Javier Cercas: “Es bueno que la izquierda no pretenda descubrir el Mediterráneo cada vez que llega al poder”
El renombrado escritor español acaba de publicar el volumen No callar, donde reúne gran parte de sus columnas y escritos de no ficción. En ellos, se da libertad para opinar de temas contingentes, como las redes sociales, las fake news, el feminismo o la literatura. En charla con Culto, su autor se explaya sobre ese universo de intereses.
Javier Cercas Mena (61) no elude temas. Ninguno. Fiel a su espíritu inquieto, puede opinar con fundamento desde la política contingente, los procesos sociales, pasando por el feminismo, las fake news, hasta por supuesto, la literatura. Por ello, no es de extrañar que paralelamente a su carrera de escritor también haya desarrollado una veta de columnista en el matutino El País, de España.
Nombre capital de las letras peninsulares, Cercas se ha hecho una carrera amén de títulos como Soldados de Salamina (2001), El impostor (2014), o su notable última trilogía de novelas policiales: Terra Alta (2019, Premio Planeta), Independencia (2021) y El castillo de Barbazul (2022).
Hoy, esas columnas dispersas han sido compiladas en un grueso volumen llamado No callar. Crónicas, ensayos y artículos (Tusquets) que recoge sus escritos entre 2000 y 2022 de no ficción. No solo los publicados en El País, también artículos, ponencias, presentaciones. “La idea fue de mi editor italiano, Luigi Brioschi, que pensó que llevaba demasiado tiempo sin publicar un volumen de mis textos dispersos y, junto con mi traductor, Bruno Arpaia, preparó una selección de ellos en su lengua; la selección se publicó em marzo y se titula Colpi alla cieca. Luego mi editor español, Juan Cerezo, ha querido hacer lo mismo en nuestra lengua: la diferencia entre ambos libros es enorme, entre otras cosas porque el español es mucho más extenso que el italiano y porque en el español yo he intervenido mucho más, seleccionando, ordenando, corrigiendo y demás”, comenta el mismo Cercas a Culto.
En estas columnas, usted señala que este es el tiempo de las mujeres. ¿Considera que ese examen también debe incluir una revisión al canon literario?
El canon se debe revisar constantemente, a diario, pero, si hacer una revisión feminista del canon significa buscar las Dante, Shakespeare y Cervantes mujer, me parece inútil: precisamente, una de las pruebas de la postergación de las mujeres a lo largo de la historia es que no existe una Dante, una Shakespeare o una Cervantes mujer. Y que buscarlas es un ejercicio que conduce a la melancolía (o a la estafa). Pero, si revisar ese canon consiste en poner los medios para que aparezcan las Dante, Shakespeare y Cervantes, como estamos empezando a hacer lentamente, sobra decirlo: me parece muy bien.
Hablando de mujeres, usted también señala: “Incluso la forma más extremista de feminismo es demasiado moderada”. Entre algunas manifestaciones del feminismo está la denuncia y la “cancelación”, sobre todo en redes sociales. ¿Qué piensa de la cultura de la cancelación?
Que ha existido siempre, sólo que tradicionalmente ha sido la derecha la que la ha fomentado (bueno, en la Unión Soviética también se cancelaba bastante bien, sobre todo en Siberia) y que ahora es la izquierda la que parece empeñada en imitarla. Como votante de izquierda, me parece un error. La causa de la igualdad entre hombres y mujeres es la más justa de nuestro tiempo -o la segunda más justa: la primera es la de la preservación del planeta-, pero una buena causa mal defendida corre el riesgo de convertirse en una mala causa. No es el fin el que justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin.
Hay dos casos emblemáticos en la cultura de la cancelación: el de Pablo Picasso y el de Pablo Neruda. ¿Piensa que se puede separar obra y autor?
Por supuesto: el verdadero Neruda es el que está en sus poemas; el otro era un mero impostor: un tipo que usurpaba su nombre. Pero, aunque no se pudieran separar el autor y la obra, tengo que darle una mala noticia: ni los escritores ni los pintores somos santos. Algunos, de hecho, dejaban bastante que desear, sobre todo de acuerdo con nuestros cánones morales, que no eran los suyos.
Usted también es bastante crítico de las redes sociales, les llama “instrumento eficacísimo de odio”. ¿Cuál es su relación personal con las redes?, ¿es usuario?
No tengo ninguna cuenta en ninguna red social y no me asomo a ellas si no es por riguroso interés antropológico y, por supuesto, nunca lo hago desprovisto de casco de combate, lanzallamas y mono ignífugo. De todos modos, las redes sociales son como cualquier gran invento -la escritura, la imprenta, la televisión o Internet-: se pueden usar para bien o para mal. Es cosa nuestra impedir que se usen para mal.
Plantea que hay que dotarlas de reglas claras. ¿Alguna de ella podría ir en la línea de evitar las “fake news”?, por ejemplo.
Dotarlas de reglas claras significa dotarlas exactamente de las mismas reglas a las que está sometido cualquier otro medio de comunicación: su periódico, por ejemplo.
Algunos autores comentan que son usuarios de Twitter por la experiencia narrativa y que construyen un personaje para la red. ¿No ha pensado en algo así?
