Una despedida. En 2020 Martin Amis publicó Desde dentro, un libro enorme, marcadamente autobiográfico y vagamente ficcional. “El libro es sobre una vida, mi vida, así que no se leerá como una novela, sino como una colección de relatos vinculados, y con digresiones ensayísticas. Me gustaría -idealmente- que Desde dentro se leyera a ráfagas caprichosas, con multitud de aplazamientos y retrocesos y, por supuesto, recesos y respiros frecuentes”, escribió.
Fallecido hace una semana a los 73 años, Desde dentro se lee hoy como una forma de despedida. El libro está dedicado a tres escritores: Saul Bellow, su ídolo literario; Philip Larkin, su padrino y poeta más admirado, y su gran amigo Christopher Hitchens. Los tres ya estaban muertos y Amis, afectado de un cáncer de esófago, ciertamente sentía la muerte próxima.
“Más recientemente he estado preguntándome ¿Cómo voy a salir de aquí exactamente? ¿De qué modo? ¿Por qué medio?”, Ya en los 70, anotó, “sientes que la ‘salida’ se acerca (...) Y se acerca a una prisa ridícula”.
Nacido en 1949, hijo del escritor Kingsley Amis, Martin era “el prosista más deslumbrante de la ficción británica de la posguerra”, como anotó The Telegraph. Con Christopher Hitchens, Ian McEwan, Julian Barnes y Salman Rushdie formó una pandilla que le cambió el rostro a la narrativa británica: de la generación “resentida” de su padre a la juventud audaz y ambiciosa del rock, el sexo y las drogas, donde él era el “Mick Jagger de la literatura”.
En su prosa se mezclaban la alta y baja cultura, el pop, el consumismo, la televisión basura, pero pasadas por Nabokov, Updike y Bellow. Con ingenio, humor y una exquisita formación literaria, dio forma a una voz: un estilo. “Solo Martin sonaba como Martin Amis, y fue imprudente tratar de imitarlo”, afirmó Rushdie.
Culto y sofisticado, sarcástico y endiabladamente talentoso, Amis tenía el don de la provocación. Fue un novelista admirado y controvertido, deslumbrante, capaz de retratar el espíritu de una época. Como decía William Self, “todo varón británico de menos de 45 años secretamente desea ser Martin Amis”. Y fue también un personaje de la literatura como espectáculo que hacía noticia por las fiestas a las que iba, sus romances o los adelantos que recibió.
Tras su celebrado debut con El libro de Raquel, en 1972, escribió su primera obra maestra en Dinero, la desaforada historia de un publicista adicto a la bebida, la coca, el porno y el dinero. Una novela que recoge el materialismo de los 80 y que fue el inicio de una trilogía fabulosa y vivaz que completan Campos de Londres, una incursión por los bajos fondos que imagina un decadente fin de siglo, y La información, uno de los mejores retratos de la envidia literaria.
Amis no era un escritor de tramas: “Casi trato de evitar la forma. Lo que me interesa es tratar de ser más sincero sobre cómo es estar vivo ahora”, decía en 1990.
Con el fin de la era Thatcher y la caída del Muro escribió sobre los dos mayores horrores del siglo: el nazismo en La flecha del tiempo y Zona de interés, y el estalinismo en la novela La casa de los encuentros y el ensayo Koba, el temible. “El terror nazi se esforzaba por ser exacto, mientras que el terror estalinista era deliberadamente aleatorio. Todo el mundo era víctima del terror, desde el primero hasta el último; todos menos Stalin”, afirmó.
En su ensayo Amis fue crítico con la complacencia de los intelectuales de Occidente hacia Stalin, empezando por casa: “Mi padre era miembro con carnet del Partido Comunista y recibía órdenes de Moscú, como solía decirse, del Moscú de Stalin (...) Al mundo se le dio a elegir entre dos realidades y el joven Kingsley, al igual que la abrumadora mayoría de intelectuales de todas partes, optó por la realidad que no debía”.
Tras la invasión a Hungría, su padre renegó del comunismo y fue extremando sus posiciones hacia la derecha. Alcohólico, misógino y autodestructivo, “Kingsley nunca cultivó del todo la tolerancia, y sus fracasos fueron grandes fracasos”, escribió Martin.
Desde luego, a Amis padre no le causó gracia el éxito del hijo. “El año pasado ganó 38 mil libras… Pendejo de mierda. Tiene 29 años”, le escribió a Philip Larkin.
“Sentí un intenso e instantáneo dolor cuando Kingsley, que había declarado que le había gustado mi primera novela, dijo luego que ‘no pudo’ con la segunda”, escribió Martin. Tampoco soportó Dinero: dijo que la tiró por la ventana.
Esos roces y tensiones no erosionaron su amor; Martin Amis le dedicó una conmovedora memoria en Experiencia, uno de sus mejores libros: “Alguien ya no está aquí. La figura mediadora, el padre, el hombre que está entre el hijo y la muerte, ya no está; y ya nada volverá a ser lo mismo”.
En esa memoria así como en Desde dentro, Amis mostró un rostro entrañable. Algo que han destacado sus amigos en estos días: su ternura y generosidad. Tal vez uno de los momentos más emotivos del libro es la despedida de Christopher Hitchens, en la cama del hospital, a los 62 años: “Cuán joven y bien parecido era… Parecía un pensador, un pensador riguroso, tomándose un breve descanso”.
Amis disfrutaba y amaba la vida: la mirada del escritor es una mirada “fresca y amorosa”, observó. “Saul Bellow era un fenómeno de amor; amaba el mundo de tal forma que sus lectores, recíprocamente, le devolvían ese amor. Lo mismo puede decirse de Philip Larkin, pero de modo más asimétrico; el mundo lo amaba, y él amaba el mundo a su manera”. La transferencia amorosa entre el autor y el mundo, en los ensayistas “era más o menos desconocida hasta que apareció en escena Christopher Hitnchens”.
“Es el pequeño y limpio secreto de la literatura. Su energía es la energía del amor”, en su último libro.
“Adiós, lector mío”, anotó hacia el final de esas páginas. “Adiós, querido, amable, entrañable lector”.
Y para sus lectores tal vez resuenen ahora las palabras que él mismo anotó a la muerte de su padre: “Cuántos libros escribiste, papá, y cuánto cuánto trabajaste. Ellos son tus últimas palabras (...) Todo esto eres tú y es lo mejor de ti, y sigo aquí y yo sigo teniéndolo”.