Al Oficial Mayor del Ministerio de Guerra, Moisés Vargas, apenas le llamó la atención el pueblo de Quillagua, enclavado en el desierto más árido del mundo. “Un lugarejo de 77 habitantes cerca del Loa”, escribió para el Boletín de la Guerra de la Pacífico, un compendio de noticias e informaciones del frente que era distribuido entre las autoridades y los agentes consulares. “Esta aldea es el crucero de diversos caminos: a más de los que hemos nombrado, existen: el que va hasta la embocadura del rio Loa siguiendo su ribera norte i [sic] el que une a aquel punto con Tocopilla”.
En ese pueblo cercano a la orilla del río Loa, el Ejército chileno concentró una unidad de cazadores a caballo, integrada por 30 jinetes. Corría octubre de 1879 y la guerra de Chile contra los aliados Perú y Bolivia estaba en un momento tenso. El país estaba cerca de consolidar el dominio del mar y ya se había hecho con el control del departamento del litoral boliviano, la actual región de Antofagasta. Pero persistía un temor ¿y si los enemigos atacaban desde el desierto?¿y si los bolivianos bajaban un gran ejército desde el altiplano para intentar la reconquista de Antofagasta?
El presidente chileno, Aníbal Pinto, era de los pocos que observaba con más calma la situación. “Creía imposible que un ejército boliviano pudiese atravesar en cuerpo el enorme desierto que separa la altiplanicie del litoral, careciendo de alojamientos, de víveres, de caminos. A lo más, decía, podría venir en partidas. Esto en el supuesto que Bolivia tuviese un ejército listo, lo que tampoco creía por los informes que había recibido”, dice Gonzalo Bulnes en su clásico Guerra del Pacífico.
Por ello se dispuso la instalación de pequeñas unidades de caballería para resguardar la línea del Loa y estar atentos a posibles incursiones de enemigos. De hecho, hubo algunas escaramuzas de los Cazadores contra jinetes bolivianos disperos. Pero en el Perú, al otro lado de la ribera del Loa, había preocupación. Conscientes de que la campaña naval podía acabar en cualquier momento con la captura del Huáscar (el 8 de octubre en Punta Angamos), el alto mando tanteó la posibilidad de que el Ejército chileno iniciara su invasión a Tarapacá desde la línea del Loa.
Así, los peruanos pasaron a la acción. ”El Estado Mayor Peruano, calculando que el enemigo intentara un ataque por Quillagua practicó un reconocimiento del terreno, con unos 32 hombres mandados por el jefe de Estado Mayor General Coronel Suárez”, detalla el peruano Mariano Paz Soldan en su libro La Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia.
Una persecución desde las orillas del río Loa
En su parte de la expedición, recopilado por Paz Soldán, Suárez detalla que bajó con 50 húsares a caballo, pero dejó 18 al resguardo de reservas de víveres en un sitio llamado Monte de la Soledad, donde además había otros soldados y un grupo de enfermos. Así, con 32 hombres, tomó el camino usado por los arrieros que bajaban el ganado desde Argentina para llegar hasta las orillas del Loa. La marcha había sido dura, y la sed dejó secas las gargantas de las tropas y los animales. En el lugar se le dio de beber a los caballos y los agotados jinetes llenaron las cantimploras. Ya estaban a media legua del campamento chileno en Quillagua.
Era la noche cerrada del 10 de octubre cuando los peruanos decidieron avanzar. La densa niebla del desierto los cubría de la vista del enemigo. “Un centinela nos dio el alto y habría sido tomado con gran utilidad para nuestras operaciones sin la imprudencia de uno de los nuestros que contestó el ‘quién vive’ con un tiro”, detalla Suárez en su parte. Eso alertó a los jinetes chilenos, que decidieron salir en persecución de los húsares.
En el Boletín de la Guerra, se informó de la avanzada peruana en Quillagua. “Llegaron a este punto como a las dos de la mañana del 10, i habiéndoles dado el centinela el ¡quién vive! respondieron ¡peruanos! i al mismo tiempo hicieron una descarga de seis balazos, de los cuales el centinela no tocó ninguno. Acto continuo avisó al comandante de lo que ocurría i éste ordenó al teniente don Belisario Amor salir en persecusion del enemigo con 30 cazadores de a caballo [sic]”.
Los jinetes chilenos persiguieron a los húsares peruanos, que disparaban desde la retaguardia. Notando que los caballos estaban cansados, Suárez divisó una loma, donde hizo desmontar a sus hombres. Ahí aguantó dos embestidas de los Cazadores chilenos. En su parte asegura que tras intercambiar algunos disparos, estos se retiraron en medio de la niebla, al parecer con algunos heridos. Por ello continuó camino hasta el Monte de la Soledad, donde llegaron a eso de las dos de la tarde. En ese lugar estaba el resto de los jinetes que había dejado rezagados.
Pero Suárez no sabía que la unidad al mando del teniente chileno Belisario Amor les había seguido el rastro. Apenas comenzaban a llegar al monte, sonaron los disparos desde un bosque de tamarugos. Era una emboscada de los cazadores chilenos.
“Mandé desplegar la fuerza y penetrar el bosque, y después de combatir algún tiempo, conseguimos á favor del denuedo de nuestros soldados y de la velocidad de nuestros caballos, dispersar al enemigo y tomarle nueve prisioneros”, dice Suárez en su parte. La carga de los peruanos, esta vez en superioridad numérica, había conseguido repeler la ofensiva chilena y capturar tropas, carabinas, sables cortos e incluso mulas de carga. Según el mismo comandante su unidad no tuvo bajas, pero en el campo se encontraron dos chilenos muertos cuyos cuerpos se incineraron en el lugar. La desgracia de morir en la soledad abrumadora del desierto impedía la posibilidad de una sepultura. Una situación que fue común a lo largo de la guerra.
En la versión de este combate registrada en el Boletín de la Guerra, hay algunos detalles discordantes. Se dice que, efectivamente, la pequeña división de Amor había logrado cargar contra los húsares tras perseguirlos desde el campamento chileno. En la persecución “cargó como 16 leguas hasta dejarlos a las inmediaciones del Monte de la Soledad en cuyo punto los esperaban, parapetados en un cerro, como 100 hombres de infantería. Tanto por el crecido número de los enemigos cuanto por lo estenuado [sic] de nuestra escasa caballería, el teniente Amor juzgó conveniente emprender la retirada”.
En el lugar los peruanos habían incrementado su fuerza con los jinetes rezagados y otros soldados que se hallaban ahí, lo que explica el desbande de los jinetes de Amor. El Boletín detalla que los húsares peruanos “tan pronto se reunieron a la infantería hicieron fuego a nuestros cazadores sin herir a nadie, insultándolos así mismo con los epítetos de chilenos bandidos, ladrones pícaros, etc., e invitándolos subieran al cerro donde se ocultaban detrás de parapetos naturales”. Es decir, en la versión chilena no hubo muertos. La tensión de la guerra se vivió también en las narrativas.