No.
En 2018, usted escribió: “La pregunta es si la democracia prevalecerá” y que la respuesta no estaba clara. ¿Sigue pensando así?
Sí, sigue sin estar claro: en realidad, basta dar por hecha la democracia para ponerla en peligro. Que la democracia prevalezca o no -y en qué condiciones prevalezca- depende de nosotros: recuerde que la palabra democracia significa en griego “poder del pueblo”, y que el pueblo somos todos; y, ya que me he puesto en modo etimológico, recuerde también que la palabra política viene del griego “polis”, ciudad, y que la ciudad es también de todos. La política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos: es, lo repito, cosa de todos.
¿Qué piensa del auge que ha tenido la ultra derecha en el mundo?
Pienso que forma parte de un movimiento general que, sobre todo en Occidente, se desencadena como reacción a la crisis de 2008, igual que el fascismo (o, más en general, el totalitarismo), se convirtió en un movimiento general en Occidente como reacción a la crisis de 1929, en un siglo la única comparable en dimensión y profundidad a la de 2008. Creo que a ese movimiento general lo podemos llamar nacionalpopulismo, algo que no es fascismo (ni totalitarismo) pero tiene algunos elementos en común con él, empezando obviamente por el nacionalismo. Creo que más que un movimiento conservador es un movimiento reaccionario, porque también es una reacción a los errores de la izquierda. Y creo que hay que combatirlo con argumentos, no con aspavientos.
¿Qué piensa de la Inteligencia Artificial y su uso en Literatura? Chat GPT puede disparar un texto en segundos con pocas instrucciones.
Seguro que la Inteligencia Artificial puede ser utilísima para muchas cosas, pero no estoy seguro de que sirva para la literatura: una vez, mi hijo y yo le pedimos al Chat PT que escribiera un texto sobre no sé qué asunto y el resultado fue excelente, pero sólo si su autor hubiera sido un niño de diez años. Por lo demás, ese mismo día mi mujer le pidió que escribiera un texto insultante sobre mí y el Chat se negó en redondo, alegando que yo era una persona respetable y un escritor serio. Lo cual demuestra que es más tonto de lo que parece.
Señala que el gran mérito de Gabriel García Márquez fue el de devolver la literatura al lector común y corriente. En la literatura actual, ¿quiénes considera usted que han tomado ese camino?
Yo estoy a favor de la literatura popular o más bien a favor de la popularidad de la literatura, que no es exactamente lo mismo. Los primeros en estar a favor de ella fueron los antiguos rapsodas griegos, empezando por Homero, fuera quien fuera ese hombre (suponiendo que fuera un solo hombre). En la novela, el primero fue Cervantes: él creó la novela como un género esencialmente popular. Lo que alabo de García Márquez es que no le tenía miedo al lector común y corriente, que es el verdadero protagonista de la literatura, y que no escribía literatura para literatos, que es uno de los peores pecados que un escritor puede cometer.
Hablando de autores populares, en su columna Vidas hipotéticas, de 2014, señaló que no había leído a Stephen King, pero que pensaba hacerlo. Siendo 2023, ¿pudo efectivamente leerlo?, ¿le ha gustado?
Lo he leído, en efecto, y lamento decir que no me gustó; concretamente: leí Misery, una de sus supuestas obras maestras, y me pareció aburrida y previsible. Lo cual demuestra que un escritor popular no es necesariamente bueno (aunque tampoco necesariamente malo, como creen los papanatas).
Habla de que Dylan obtuvo el Nobel con una obra más cercana a lo popular que lo académico. Aunque también plantea que se le da “demasiada importancia” al Premio Nobel. ¿Qué piensa usted de los premios en la literatura?, ¿quién le gustaría que obtuviera el Nobel?
Los premios están muy bien, siempre y cuando te los den a ti. Yo nunca rechazaría ninguno, a menos que lo dé el Ku-Klux-Klan, entre otras razones porque quien rechaza un premio es porque quiere dos: el que ya le han dado y el que le dan los medios de comunicación por rechazarlo. Por lo demás, sobra decir que las únicas medallas que cuentan son las que se cuelga uno mismo (práctica que desaconsejo vivamente), que el gran premio de escribir es escribir y que el segundo gran premio es tener lectores, que son los que terminan los libros y les dan sentido. Todo lo demás es verborrea.
Usted es bastante crítico con la izquierda, de hecho, hay un sector de la izquierda a quienes trata de “izquierda pija”. ¿Cuál es la autocrítica que debiera hacerse la izquierda a su juicio? En Chile, se le he cuestionado por ser “refundacional” y desconocer los logros de los gobiernos anteriores.
La izquierda debe ser permanentemente autocrítica; es decir: no debe ser ni sectaria, ni autocomplaciente, ni puritana (por Dios santo, que no sea puritana). Esos son algunos de sus defectos más extendidos, me parece. En cuanto a Chile, me interesa muchísimo lo que ha pasado ahí en los últimos años, pero no me siento autorizado a opinar sobre ello. En todo caso, sí, es bueno que la izquierda no pretenda descubrir el Mediterráneo cada vez que llega al poder, o que se acerca a él. No podemos saber adónde vamos sin saber de dónde venimos.
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