajista Alex James a NME.
De alguna forma, Modern life is rubbish les permitió plantar una idea que luego expandieron a Parklife (1994) y The Great Escape (1995), con mejor rendimiento comercial. Un punto de quiebre, como Rubber Soul para los Beatles o Fifth Dimension para los Byrds. Pero Blur ya había logrado algo más importante. “Que hayan elegido abrazar a un Londres adolescente tan claro para ellos está doblemente bien. Blur ahora está molestando a mucha gente: vinieron, vieron, jugaron conkers”, detalló NME. Ya no serían ignorados nunca más.
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