La llamada de Charles de Gaulle, el general francés que fundó el gobierno de la Francia libre en Reino Unido, llegó muy lejos. Era 1940 y Hitler se había apoderado de Paris, dándole la ventaja en la Segunda Guerra Mundial. Por eso, De Gaulle, llamó a los franceses y a sus descendientes dispersos por el orbe a defender a su patria. Ahí fue cuando la chilena Margot Duhalde Sotomayor, tomó la decisión que cambiaría su vida para siempre.
“Su proclama –difundida en todo el mundo– me tocó el alma y sentí el llamado de la tierra de mis antepasados. Entonces pensé que podría participar en la guerra ayudando a los Aliados. En Santiago se había formado el Comité del General Charles de Gaulle, con sede en la calle Merced, al llegar al cerro Santa Lucía, al que me presenté”, recordó en el libro ilustrado Margot Duhalde, mi vida y obra, de Antonio Landauro y Andrés Mora.
Hasta ese momento, la joven Margot Duhalde apenas acumulaba experiencia. Pero lo que no tenía en horas de vuelo, le sobraba en determinación. Quien acaba de ser elegida como el rostro del billete conmemorativo “Mujeres valiosas” de la Casa de Moneda, nació el 12 de diciembre de 1920 en Río Bueno. Bisnieta de un vasco francés avencidado en Chile durante el siglo XIX, de joven se interesó en los deportes y en los aviones. Por ello, una vez que llegó a la capital a estudiar, decidió tomar la iniciativa. “En la capital vivíamos en una casa en la calle Manuel Infante. Aquí, un día le confesé a mi padre –que me apoyaba en todo– que mi sueño era ser piloto. ¡Quería volar!”, dijo en el texto citado.
“Con 16 años, y acompañada de mi padre, llegué al Club Aéreo de Chile (ahora de Santiago) para inscribirme como socia y postular a mi primer curso de vuelo. Era inusual que en ese tiempo una mujer –y menor de edad– se inscribiera en el club para aprender a volar aviones. En el club había pocos instructores, la mayoría de los cuales eran oficiales de la Fuerza Aérea, voluntarios, y ninguno mostraba interés por darle instrucción a una joven mujer... y para colmo, ¡huasa!”, detalla en el mismo texto.
Desde entonces, Duhalde comenzó a frecuentar hangares para imponerse de todo lo relacionado con la aeronáutica. “Obsesionada con los aviones, hacía frecuentes visitas al aeródromo de Los Cerrillos, donde conocí a don César Copetta, mecánico francés, Jefe de Mantención del Club Aéreo y pionero de la aviación chilena; fue el primero en volar un avión en Chile, el 21 de agosto de 1910 en la Chacra Valparaíso. Él me enseñó mecánica de aviación y las características de los aviones Cirrus y Gipsy Moth, en los que aprendería a volar”.
En abril de 1938 rindió y aprobó su examen final, el que le permitió obtener su certificación de piloto civil. Todo un logro en una época en que las mujeres chilenas se abrían paso como ciudadanas, ya que habían conseguido obtener el derecho a voto para las elecciones municipales apenas cuatro años antes.
Margot Duhalde tuvo algunas misiones desde entonces, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial lo cambió todo. Salir del país no fue sencillo. Por entonces ella tenía 19 años, lo que la hacía aún menor de edad (la constitución de 1925 fijaba la mayoría a los 21), así que debió mentirle a sus padres para que la autorizaran a salir del país, con la excusa que se iría a trabajar como instructora de vuelo a Canadá.
Entre bombas, aviones y el amor
Así comenzó su legendaria participación en la Segunda Guerra Mundial, como la única mujer chilena presente en uno de los conflictos claves del siglo XX. “Cuando empezó la guerra y Francia fue sometida a los nazis, ella marchó a Inglaterra para unirse al esfuerzo de guerra”, apunta a Culto el historiador Eduardo Werner, especialista del Museo Nacional Aeronáutico y del Espacio.
Duhalde arribó a Londres en plena Batalla de Inglaterra, con las incursiones de la Lutfwaffe alemana asolando la capital. Así lo recordó años más tarde. “Un par de semanas después de mi arribo a la capital del reino británico, sonaron las sirenas anunciando un ataque aéreo. Desde la ventana de mi pieza podía ver los centenares de reflectores que iluminaban el cielo en busca de aviones enemigos, lo mismo que el estallido de las bombas. Los que se encontraban en las calles se refugiaban en las estaciones de los trenes subterráneos. Las sirenas no dejaban de ulular mientras nos bombardeaban; los haces luminosos se entrecruzaban en la oscura noche; miles de esquirlas caían como granizo de plomo, mientras el ronquido de los cañones antiaéreos se confundía con el ruido de los motores de los aviones alemanes y los cazas nocturnos ingleses”.
