Pasadas las cinco de la tarde del 8 de septiembre de 1924, el secretario Vital Guzmán, golpeó la puerta del despacho presidencial en La Moneda. Ahí lo esperaba un inquieto mandatario Arturo Alessandri Palma, junto al canciller Emilio Bello. Manteniendo la calma, Guzmán le confirmó al “León de Tarapacá” que los rumores eran ciertos. El Comité Militar, que agrupaba a oficiales de las fuerzas armadas, había decidido no cumplir el acuerdo pactado con el presidente de volver a los cuarteles tras aprobarse una serie de leyes sociales y gremiales en el Congreso. Más aún, en los pasillos se comentaba que le pedirían al presidente una medida radical: la disolución del Legislativo. En ese momento, dice Alessandri en sus memorias, le dijo a Bello: “esto se acabó”.
El “León” presentó su renuncia, el Congreso se la rechazó y en cambio lo autorizó a salir del país por 6 meses. Así, tras varios días de tensión con el ejecutivo, que incluyó “ruido de sables” en el Congreso, los militares consumaron el primer golpe de estado en el siglo XX chileno sin disparar un tiro. Este marcaría la entrada de los militares a la arena política, durante casi un decenio, en un período convulso marcado por la inestabilidad política y el impacto de la Gran Depresión en el país.
Los golpes de estado no eran novedad en el país. Desde 1811, con el frustrado Motín de Figueroa, que hubo intentonas por derrocar gobiernos usando la fuerza. Ese mismo año, el líder patriota José Miguel Carrera encabezó el primer golpe de estado exitoso en el país. “En 4 de septiembre de 1811 a las doce del día sucedió la esperada y necesaria revolución. Nada de lo acordado se hizo; sólo los sesenta Granaderos destinados a la artillería cumplieron exactamente su encargo. Al tomar la guardia del cuartel no hubo otra desgracia que la muerte del Sargento de ella, y un granadero gravemente herido, que sanó. La viuda del Sargento muerto fue agraciada con el sueldo entero de su marido, para sí y sus hijos durante toda su vida; costó no poco arrancar este decreto de los nuevos gobernantes”, escribió el mismo prócer en su Diario Militar.
Pero desde comienzos del siglo XX las élites habían recurrido a las Fuerzas Armadas en momentos particulares. “A lo largo de la historia del siglo XX de Chile, los militares han tenido participación en situaciones de carácter político -explica el historiador y Doctor en Filosofía y Letras, Igor Goicovic-. Expresión de ello es por ejemplo, toda la represión política que se llevó a cabo durante la denominada cuestión social de comienzos del siglo. Los militares fueron utilizados por los gobiernos oligárquicos de la época a fin de contener las demandas y las movilizaciones obreras. No solo prescindían de la política sino que participaban de la misma”.
Pero el episodio de 1924 tuvo ciertas particularidades. El país comenzaba a sacudirse del orden oligárquico que había establecido el sistema parlamentario tras la Guerra Civil de 1891, que ya comenzaba a mostrar fisuras. Y no fue lo único. El temor a la revolución social, con lo ocurrido en la naciente URSS, y los problemas económicos que comenzaba a mostrar el país tras la Primera Guerra Mundial, fueron factores externos que alimentaron la tensión.
Pese a la intervención de septiembre de 1924, ocurrió un nuevo golpe militar en enero de 1925, liderado por oficiales jóvenes como Carlos Ibáñez del Campo. El nuevo movimiento desbancó a la Junta anterior, dominada por oficiales conservadores, y logró traer de vuelta al país al presidente Arturo Alessandri. Fue entonces que el “León” impulsó la nueva Constitución promulgada ese mismo año.
La historiadora Verónica Valdivia, especializada en temas de historia contemporánea y la participación de militares en la arena política, traza algunos puntos claves del golpe contra Alessandri y establece ciertos paralelos con lo ocurrido en 1973. ”Como en el 73′, los golpes de 1924 y 1925, también son cívico militares, en el sentido de que detrás de la conspiración hay civiles. En el del 24′ hay gente de la oligarquía y en el del 25′, son los civiles que están apoyando a Ibáñez. Ahora, ningún golpe de estado no cuenta con con participación civil, pero es una participación conspirativa.
