Los Días: la trastienda de la impactante serie que retrata el desastre nuclear de Fukushima, el más grande desde Chernóbil
En ocho capítulos, la más reciente apuesta de Netflix aborda los días posteriores al terremoto de 9,0 grados que azotó a Japón en 2011. Pero ese no sería el fin de la desgracia: el tsunami que golpeó las costas niponas decantó una emergencia nuclear que afectó a la central de Fukushima y que produjo la liberación de contaminación radiactiva. Una ficción hoy revive esa calamidad.
El viernes 11 de marzo del 2011 pasó a la historia japonesa como uno de los días más devastadores para el país. Cuando aún quedaban 15 minutos para las tres de la tarde, un terremoto de 9,0 grados en escala Richter sacudió a la prefectura de Miyagi y sus alrededores. El caos fue tremendo. Según el Servicio Geológico de Estados Unidos, el movimiento desplazó a la isla de Honshu unos 2,5 metros, además de alterar el eje terrestre en aproximadamente 10 centímetros.
Sus aproximadamente 6 minutos de duración bastaron para generar una pérdida irreparable: casi 16 mil fallecidos, 6 mil heridos y 2 mil 500 desaparecidos a raíz de la devastación del terremoto y el posterior tsunami que barrió con la costa noreste de Japón.
Basta con observar los registros fotográficos para atender al nivel de destrucción generado. Árboles cubiertos casi completamente por las olas, casas enterradas entre los escombros, autos movilizados por las marejadas y embarcaciones marítimas abandonadas a varios kilómetros de la playa.
Pero lo que parecía un desastre exclusivamente natural terminó rápidamente por configurarse en una triple tragedia, y que tuvo su último golpe gracias a la emergencia nuclear que afectó a la central de Fukushima Daiichi. Si el terremoto quedó registrado entre los cuatro más intensos de los últimos 500 años, lo sucedido en la mayor planta de energía nipona se transformó en el segundo desastre nuclear más grande desde Chernóbil.
Los días, una de las ficciones más recientes de Netflix, aborda esa última parte de la triada de desgracias que tuvieron lugar hace 12 años, y que aún acarrea consecuencias importantes para la población japonesa. En ella, los directores Masaki Nishiura (Buzzer Beat, 2009) y Hideo Nakata (The Ring, 1998) desentrañan con lujo de detalles lo ocurrido en torno a Fukushima I y la serie de decisiones que, consciente o inconscientemente, terminaron por causar tres fusiones de núcleo, tres explosiones de hidrógeno y la liberación de contaminación radiactiva en tres unidades de la planta cuatro días después del terremoto.
En la serie, el actor Kōji Yakusho encarna a Masao Yoshida, el ex director General del Departamento de Gestión de Activos Nucleares de Tokyo Electric Power (TEPCO) y gerente de la planta durante el desastre nuclear. Tanto en la ficción como en la historia real, su labor fue fundamental para evitar que los hechos desatados en Fukushima I no resultaran en una catástrofe aún mayor, al desobedecer las órdenes superiores de suspender el enfriamiento de los reactores de la planta con agua de mar.
“Es un accidente grave que realmente ocurrió, hubo quienes resultaron heridos, muertos y desaparecidos, y había ansiedad sobre si estaría bien dramatizarlo mientras no había perspectivas de la convergencia del accidente”, señaló Yakusho en una entrevista con Netflix. “Sin embargo, el productor dijo: ‘¿No deberíamos dibujar cuidadosamente lo que pasó ese día y decírselo al mundo? Yo quiero hacerlo, porque el mundo seguirá prestando atención al desmantelamiento a partir de ahora’. Después de escucharlo, realmente quería participar”, concluyó el actor sobre sus motivaciones para involucrarse en el proyecto.
Cronología de un desastre
La relación de Japón con la energía nuclear se remonta a los días posteriores a la Segunda guerra mundial. Con pocos recursos naturales propios para explotar (como gas o petróleo), la instalación de plantas nucleares asomó como una posibilidad para que los habitantes de la isla no dependieran de otros países para resolver su acceso al suministro eléctrico.
