Columna de Rodrigo González: Empieza el Baile, costumbrismo argento en cuatro ruedas
Suerte de Pequeña Miss Sunshine (2006) para la tercera edad y en plena pampa, Empieza el baile logra conectar sobre todo a partir de los episodios de humor.
Un destartalado furgón Volkswagen Kombi, los agrestes paisajes del Valle de Uco en Mendoza y tres actores a prueba de cualquier exagerada línea de guión. Con estas tres cartas más o menos infalibles es que la realizadora argentina Marina Seresesky construye su película Empieza el baile (2023), recién estrenada en salas de cine.
No es mucho lo que se ve en Chile de cine latinoamericano y de lo poco que hay el argentino, por razones de distribución e influencia, es el que más llega. Y si hubiera que definir que películas del otro lado de la cordillera arriban con más frecuencia, habría que decantarse por un tipo de cine simpático, con mucho criollismo y lunfardo, puteadas enfáticas y risibles, siempre con un chiste o con humor negro para salvar la apuesta. Tal vez es el que más se hace allá y es el más exportable. Un poco como pasó con la comedia italiana en los 60 y 70 o el cine francés que mezclaba policial y romance en la misma época.
Empieza el baile es uno de aquellos trabajos donde la solvencia la ponen primero los actores, dispuestos a tapar cualquier falla eventual en la construcción de la historia o en el pulso de la directora. Ellos son Darío Grandinetti en el rol de Carlos, un bailarín de tangos retirado reconvertido en actor en España, Mercedes Morán como su pareja de baile Margarita, y Jorge Marrale (María Marta: El Crimen del Country) en el papel del bandoneonista Pichuquito. Los dos primeros fueron la pareja más importante de la Argentina en su momento y el tercero fue su comparsa musical y humano en todo aquel tiempo.
Muchas décadas después de aquellos viejos tiempos de gloria, Carlos se entera en Madrid de que Margarita (o Marga, para él) ha muerto. Ha sido un aparente suicidio, se lo acaba de contar Pichuquito por teléfono y no lo piensa dos veces hasta que está arriba de un avión cruzando el Atlántico con destino a Buenos Aires. Ya en la capital y mientras el buen y afable bandoneonista lo recibe en medio de una ciudad que no parece ni la sombra de lo que fue, Carlos se entera de que la muerte de Marga es un cuento chino y que la mujer está más viva que nunca.
Lo de Margarita no alcanza a ser spoiler en la medida que su personaje sale hasta en las fotografías promocionales de una película que acumula sorpresas y verdades veladas con el objetivo de que avance la trama. Acá el paso siguiente es ir a Mendoza, a mil kilómetros al este de Buenos Aires. La ciudad esconde un secreto que une las vidas de Carlos y Margarita y más vale la pena enterarse antes de que sea demasiado tarde.
Suerte de Pequeña Miss Sunshine (2006) para la tercera edad y en plena pampa, Empieza el baile logra conectar sobre todo a partir de los episodios de humor que involucran al personaje de Grandinetti, un setentón vanidoso y calvo que se peina al estilo parrón y debe bajarse a orinar del furgón cada cuatro cuadras debido a sus problemas de próstata. Mercedes Morán llena la pantalla con su magnanimidad acostumbrada y Marrale es el bufón de turno, acá entre tierno, alegre y finalmente noble. Una película de actores, en el mejor sentido del término.
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