Valdivia menciona otro punto. “La diferencia con el 73 es que los golpes del 24′ y el 25′, e incluso en el de 1932, el que instaló la república Socialista, no hay movilización de masas que lo apoye. En cambio, en el 73′ hay una búsqueda deliberada de apoyo social de trabajadores, mineros, comerciantes, etc. Es como una sociedad movilizada llamando al golpe. Además son golpes ‘secretos’, no hay llamados explícitos al golpe, como pasó en el 73′ donde hubo llamados explícitos a las FFAA: Jaime Guzmán en A esta hora se improvisa diciendo que la gente suelta no se puede mandar, la declaración de la Cámara de agosto del 73′, la revista Tacna, revistas de derecha y extrema derecha, hay una explicitación al llamado golpista”.
Por su lado, Alejandro San Francisco, doctor en Historia y académico de la Universidad San Sebastián y la PUC, se detiene en otros detalles. “El 11 de septiembre de 1973 actuaron las tres ramas de las Fuerzas Armadas y el cuerpo de Carabineros. En 1924 el actor fue el Ejército, que obró progresivamente y de manera inorgánica, primero a través de la oficialidad joven, luego porque convocaron al inspector general del Ejército como ministro y finalmente tomándose el poder. En 1931-1932 si bien hubo asonadas de militarismo, no hubo continuidad en los gobiernos y fueron intervenciones breves”.
El historiador Claudio Barrientos, académico y Director del Magister en Historia de América Latina de la UDP, pone en contexto la crisis de 1924 y afirma que es difícil de comparar con la de 1973. “El golpe de estado de 1924 fue precipitado por una negativa de tramitar en el congreso un reajuste de sueldos a empleados públicos y militares, pero junto a demandas gremiales y políticas de los militares también significaron la presión por promulgar reformas sociales y laborales. Al tiempo que, una facción del ejército que desconfiaba de la Junta gobernante propició el regreso de Alessandri del exilio y la promulgación de la Constitución de 1925. Esta crisis si bien, desembocó en la dictadura de Ibañez, que tuvo prácticas represivas a sus opositores, en su génesis es producto de una crisis económica y política, que mostraba las contradicciones del sistema parlamentario en Chile. Pero, si bien el cambio al presidencialismo ocurre dentro del contexto de un Golpe de Estado y de la instalación de una dictadura, la duración, el nivel de represión y el contexto internacional son muy distintos a 1973, no se pueden comparar”.
“Otra diferencia fundamental, es que el Golpe de 1973 se produce en un contexto político de fuerte movilización social y organización política de las masas populares a todo nivel, urbanas, campesinas, indígenas, y con profundas transformaciones en las formas de militancias políticas -agrega Barrientos-. Las mujeres en todos los sectores políticos se vieron empoderadas. Dentro de la izquierda y de los sectores proclives a la UP hay más de una lectura de la revolución, y en los sectores populares movilizados hay una madurez políticas que les permitió proponer una revolución desde abajo como lo plantea Perer Winn en Tejedores de la revolución. Por otro lado, desde sectores conservadores las mujeres también fueron empoderadas en movimientos de mujeres (Margaret Power, 2008)o militancias en grupos de ultra derecha como Patria y Libertad”.
Si la Dictadura encabezada por Augusto Pinochet articuló un programa de gobierno en el pensamiento de los civiles, el grupo de los Chicago Boys y la política económica contenida en El Ladrillo, los movimientos militares de 1924 y 1925, también contenían un ideario. En este caso, marcado por la crisis post Primera Guerra Mundial. “El proyecto es derogar el orden liberal y lo que se busca es un orden más proteccionista en que el Estado sea el promotor del desarrollo económico y social -dice Verónica Valdivia-. Eso venía del orden Prusiano, del modelo de Bismarck, en particular, también de algunos liberales posteriores a la guerra que se dieron cuenta que la economía liberal muy abierta era lo que había conducido a un desastre económico y social”.
