Alcohol, peleas y poco dinero: cómo Metallica sacó adelante su primer disco Kill’em all hace 40 años

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Metallica en la foto del inlay de Kill'em all

Publicado en julio de 1983, el álbum debut de la legendaria banda fue el resultado de un trabajoso camino. Debieron batallar por diferenciarse del resto de los grupos, además de sortear tensiones internas, la expulsión de dos integrantes y el hecho de contar con apenas para pagar un estudio barato con un productor que no tenía idea de heavy metal. Con todo, en canciones como Wiplash o Hit the Lights, dejaron en claro su hambre de gloria.


Con su habitual confianza en sí mismo, el baterista Lars Ulrich anunció al reportero de la revista Wiplash que ya tenían escogido a un productor y el material que grabarían en su disco debut -que terminó llamándose Kill’em all-. “Todas las canciones que tenemos poseen calidad para estar en el álbum, no hay relleno”, soltó sin que se le moviera un pelo. Y aunque por entonces solía despachar declaraciones grandilocuentes, esta era totalmente certera. Corría abril de 1983 y Metallica eran unos desconocidos para el gran público, pero gracias a su intensa agenda en directo y la difusión de cassettes de mano en mano, se habían hecho un nombre entre las bandas de San Francisco por su propuesta musical rápida y ruidosa.

Pero nada iba a ser fácil. Por entonces, Metallica apenas tenía para sustentarse. Aunque por entonces su base de operaciones estaba en la Bay Area de San Francisco, ya habían hecho algunos shows en la costa oeste, aunque en condiciones espartanas. Alojando en casas y en salas de ensayo, viviendo al día y contando cada centavo.

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Metallica en 1982. De izquierda a derecha: Ron McGovney (bajo), James Hetfield (voz y guitarra), Lars Ulrich (batería) y Dave Mustaine (guitarra solista)

Para Ricard Altadill, periodista musical español de larga trayectoria en revistas especializadas como Metal Hammer, en su edición ibérica, la de Metallica es la historia de unos tipos con una convicción tan férrea como la de sus ráfagas de distorsión. “Nacieron con la intención de ser los nº1, es evidente que eso lo sueñan todas las bandas del planeta, pero ellos poseyeron desde un principio el gran poder que le otorgaban sus temas”, detalla a Culto.

Desde su aparición en los escenarios, en marzo de 1982, el grupo se había fogueado al viejo estilo. Al principio tocando en clubes de mala muerte en Los Angeles, donde su heavy metal más radical y rápido, parecía contrastar con el rock de melenas que comenzaba a tomarse la década. Eran además un grupo humano demasiado extraño; un cantante como James Hetfield, tan tímido, que apenas miraba al público; un guitarrista megalómano y violento, como Dave Mustaine; un bajista sin mayores ambiciones musicales como Ron McGovney; y un baterista como Ulrich, sin sentido del ritmo, pero con iniciativa y personalidad.

“Ellos eran muy diferentes -opina Aldo Benincasa, baterista de proyectos como The Ganjas y The Versions y un entusiasta del rock más visceral-. Sobre todo en ese disco, el Kill’em all tiene ese crossover que no existía, ellos hicieron una mezcla entre lo pesado de Black Sabbath, que escuchaba todo el mundo, pero le meten un poco de violencia hardcore más nuevo. Ahí sale este híbrido rarísimo”.

Como en Los Angeles, la cosa no parecía caminar, probaron suerte con algunos shows en San Francisco. Allí había un genuino interés por el heavy metal más pesado que Metallica despachaba en sus ráfagas guitarreras. Con sus primeros temas como Hit the lights o Jump in the Fire, poco a poco se granjearon a su primera base de seguidores. “En San Francisco todo el mundo llevaba camisetas de Iron Maiden y Motörhead —detalla Ulrich en la biografía Nacer, crecer, Metallica morir, de Paul Brannigan e Ian Winwood—, mientras que en Los Ángeles lo que mandaba era el pelo y la pose. Así que nosotros estábamos entusiasmados. Habíamos metido a 300 chavales, algo que en Los Ángeles no habríamos conseguido ni regalando las entradas”.

Fue en San Francisco donde Metallica creció y encontró a la pieza que faltaba para ensamblar su sonido. Una noche, Hetfield y Ulrich, la pareja que inició y controló el grupo, se pasó al Whisky a Go Go. La idea era saludar a un viejo amigo, pero su atención se volcó hacia el escenario. Esa noche tocaba el grupo Trauma y de inmediato les llamó la atención su bajista, Clifford Lee Burton, un veinteañero apasionado por la música clásica y el rock, que a punta de largas horas de ensayo diarias, había desarrollado una prodigiosa habilidad con el bajo eléctrico.

