Esa mañana otoñal de Santiago, mientras las arboledas se teñían del manto marrón de la estación, Víctor Jara respiró aliviado. Por fin disponía algo de tiempo, entre sus variadas actividades, para sentarse ante la máquina de escribir y redactar una carta dirigida al poeta peruano Arturo Corcuera, un amigo cercano con el que mantenía correspondencia. El vate le había escrito en marzo de 1973 una misiva en que a nombre del Instituto Nacional de Cultura, lo invitaba a cantar a su país.
Pasaron las semanas, y Jara no había enviado una respuesta. “En realidad he tenido una intensa actividad que me ha tenido alejado de Santiago -apuntó el hombre de El Cigarrito en su respuesta mecanografiada, disponible online en el archivo de la Fundación Corcuera-. Mucho me ha alegrado saber que consideras mi nombre para efectuar algunos recitales. Claro que he sido un imbécil al no proponerte una fecha inmediatamente”.
Jara, entonces, propuso una fecha tentativa para su viaje. “Si todavía hay tiempo y posibilidades, creo que podría permanecer allá alrededor de 10 días durante la segunda quincena de agosto o la primera de septiembre”. Finalmente, como lo anunció semanas después en las páginas de El Siglo, el viaje se agendó para finales de junio, como parte del ciclo Nueva Canción Latinoamericana, en el que también se extendieron invitaciones a figuras como Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti e Isabel Parra.
Contactada por Culto, Parra recuerda que efectivamente había sido invitada, pero en esos días estaba ocupada con otro proyecto que acaba de reeditar hace poco junto a ediciones UC. “No me fue posible (viajar a Perú) porque nosotros con Inti Illimani y una numerosa delegación viajamos al Festival de la Juventud en Berlín, RDA, donde debíamos cantar la obra Canto para una semilla en la Gala de Chile en el Teatro Bertolt Brecht”.
Un cantautor chileno en Perú
Así, Jara tomó el vuelo que lo llevó hasta Lima. En la capital del Perú, en pleno proceso del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas encabezado por el general Juan Velasco Alvarado, el cantautor notó la intensa actividad política. Así detalló en parte de su relato titulado Las raíces del canto, publicado en el nº9 de la revista La quinta rueda lanzada en agosto de ese año. “Aquí la cuestión es más tremebunda, porque las manifestaciones de izquierda son multifacéticas. Alcancé a contar casi veinte grupos revolucionarios. Algunos de ellos ‘tan revolucionarios’ que consideran las teorías de Mao, Fidel o el Che totalmente obsoletas”.
En la antigua ciudad de los Virreyes, el cantautor chileno se presentó en el Teatro Municipal. Allí conoció al pianista Roberto Bravo, quien en esos mismos días se encontraba ofreciendo presentaciones. “Lo conocí en Lima -rememoro en charla con Culto-. Yo tenía que tocar con la sinfónica de allá en el Teatro Municipal y me contaron que un artista chileno iba a cantar la noche anterior. Entonces yo fui a conocer el Teatro y me encuentro con Víctor solo en el escenario, con su poncho negro, cantando Luchín. Me emocionó profundamente su voz y la ternura con la que cantaba”.
Al rato, Bravo logró colarse hasta los camarines. Allí le estrechó la mano a Jara, quien estaba rodeado de estudiantes que lo habían esperado para saludarlo. “Él se iba al día siguiente a Machu Picchu, así que nos pusimos de acuerdo para vernos en Santiago porque yo tenía un concierto en el Instituto de la República Democrática Alemana”.
Víctor Jara se presentó en las ciudades de Lima, Chiclayo, Cuzco, Trujillo y Arequipa, en el sur del país. En los testimonios posteriores, detalló que tuvo una intensa actividad y que recibió muchas invitaciones a las que no pudo atender por estar copado de solicitudes. También, estando allá, se enteró del frustrado “Tanquetazo” el primer intento de golpe de estado que un grupo de oficiales del Ejército intentó contra el gobierno del presidente Salvador Allende.
“Logré enseñar canciones a grupos universitarios, tuve intercambio con compositores nuevos que ven en la canción comprometida el camino de salida a su vocación. Participé en un acto de solidaridad con Chile preparado por la CGTP. Intervine en un pleno del Magisterio, conocí personalidades de la música y la literatura. Dí alrededor de veinte recitales en teatros y lugares al aire libre”, detalló Jara en Las raíces del canto.
Incluso, tras una presentación, Jara compartió un encuentro con un obrero peruano, de apellido Salazar, quien lo invitó a su casa en las barriadas limeñas. Este accedió y se marchó con él. “Nos entendimos rápidamente y tomamos once con huevos fritos. Mientras los niños jugaban y me mostraban sus tareas conversamos de todo: casas, hijos, Perú, Chile, revolución, cambios, etc”.
Días después, Víctor Jara llegó hasta Cuzco, la legendaria ciudad que antaño concentraba el poder del incanato. Allí conoció al antropólogo Marino Sánchez Macedo. En su testimonio para La quinta rueda, el cantautor recuerda que Sánchez “me enseñó a mirar a través de las milenarias piedras incaicas de Cuzco, Pikillacta, Sacsayhuamán y Macchu Picchu”. La vista de la legendaria ciudad perdida entre la selva, impresionó al artista. De hecho fue el mismo Sánchez quien le tomó la afamada fotografía en que se ve a Jara encaramado sobre las piedras, empuñando la guitarra y el poncho flameando al viento de los Andes.
Fue en Lima, durante esta gira, donde Jara grabó su famosa presentación televisiva para la estación Panamericana Televisión, fechada el 17 de julio. En la ocasión, donde fue presentado por el conductor Ernesto García Calderón, interpretó un set de canciones organizadas por temas, como El arado, El Cigarrito, Cuando voy al trabajo, El derecho de vivir en paz, entre muchas otras. Esta sería la última vez que pisaría un set de televisión en su vida. Pero en sus testimonios, el artista no mencionó ese episodio.
De hecho, en abril de 1974, Joan Jara, la viuda de Víctor, le escribió una carta a Corcuera para preguntarle por el registro, del que tenía alguna noción. “Cuando Víctor estuvo el año pasado en Perú parece que grabó un programa en la TV. Yo quisiera saber si ese video existe todavía, y si es así, si sería posible copiarlo y posiblemente ver si es factible enviarlo a Europa”. Fue el primer paso para recuperar aquel valioso registro.