Con aviones sobrevolando La Moneda
Entre 1931 y 1932, el país vivió un período de inestabilidad política, marcada por el impacto de la Gran Depresión y la caída del gobierno de Carlos Ibáñez del Campo. Tras un período en que hasta un alzamiento de la marinería acabó en un combate con la naciente Fuerza Aérea, vino el gobierno de Juan Esteban Montero, el que sin embargo, poco pudo hacer ante la crisis. Así, un movimiento liderado por militares, como el coronel Marmaduque Grove, y civiles como Eugenio Matte, se unieron para tomar el gobierno y declarar la República Socialista de Chile.
“El contexto está marcado por el fin definitivo de la economía del salitre, el impacto de las población obrera que se devuelve a las ciudades generando problemas sociales e inestabilidad política en el país, pero también la fuerte crisis económica de 1929, que en Chile golpeó en 1930 y que develó la fragilidad de una economía y una sociedad que había ficticiamente prosperado en torno a créditos extranjeros -explica Claudio Barrientos-. Si bien, también hubo represión de opositores de izquierda, el restablecimiento del orden se hizo dentro del establecimiento de un gobierno civil. Es importante tener en cuenta las duraciones de los Golpes y los posteriores gobiernos militares, su restablecimiento de gobiernos civiles y elecciones luego de los Golpes Militares”.
El 4 de junio, el grupo de Matte y Grove se reunió con Montero en La Moneda. Le hicieron ver que no contaba con apoyos y le pidieron su renuncia. Viéndose perdido, este accedió y salió caminando del palacio. Ese mismo día, casi como ocurrió en 1973, los aviones de la Fuerza Aérea sobrevolaron por el centro. “Principalmente sobre la Alameda y las calles Ahumada, Bandera, Morandé y otras cercanas”, informó El Mercurio el domingo 5 de junio. Pero en esa ocasión, los aviones no lanzaron bombas. “De las máquinas se desprendían miles de volantes, que eran cogidos por la gente”, agregó el Decano. Este contenía el manifiesto del Comité Revolucionario que anunciaba la implantación de la República Socialista de Chile. Una experiencia que solo duró 12 días, derrocada a su vez, por otro movimiento, liderado por Carlos Dávila, un representante del sector más moderado del movimiento y abierto partidario de Ibáñez que contó con el apoyo de unidades del Ejército.
“Un rasgo distintivo de la república socialista es que no hubo represión de ningún tipo, mientras estuvieron Grove y Matte al mando -detalla Verónica Valdivia-. Cuando viene el golpe del 16 de junio que derroca a la Junta y viene una segunda ‘república socialista’ de Carlos Dávila, al principio fue muy represiva”.
Pero estas intervenciones duraron poco tiempo y no consiguieron asentarse. “En las intervenciones de 1931-1932 se puede apreciar desorden y falta de programa, finalmente el cansancio y el germen de civilismo es el que termina por imponer un restablecimiento del orden institucional, que comenzó con la elección de Arturo Alessandri Palma como Presidente de la República, para un segundo mandato”, señala Alejandro San Francisco.
Es decir, se trató de acciones puntuales, que a diferencia de lo ocurrido en 1973 no lograron consolidarse con el tiempo. “Siguiendo las reflexiones de la politología, uno podría establecer que hasta 1973 lo que tenemos son diferentes expresiones de pretorianismo militar, a propósito de esta participación de carácter más bien particular de algunas unidades del Ejército, en especial, en conflictos políticos que afectan a la oligarquía o a sectores medios de la sociedad, mientras que por el contrario lo que tenemos en 1973, es una intervención en conjunto de las FFAA bajo la doctrina de la seguridad nacional”, dice Igor Goicovic, también académico de la USACH.