“Oímos un solo salvaje —recuerda Hetfield en la citada biografía— y pensé: ‘No veo ningún guitarra’. Y es que era el bajista el que tocaba… con un pedal de wah-wah y todo el melenón… Nos saludamos tras el concierto. Le dijimos: ‘Estamos en este grupo y andamos buscando bajista. Creemos que tú encajarías, porque estás como una cabra’”.

Solo tiempo después, el grupo logró convencerlo. Los caminos se cruzaron porque Burton deseaba salir de Trauma y veía en el rock más pesado de Metallica una buena oprtunidad. Pero en la banda tuvieron que encontrar la forma de deshacerse de McGovney quien era un viejo amigo de Hetfield. No primó la compostura. Mustaine, directo, simplemente volcó cerveza sobre las pastillas del bajo de McGoveny, mientras vociferaba “odio al idiota de Ron”. Como ensayaban en su casa, este simplemente los expulsó. Hetfield no dijo una palabra, lo que lo molestó más aún. Así, Burton tuvo vía libre para unirse a Metallica a fines de 1982.

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Hit the lights

Ya con Burton a bordo, el grupo tuvo la chance de una primer viaje a la costa este, a Nueva Jersey, por invitación de Johnny Zazula, el dueño de una pequeña pero bien abastecida tienda de discos y que además las hacía de productor underground. Junto a su mujer, Marsha, alucinaron con la banda el día en que un fan entró a su tienda y les hizo escuchar un cassette titulado Live Metal Up Your Ass. Era el registro de un show de noviembre de 1982, y pese a la pésima calidad de audio, notaron que ahí había algo. Se jugaron sus ahorros para traerse a Metallica y por qué no, intentar grabar algo más profesional.

En ese viaje ocurrió el evento que definió la formación definitiva del grupo. Fue la conducta errática y violenta de Mustaine, a ese punto un alcohólico cabal, la que empujó a los demás a expulsarlo sin más. Desde su entrada había aportado su talento como guitarrista, lo que empujó al siempre taciturno Hetfield a pulirse. Incluso aportó canciones como Jump in the fire o The four horsemen. Pero con el roce en directo, James comenzó a mejorar y la entrada de Burton afirmó a la formación. Así, poco a poco su estrella menguó y su comportamiento agresivo ya no era tolerado.

Lo cierto es que todos bebían a destajo. En broma les llamaban Alcohólica. Pero Mustaine siempre llevaba las cosas más lejos. “El tipo [Mustaine] no sabía controlarse en según qué situaciones —detalla Ulrich en la biografía citada—. A largo plazo eso habría constituido un problema. Lo decidimos [buscarle sustituto] en un punto entre Iowa y Chicago”.

Metallica Dave Mustaine
Metallica con Dave Mustaine

Así, la mañana del 11 de abril, Hetfield y Ulrich despertaron a Mustaine y sin más le comunicaron la decisión. Estaba fuera. “Yo dije: ‘¿Qué? ¿Sin aviso, sin una segunda oportunidad?’ —recordaba Mustaine—. Ellos se encogieron de hombros y respondieron a una: ‘No’”. Consternado, pero digno, el guitarrista preguntó a qué hora salía su vuelo de regreso a San Francisco. La cosa se volvió más agria cuando le dijeron que no se iba a devolver en avión, sino en un infernal viaje en bus de cuatro días y el suyo salía en una hora. Apurado y sin un peso en los bolsillos, el futuro líder de Megadeth salió, literalmente, por la puerta de atrás de Metallica.

Con su habitual -y cada vez más desarrollada- frialdad, Hetfield y Ulrich ya tenían elegido al reemplazo de Mustaine. Era un joven guitarrista de San Francisco, fanático de Hendrix y Van Halen, llamado Kirk Hammett. Hacia 1983 estaba en las filas de Exodus, un grupo menor de la ciudad, que en alguna ocasión había compartido cartel con Metallica, lo que le permitió conocer de pasada a Hetfield y a Lars. Estos a su vez, habían escuchado una maqueta de Exodus, donde la pericia de Hammett con los licks a toda velocidad les había llamado la atención. Fue un amigo en común quien hizo el nexo y así Kirk tomó un vuelo a New Jersey para unirse al grupo. No lo sabía, pero ese viaje cambió su vida para siempre.

