De su puño y letra, la escritora María Luisa Fernández detalló los sucesos de la profunda crisis social y económica que atravesó Chile en una carta fechada el 7 de agosto de 1931, dirigida a su hijo, el poeta Vicente Huidobro, por entonces ya un nombre reconocido en las vanguardias artísticas. La letra estaba comprimida y parecía desbordar cada espacio del papel, como si Fernández no quisiera perder la chance de referirse a detalle alguno. En especial al hablar de la suerte del presidente Carlos Ibáñez del Campo. “Salió el infeliz dictador -apuntó en la misiva disponible en el Archivo del escritor-. Se fue entre gallos y medianoche huyendo después de haber dejado destilando sangre al pueblo”.

Ibáñez, apodado el “caballo” por su habilidad como jinete (y su carácter terco), había tomado el tren rumbo a la Argentina. Renunció a la presidencia tras días de protestas masivas en las calles, en las que los colegios profesionales, universitarios y ciudadanos comunes se habían unido para manifestar su descontento. Por entonces el país estaba golpeado por los estragos de la Gran Depresión, la crisis económica que azotaba a la economías del orbe y que tendría un fuerte impacto en el país.

Presidente Carlos Ibáñez del Campo

El hito fue el que marcó el inicio de la revista satírica Topaze, el autodenominado “barómetro de la política chilena”. El primer número salió a la calle el 12 de agosto de ese año, con rotundo éxito de ventas ¿la portada? una caricatura de Ibáñez junto al presidente argentino José Félix Uriburu, quien estaba al frente de un gobierno de facto.

Pasó que de un momento de otro, la economía del país se desplomó. Un panorama inesperado apenas unos meses, cuando el mismo Ibáñez expresaba su confianza en que se había logrado contener a la Gran Depresión. “Es muy halagador para mí que las circunstancias ocasionales, por las que atraviesa el mundo entero, hayan sido atenuadas en Chile merced de una severa política de economías”, afirmó en su mensaje de año nuevo de 1931. Mientras en Nueva York los cesantes hacían largas filas y las fábricas cerraban sus pesadas puertas, a consecuencia de la caída de la bolsa en octubre de 1929. La crisis era problema de otros.

Pero ese optimismo era pasajero. En el norte grande, las salitreras ya resentían el impacto en la demanda de materias primas, la principal exportación de países como Chile. Según afirman Collier y Sater en su buen libro Historia de Chile 1808-1994 si en 1925, la explotación del salitre empleaba a 60.000 personas, para 1932, solo le daba de comer a 8.000 trabajadores.

Debido a la crisis, las naciones dejaron de comprar. Los precios de las materias primas en el mercado mundial se fueron a pique; como detallan Cariola y Sunkel en su libro Un siglo de Historia económica en Chile, si en 1917 se pagaban US$110 por tonelada de salitre, para 1930 el valor en el mercado era solo de US$53. Ello le asestó un golpe definitivo a la alicaída producción del nitrato.

Oficina salitrera La Noria en 1889

El muy citado estudio de la Liga de las Naciones (la antecesora de la actual ONU), denominado World Economic Survey 1923-1933, señaló que Chile fue el país más golpeado en el mundo por la recesión. La “severa política de economías”, no fue suficiente. La crisis se presentó, rápida, contundente e implacable sobre la población.

El ambicioso programa de obras públicas de Ibáñez, y el erario en general, se sustentó en los impuestos a las exportaciones y los créditos solicitados en el extranjero los que no se pudieron renovar. “Se produjo una triple catástrofe económica y social. Déficit fiscal, cesantía y falta de divisas”, explica Augusto Millán en su Historia de la minería del oro en Chile. El gobierno debió suspender el pago de la deuda externa, que a causa de los vaivenes internacionales se había disparado y ahora era impagable. En suma, Chile no tenía un peso.

Allí fue cuando se recurrió a la “política de economías”. “Ibáñez y sus consejeros probaron primero con las tradicionales panaceas: reducción de los gastos junto con un aumento de los impuestos a las exportaciones -detallan Collier y Sater-. No obstante, sin importar cuán rápida y drásticamente recortara los gastos, Ibáñez no podía cubrir el déficit”.

Mientras, el “caballo” no cejaba a mantener la censura a la prensa y la persecusión a opositores y partidos políticos (como el PC) para mantener quieto el frente interno. Más aún, aprovechando un resquicio legal había designado él mismo a todos los integrantes del Congreso Nacional, en el cuestionado “Congreso termal”.

