Crítica de discos de Marcelo Contreras: QOTSA palidece; Bunbury y King Gizzard & The Lizard Wizard se reivindican

Desde Villains (2017), el más flojo de los álbumes de QOTSA, el mundo cuelga cabeza abajo para Josh Homme. Ha lidiado con un divorcio mediático plagado de fuertes acusaciones y peleas en tribunales, la muerte de amigos como Mark Lanegan, Anthony Bourdain y Rio Hackford, y un cáncer. Estos eventos tristes e inquietantes retrasaron las voces del disco, cuya instrumentación fue grabada hace más de dos años y medio. Así, un ambiente friccionado y enrarecido impregna la música.

En sus primeras escuchas, In Times New Roman… carece de inmediatez y agarre. Solo la textura sónica con link al subvalorado Era Vulgaris (2007) funciona como hilo conductor. Una pieza como Time & place recuerda la autocondescendencia de las Desert Sessions, aquellas juntas de Homme con colegas donde sobraban los experimentos y faltaban las ideas, como ejemplo de excesiva confianza en el elemento robótico, orgullo del talentoso músico. Finalmente, entre el óxido y el polvo aparentes, QOTSA mantiene en correcto funcionamiento algunas de sus mejores cualidades, aunque sin la fluidez necesaria, como si atravesaran una fase más cercana al puzzle. Segundo strike para una institución que se distinguía por su calidad y arrojo.

Este vigésimo cuarto álbum en once años de la inclasificable banda australiana acostumbrada al factor sorpresa con lanzamientos variados, en un generoso arco de cultura musical rock, reincide en el heavy metal y el thrash, a la manera de Infest the rat ‘s nest (2019). Aquel título ya era convincente en el dominio de los riffs acelerados, pero todavía formaba parte de un espacio inclasificable donde la parodia actúa a ratos como un líquido percolado. Aquí no. PetroDragonic Apocalypse (de kilométrico título) es un disco metalero formal, contundente y bien hecho. Tanto, que la poblada comunidad no pierde nada con darle un repaso.

La multiplicidad de influencias se deja sentir desde Motor Spirit, con las huellas dactilares que determinan el resto del álbum: la percusión con fenomenales tintes tribales, la subdivisión matemática, el ataque guitarrero como tenaza, la voz enfurecida. Los riffs contienen aromas de clásicos como Slayer y Judas Priest y pasajes de arquitectura djent, engarzados en torno al terror. Se puede leer como un festival de clichés, o disfrutar de una clase de buen metal. Para King Gizzard & The Lizard Wizard, componer como músicos con vocación headbanger se convirtió en un asunto serio. Por ahora.

“No hace falta ser una celebridad para ser inolvidable”, canta el astro rock español, en este álbum prueba de una templanza propia del ave fénix, un artista que parecía desahuciado de los conciertos tras la abortada gira junto a Héroes del Silencio en 2022, por graves problemas respiratorios redundantes en daños a la garganta. Enrique Bunbury convirtió su tránsito en una reflexión ante una de las posibilidades de su futuro: desaparecer de la escena en vivo y del ojo público para consagrarse a la composición, nada fácil para quien vive de escenarios y aplausos por décadas.

Cobijado en la figura de Greta Garbo, la leyenda retirada a los 36 años, Bunbury canta con el alma sobre lo que implica sobrevivir, la reinvención, asomarse al precipicio, y observar la sociedad en un momento donde la vanidad funciona como motor y validación. Desde ese punto límite, Bunbury resuelve que por sobre la pose manda la obra, el ambiente, el concepto, la unidad temática, donde cada pieza es distinta y a la vez integrante de un lenguaje musical de rock sutil, pastoso y reverberante. Sin querer queriendo, tiende lazos hacia esa balada española épica de los 70, la era dorada de la música romántica, mediando un aire existencialista que calza a la perfección.