Así fue como a mediados de la década del 50, la administración nipona decidió invertir cerca de 230 millones de yenes en la construcción de múltiples instalaciones nucleares. La central de Fukushima Daiichi, ubicada en el pueblo de Ōkuma, era sólo una de ellas.
Al detectar el movimiento de ese 11 de marzo, los reactores activos apagaron automáticamente sus reacciones de fisión. Esto, más la magnitud del terremoto, provocaron un corte de electricidad que fue rápidamente suplido por los generadores diésel de emergencia. Al igual que Chile, Japón es un territorio donde los movimientos telúricos son bastante habituales. De hecho, la zona donde estaba emplazada la planta contaba con un edificio antisísmico y una estructura emplazada en la costa, instalada para evitar las marejadas.
El problema fue que la envergadura del maremoto superó con creces las expectativas. Mientras que el dique de contención medía apenas 5.7 metros, las olas posteriores al movimiento alcanzaron los 15 metros de altura. El lugar quedó casi completamente inundado y, como consecuencia, el agua destruyó los generadores de emergencia.
En ese momento comenzó la cuenta regresiva de la desgracia: sin los generadores, no había forma de monitorear que la refrigeración de las unidades activas estuviera funcionando. Y sin refrigeración, era cuestión de tiempo para que las barras de combustible terminaran por explotar, dejando al entorno expuesto a la radiación.
Finalmente, la pérdida accidental de refrigerante provocó tres fusiones de núcleo, tres explosiones de hidrógeno y la liberación de contaminación radioactiva en las Unidades 1, 2 y 3. Todo esto, entre el 12 y el 15 de marzo de ese mismo año. Ante la dimensión de los hechos, la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial (NISA) calificó el incidente con un 7 según la Escala Internacional de Accidentes Nucleares. La misma cifra que alcanzó la catástrofe nuclear de Chernóbil en 1986.
Ōkuma, un pueblo fantasma
En términos técnicos, lo sucedido en la planta de Fukushima Daiichi provocó la emisión de radioisótopos al medio ambiente. Aquello afectó a la agricultura, ganadería y pesca local. Esta última, una de las actividades económicas más importantes de la zona. Y aunque los efectos en la salud de las personas no tuvieron un impacto significativo (el tipo de emisiones provocadas por la central de Fukushima fueron considerablemente menos dañinas que las registrada sen Chernóbil), sí se encontraron restos de contaminación química en productos como leche y cultivos.
A 12 años de la trilogía de catástrofes que azotó a dicha prefectura, el retorno a la normalidad aún parece algo difícil de concretarse. Además de las muertes y desapariciones que conllevó lo ocurrido en 2011, lo sucedido en la planta provocó la evacuación de 160 mil personas que vivían a menos de 20 kilómetros de la zona. Y de ellas, 40 mil nunca retornaron.
Aún quedan algunas zonas que representan un peligro. Sin embargo, una parte importante de la ciudad ha sido calificada como segura y habitable. Según varios reportajes y estudios académicos, la zona se transformó en un pueblo fantasma no necesariamente por el riesgo químico, sino más bien por el temor social a la radioactividad.
Los antecedentes de lo ocurrido en Chernóbil, sumado a un desconocimiento general de la población sobre cómo funciona la energía nuclear, decantaron en que la gente mantuviera un estigma ante los sucesos relacionados a desastres nucleares. Las consecuencias van más allá del retorno o no retorno de los habitantes a Fukushima: las protestas contra las plantas nucleares y la desconfianza de la población llevaron a una considerable disminución del uso de energía nuclear, que en Japón pasó de significar el 25% de la industria energética en los meses previos al accidente a un 6% en la actualidad.
De todas formas, el Estado japonés no ha cesado los intentos por reconstruir la zona afectada. Esto, en una inversión que se calcula ascenderá a los 198 mil 300 millones de dólares.
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