Para mediados de 1931 la situación derechamente se volvió crítica. Ibáñez decidió hacer un cambio de gabinete convocando al radical Juan Esteban Montero (del ala moderada del radicalismo) para Interior y Pedro Blanquier para el ministerio de Hacienda. Montero, un abogado y académico de espíritu dialogante, decidió levantar algunas restricciones a la prensa para así informar lo que sucedía. De todas formas era obvio; el país estaba en crisis.

Estallan las protestas

Apenas el ministro Blanquier reconoció a la prensa el enorme déficit fiscal que acumulaba el país, la opinión pública comenzó a reaccionar. Se registraron entonces las primeras manifestaciones; los estudiantes universitarios se movilizaron y hubo enfrentamientos en las calles con efectivos de Carabineros (institución fundada por el mismo Ibáñez en 1927). En solidaridad, se sumaron algunos colegios profesionales.

“Los estudiantes de la Universidad de Chile y de la Universidad Católica comenzaron una huelga -apuntan Collier & Sater-. Las asociaciones profesionales, partiendo desde los médicos y los abogados, les declararon su solidaridad. Los inevitables desórdenes callejeros fueron controlados duramente por la policía; cerca de una docena de personas fueron asesinadas. El movimiento se volvió incontrolable y el régimen se vio obligado a rendirse ante las protestas civiles”.

Las manifestaciones fueron duramente reprimidas por el gobierno. Tanto que las personas debían trepar a los árboles para evitar ser alcanzadas por algún proyectil policial. Y eso terminó por pasar. El 24 de julio, el estudiante de medicina Jaime Pinto Riesco cayó muerto, según apunta la revista Zig Zag n° 1380, por balas de efectivos de Carabineros. Eso enervó aún más los ánimos y el Colegio Médico se declaró en huelga. En su carta, María Luisa Fernández cuenta que Pinto “estaba repartiendo proclamas en la puerta del hospital San Vicente (NdR: hoy la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile) cuando un carabinero le disparó por la espalda”.

Manifestantes huyen de la policía. Julio de 1931. Revista Zig-Zag n° 1380, (1 ago. 1931)

Al día siguiente, su funeral en el Cementerio General fue masivo y se transformó en otra jornada de protestas contra Ibáñez. Llegó la policía y entre la trifulca cayó otro muerto, el profesor del Liceo de Aplicación Alberto Zañartu. Ahora el gremio de los profesores se sumó a la huelga.

La situación, entre protestas, marchas y represión, no dio para más. Todo el gabinete ministerial renunció. Ibáñez se dio cuenta que se había quedado solo y había perdido el control de los hechos, así que, el 26 de julio de 1931, entregó el poder al presidente del Senado, Pedro Opaso Letelier, pidió un permiso al Congreso para ausentarse del país por un año y al día siguiente subió al ferrocarril rumbo al exilio en Argentina. Sin embargo, el Legislativo no le dio la autorización y lo destituyó por abandonar Chile sin su venia.

En sus Memorias, el expresidente Eduardo Frei Montalva, entonces líder de los estudiantes de la PUC –junto a Bernardo Leighton-, cuenta cómo se vivió ese día en la capital. “Ese 26 de julio, día de su partida, estallaba incontenible el entusiasmo. La gente se abrazaba en las calles, columnas de manifestantes convergían hacia el centro, cantando y gritando…ningún miembro de las fuerzas armadas salía a las calles, que quedaron en manos de la multitud. Sin embargo, no hubo asaltos ni violencias. Los estudiantes universitarios, con un brazalete blanco, dirigían el tránsito. Nada hubo que lamentar”.

Lo que cuenta Frei es cierto. En esos días se formaron espontáneas guardias ciudadanas de hombres y mujeres (aún sin derechos políticos, recordemos) que apoyaron en la dirección del tránsito, ante el desprestigio de la policía uniformada que se mantuvo recluida en sus comisarías. “El orden está restablecido, los jóvenes y niños tomaron a su cargo las obligaciones de los carabineros custodiando la ciudad y dirigiendo el tránsito como los más expertos”, anotó María Luisa Fernández en su carta.

Guardia cívico dirige el tránsito. Julio de 1931. Revista Zig-Zag n° 1380, (1 ago. 1931)

La salida de Ibáñez descomprimió la situación. Un registro audiovisual de autor desconocido, titulado La caída de un régimen, documentó la algarabía y las masivas manifestaciones en celebración por la renuncia de Ibáñez. No lo sabían entonces, pero el país pasaría un año turbulento antes de recuperar la estabilidad; un período en que pasaron motines, un intento de instaurar una República Socialista, renuncias y tensiones entre diversos grupos que se disputaron la conducción de la profunda crisis de la que salió solo al paso de varios años y modificó el pacto social para las décadas venideras. Pero eso es otra historia.

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