Metal up your ass

Con una nueva formación que tenía menos de seis meses de rodaje, Metallica entró a grabar su primer álbum en mayo de 1983. Como no había mucho dinero, el grupo apenas pudo pagarse unas sesiones en los estudios Music America que no estaban ni en Nueva York ni en Nueva Jersey, sino en Rochester, un pueblo de bajo perfil.

Aunque sonaban compactos, el desgaste en la carretera era notorio en sus instrumentos. “El bajo Rickenbacker de Cliff Burton estaba casi para el desguace, al igual que su amplificador; las pieles de los tambores de Lars Ulrich tenían cicatrices y desafinaban, y nadie en el grupo tenía ni idea sobre cómo reajustarlas. Un comienzo sin duda no demasiado favorable”, detallan Brannigan y Winwood.

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Metallica, listos para grabar Kill'em all. De izquierda a derecha: Cliff Burton, Kirk Hammett, Lars Ulrich y James Hetfield

Peor aún, tanto el productor y propietario del estudio, Paul Curcio, y el ingeniero de sonido Chris Bubacz, apenas conocían el heavy metal y no estaban muy entusiasmados con la banda. Con todo, Bubacz quiso aportar. “Ese año, el disco más exitoso en el campo del hard rock era Pyromania, el tercer álbum de Def Leppard, de Sheffield, un plástico grabado con sumo puntillismo por el productor y afamado perfeccionista Robert John «Mutt» Lange. El ingeniero y los artistas acordaron que, en cuanto a sonido, ese era el álbum que deberían tener como modelo”.

En sus 10 temas, el álbum repasaba lo que era Metallica en esos días. La furia trash de Motorbreath y Metal Militia; la ambición compositiva que comenzaba a florecer en canciones como Phantom Lord, Seek and destroy y The Four Horsemen, las que trazaban lo que haría el grupo desde su álbum siguiente (Ride the Lightning, 1984); y por cierto un espacio para el talento descomunal de Burton en su apabullante solo de bajo eléctrico, Anesthesia (pulling teeth).

“Otro aspecto ampliamente comentado es que el grupo quería titular su debut Metal Up Your Asses, algo que los distribuidores estadounidenses vetaron por miedo a que muchas tiendas de varios estados, en un país que era y sigue siendo tan conservador, rechazaran poner a la venta semejante mercancía -explican Brannigan y Winwood-. Tras enterarse de la decisión, Cliff Burton maldijo a esos mojigatos con un ‘capullos de mierda’ y luego juzgó que el grupo, o al menos alguien, debería ‘cargárselos a todos’. Con esas tres palabras, kill ‘em all, el bajista dio con un título alternativo para el primer álbum de la banda”.

KILL'EM ALL

Así, Kill’em all, con su feroz portada, salió a la venta el 25 de julio de 1983, en pleno verano boreal. “Fue una bofetada en la cara, debilidad no veo ninguna, 40 años después seguirá siendo un disco eterno -dice Ricard Altadill desde España-. La esencia de Metallica está en Kill ‘Em All, de ahí al futuro, independientemente de que sea muy difícil estar siempre allí arriba y que hubieron discos regulares o malos, ellos lo han conseguido, son la banda mas importante del planeta”.

Aldo Benincasa recuerda que en el Chile de los 80′s conoció el material del álbum gracias a un compilado. “La primera vez que los escuché quedé alucinado. Yo tenía un compilado que salió el 83′ que tenía como adelanto una canción de Metallica, todas las otras eran bandas famosas. Ahí estaba Hit the lights. Y era como ‘que onda esto’, además el nombre Metallica era transversal, te funciona en inglés, en castellano, en lo que quieras, además el logo, era perfecto”.

En una época en que la música circulaba en cassettes copiados, el joven Benincasa recién pudo hacerse de una versión en vinilo de Kill’em all en 1987. “Lo compré en Rockshop, la tienda trasher por excelencia en Providencia. Junté como cinco mesadas de una plata que me daba mi abuela. Todavía lo tengo”.

Respecto al impacto de ese álbum y la era más trash de Metallica, es posible rastrear su huella en bandas chilenas como Yajaira, quienes en sus inicios solían hacer una versión de Hit the lights. “La tocaban hace mucho tiempo, es que ‘Comegato’ (Miguel Montenegro, bajista y cantante) era muy fanático de Metallica, y en especial de Kill’em all, de esos primeros tres discos”, dice Benincasa. Incluso, asegura el baterista, es posible escuchar algo de eso en los proyectos en que participa, como The Ganjas. “Sí. De repente hay cortes que nosotros metemos en las canciones, que son como de canciones trasher de los ochentas...y nadie cacha ajaja (ríe). Son detalles, cosas chicas, pero ahí están”.

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