Fue cuando ya existían sus respectivas empresas Esprit y Patagonia, que Douglas Tompkins y Kristine McDivitt se conocieron, se casaron y comenzaron su labor de filantropía ecológica. Douglas, un avezado montañista desde su juventud, dejó de vibrar con el éxito de ventas de la compañía y le vendió su parte a la que entonces era su primera esposa. No era la única vez en su vida que se deshacía de un negocio pujante y ya en los años 60 había abandonado The North Face, creada junto a su amigo Yvon Chouinard.

Kristine, gerenta de Patagonia y también casada en ese momento, experimentaba similar “crisis de éxito” y decía sentirse “sólo una piedra en la corriente del río” cuando conoció a Tompkins. En ese momento, a inicios de los años 90, ella y Douglas Tompkins refundaron sus propias vidas, vinieron al sur chileno y decidieron crear el Parque Pumalín, comprando 320 mil hectáreas en la Región de Los Lagos.

Doug Tompkins junto a Yvon Chouinard. (Lito Tejada-Flores/Patagonia)

El documental Wild life, dirigido por los ganadores del Oscar por Free solo (2008) Jimmy Chin y Elizabeth Chai Vasarhelyi, y estrenado en Disney +, describe este segundo acto en las vidas de una pareja millonaria comprometida con el ecologismo profundo. Ese tramo más bien épico y con objetivos claros parece distar mucho de la época hippie de la juventud de ambos, donde el onanismo y la diversión en las montañas o las olas de California acompañó la construcción de sus respectivas compañías. El contraste es evidente en la medida que Wild life incluye una cantidad no menor de filmaciones y fotografías de Douglas, Kristin y su amigo en común Yvon en los años 60 y 70.

La película, que es producida por National Geographic, tiene un tercer acto que registra la viudez de Kristin tras la trágica muerte de su esposo Doug en un accidente de kayak en el 2015. Es el período en que la Fundación Tompkins hace los traspasos de los 4 millones y medio de hectáreas al Estado chileno y se produce la más alta donación de territorio natural jamás hecha por un privado a un gobierno en el mundo.

Es probable que la labor del matrimonio Tompkins luzca tan tentadoramente quijotesca para cualquier cineasta que todo intento por iluminar los claroscuros sea visto como de mal gusto. En este sentido hay que decir que Wild life cae un poco en el cebo y lo que vemos a veces es una simple lucha del bien contra el mal. Es decir, el combate entre el amable y bien intencionado extranjero y ciertos personajes locales poco amistosos y para quienes el calentamiento global es un eslogan vacío.

Sin embargo, el beneficio que entrega la constatación del cambio climático en los últimos años no hace más que jugar a favor de la causa de la película y, en particular, de las razones de una mujer que pasó de secundaria a protagonista de forma obligada tras la muerte de su esposo. En algún momento del filme, alguien le enfatiza a Kris Tompkins que los millones de hectáreas rescatados en Chile y Argentina han sido un gran logro. Sin embargo, su respuesta no es la de una ex CEO de Patagonia con cálculos a favor: “Es muy poco. Estamos del lado de los perdedores”.