Para los militares, el bienio 1931-1932 significó asumir costos por su participación en política. “Yo distinguiría entre el 24 y el 25 en que los militares que intervinieron se quedaron con el poder. Echaron a todo el alto mando oligárquico, o sea ocurre un recambio generacional total. Entonces ahí no hubo ningún costo para ellos. Pero ya cuando viene la caída de Ibáñez el 31′, efectivamente hay un costo social importante. Después que cayó Ibáñez, los militares no podían salir a la calle porque eran agredidos en términos físicos, les tiraban piedras, también ofensas, entonces hubo una importante desvalorización de lo militar”.
Con cada intervención militar, el proceso de retorno a la normalidad ha resultad variable. “En 1924-1925 el proceso fue previsto por la nueva Constitución de 1925, que estableció elecciones presidenciales y de Congreso Nacional, lo que teóricamente normalizaría al país, aunque ello no fue así. Se puede decir que en la práctica Chile tuvo un proceso de transición o adaptación institucional de siete años, y la Constitución solo comenzó a regir formalmente en 1932″, dice Alejandro San Francisco.
“Entre 1973 y 1980 la cuestión fue diferente, y el mecanismo de regreso a la normalidad institucional fue previsto en la Constitución de 1980: está estableció un período de transición de ocho años, tras lo cual habría un plebiscito para elegir Presidente; si triunfaba el No -como ocurrió- habría elecciones abiertas, tanto de Presidente de la República como de Congreso Nacional. De esta manera, el 11 de marzo se entregó el mando a Patricio Aylwin, candidato ganador en los comicios de 1989″, agrega el mismo académico.
Verónica Valdivia asegura que esa estabilidad recién se consiguió desde 1938, gracias a dos situaciones. “Si bien los militares se retiraron a sus cuarteles, durante el segundo gobierno de Alessandri, entre el 32 al 38, hubo mucha represión legal. Entonces no se logró una estabilidad real porque en realidad la gente estaba muy acosada, también los partidos de izquierda, etcétera. La estabilidad se logró recién a partir del triunfo del Frente Popular el 38, y en eso tuvo que ver fundamentalmente con dos cuestiones claves: que todos reconocieron al sistema político como el espacio en el cual todos iban a disputar y no iba a ser otro, además de renunciar a la apelación a la fuerza armada”.
FF.AA sin cuartelazos
Como sea, en el imaginario de la izquierda chilena el modelo de golpe de estado que temían era uno muy distinto al que ocurrió en 1973. Así lo señaló Jaime Gazmuri, dirigente del MAPU en la serie documental de La Tercera, Ubicar y Detener: Seis historias del Bando 10. “Estaba convencido de que sería un golpe muy brutal, de carácter fascista y no como creían muchos otros dirigentes de la Unidad Popular, que suponían que sería más suave, al estilo de otros golpes de Estado ocurridos en Latinoamérica, donde los militares ordenan la casa, perseguían a los opositores y luego de un breve tiempo devuelven el poder”.
¿Por qué buena parte de los dirigentes de la UP y la izquierda chilena tenían esa convicción? Verónica Valdivia apunta algunos datos clave. “La convicción de la izquierda provenía de la idea de que estas no eran FFAA que daban cuartelazos. Ellos tenían la la convicción de que eran FF.AA, respetuosas de la institucionalidad de la constitución a diferencia de otras y por tanto no iban a dar un golpe contra contra un gobierno elegido democráticamente, no se iban a levantar contra el poder constituido”.
Pero había algo más. “Durante el siglo 20, las FF.AA participaban en el control del orden público a través de la zona de emergencia, pero estaban bajo control civil -agrega Verónica Valdivia-. O sea ellos no hacían nada que el Ministerio del Interior y el Presidente de la república no les ordenara. Entonces esa experiencia para atrás de FF.AA que respondían al poder civil, llevaba a una convicción de que un golpe como el ocurrido en Brasil en 1964 no era posible, era impensable”.