Una vez incorporada se desempeñó en misiones muy específicas. “Primero quiso entrar a la Fuerza aérea de la Francia Libre y terminó derivada a un servicio aéreo auxiliar que había en Inglaterra, que se dedicaba no ir al combate. La labor de ella durante la guerra fue llevar aviones a reparar desde las unidades o bien, ya reparados, desde las fábricas a las unidades, o aviones nuevos desde las fábricas a las unidades, por eso voló tantos aviones diferentes. Ese fue su rol durante toda la guerra”, detalla Eduardo Werner.
“Fue la única chilena -agrega el historiador-. Había otras mujeres pero eran provenientes de las colonias o eran francesas o inglesas”.
No fue una experiencia fácil. La misma Duhalde detalló cómo notaba el recelo de los hombres hacia la participación de las mujeres en las faenas de la aviación. “No sentí nunca que me desecharan, como quien dice -señaló en una entrevista con la agencia AFP en español- a pesar de que yo sé que había una rivalidad entre los pilotos mujeres y los hombres. Los hombres dijeron siempre que las mujeres no iban a ser capaces de volar esos aviones. Después tuvieron que agachar el moño nomás porque en realidad volamos igual que ellos”.
Incluso, en plena guerra, Duhalde tuvo tiempo para el amor. “En 1943 conocí a Gordon Scotter, quien llevaba y sacaba agentes del Servicio Secreto y personas importantes de los países ocupados, ayudados por la resistencia de cada país. Tenía 27 años, era alto, fuerte, tenía el pelo castaño y ojos verdes. Creo que nos enamoramos el mismo día que nos conocimos en medio de las circunstancias trágicas de la guerra”, detalla en el citado libro.
Pero la relación no prosperó. Los vaivenes de la guerra hicieron mella en el romance. “Desde que regresé a mi base cada vez veía menos a Gordon, pues él siempre andaba en alguna misión, vivíamos a considerable distancia y no teníamos gasolina para hacernos visitas. Fue así como al año siguiente decidimos romper nuestra relación. Los dos sabíamos que el matrimonio entre nosotros no resultaría en tiempos normales. El pidió que lo destinaran a una escuadrilla muy apartada y desapareció para siempre de mi vida”.
Como parte de sus labores, Margot Duhalde debió participar en los aprestos para el día D, el desembarco aliado en Normandía (6 de junio de 1944), el hito decisivo para la fase final del conflicto. “Todos los pilotos entrenamos en el uso del dingy (bote de goma), nos vacunamos contra numerosas pestes raras y se nos obligó a usar las placas de identificación con nombre, grado y religión, colgadas al cuello por si fallecíamos. Debíamos saltar de un trampolín de 5 metros con paracaídas y dingy puestos. Una vez en el agua teníamos que sacarnos el paracaídas, inflar el bote y subir en él”.
Tras el fin de la guerra en Europa, Margot Duhalde fue condecorada con la Legión de Honor francesa en reconocimiento a su labor. Luego permaneció un tiempo en el viejo continente. “Ella siguió durante un año o año y medio, pasó de esta fuerza auxiliar británica a ser oficial piloto en la Fuerza Aérea Francesa en el norte de África, posteriormente vuelve a Chile”, detalla Eduardo Werner.
De regreso en el país, Margot Duhalde se integró a labores vinculadas a la aeronáutica. “Ella se convirtió en la primera mujer piloto comercial que hubo en Chile, después fue la primera piloto instructor, la primera mujer radarista, especialista en radares y la primera controladora de tránsito aéreo como integrante de la Dirección general de aeronáutica civil”, agrega Werner.
Pero a pesar de su trayectoria y su experiencia acumulada durante la guerra, todavía fue mirada con recelo por los hombres, a tono con la mentalidad de la época. “Ella se acordaba siempre que cuando fue piloto comercial en una línea aérea que ya no existe, que se llamaba Lipa-Sur, subía pasajeros al avión, que era chiquitito, y se bajaban asustados cuando veían que era la piloto y no el piloto. Eso te explica un poco el ambiente”, apunta el historiador.
Tras una vida de servicio en el mundo aeronáutico, Margot Duhalde falleció en el Hospital de la Fuerza Aérea de Chile el 5 de febrero de 2018, a los 97 años de edad.