Ghost en Chile: te amo Satanás
El referente católico con acento gótico es el alma del proyecto de Tobias Forge, un wurlitzer del metal y el hard rock de los 70 y 80, con algunos detalles psicodélicos, progresivos y stoner, en un empaque sonoro absolutamente moderno. Aquí, la reseña de su masivo show de anoche en el Movistar Arena.
La música se detiene pasados los 20 minutos y un tipo pide a la audiencia tres pasos en reversa, aludiendo a la seguridad de quienes están más cerca del escenario. Obediente, el público retrocede. Hace 20 años, esa misma solicitud habría sido rechazada con una muralla de garabatos. Anoche, en apenas un par de minutos, aquella clásica postal de la primera fila sudorosa y apretujada contra la reja de un concierto de heavy metal -el fan de Iron Maiden o Metallica con expresión enloquecida-, pasó a mejor vida.
El decorado era perfecto para el funeral de una peligrosa tradición. Los suecos Ghost, que colmaron el Movistar Arena en su regreso a Chile, recrearon una iglesia, uno de los referentes más manoseados en la historia del género con olor a azufre.
El referente católico con acento gótico es el alma del proyecto de Tobias Forge, un wurlitzer del metal y el hard rock de los 70 y 80, con algunos detalles psicodélicos, progresivos y stoner, en un empaque sonoro absolutamente moderno; por paliza la banda más frankenstiana de la última década, hecha de citas y retazos que van desde Blue öyster cult a King Diamond, algunos guiños esporádicos a las twin guitars de Thin Lizzy y Judas Priest, y una imaginería enternecedoramente satánica, como una versión romántica de Slayer. Parecen enamorados del dios de las tinieblas. Don Diablo y su oscuridad resultan irresistibles.
El condimento que los ha convertido en un éxito que goza de la bendición de Metallica -dependen del mismo management-, con gran notoriedad en el mercado estadounidense, es la inmediatez y efectividad del estribillo adhesivo; la fe absoluta en el pop proveniente de un país con excelencia en la materia como Suecia, con tótems como ABBA y Roxette.
He is, que el público del Movistar coreó con los celulares encendidos -el fantasma de la llama del encendedor-, tiene un labrado segmento de profunda melodía y arreglos, para declarar devoción a un ser superior y maligno:
“(...) él es el resplandor y la luz
sin los cuales no puedo ver
y él es insurrección, él es rencor”
Todos bailan, cantan, levantan los brazos, repitiendo el viejo rito del rock and roll aprendido hace siete décadas en misas afroamericanas del sur profundo con electrizante gestualidad, trasladado a este momento del siglo XXI donde el satanismo de Ghost está más cerca de celebrar Halloween, que de quemar una iglesia nórdica y practicar ritos invocando fuerzas en el bosque.
Es un público con mucha más juventud de lo habitual en shows de bandas clásicas, donde la asistencia es un carrete de familia; hay gente joven por las suyas, no por el papá fanático con la polera de Maiden, recordando el liceo. Unos cuantos chicos y chicas lucen maquillados y con las mismas ropas teatrales dark de Tobias Forge, en sus múltiples personajes. Se asoma así otro fantasma de las bandas de heavy de antaño: Kiss y sus rostros ocultos bajo pintura.
En el espectáculo de Ghost se ha impuesto el sentido de un musical de avenida neoyorquina, antes que un concierto de metal tradicional. Si bien desfilan la mayoría de los códigos del género, el único elemento que no conjugan es la agresividad.
Los cambios de vestuario del líder requieren alargar temas en secciones instrumentales demostrativas de un espíritu de ensamble, antes que afanes acrobáticos. Uno de los guitarristas despliega más solos, sin necesidad de la velocidad incendiaria. A cambio, detonan bombas de ruido, surgen llamaradas desde el piso, estalla el confeti, y aparece un Papa cadavérico encajado en un artefacto de cristal, que revive con chispas para sumar un solo de saxofón, en un boleto directo a un show de Las Vegas.
Con los años, Ghost ha crecido al nivel de una mini orquesta. Además de la base tradicional a dos guitarras, bajo y batería, alinea coristas y tecladistas. Ocultan sus rostros con unas escafandras negras que parecen sacadas del bar de la primera Star Wars (1977), mientras bromean entre ellos con gestos guionizados.
El sonido demoró media hora en ecualizar hasta llegar a un nivel de definición inapelable.
El contundente último álbum Impera (2022) dominó el listado de canciones junto a Meliora (2015), hasta ahora su mejor título; un disco que funciona como una clase de historia de metal clásico, con un acabado pop irresistible.
Sin embargo, el ritmo del espectáculo no fue lo suficientemente fluido, y no solo por la interrupción para que el público retrocediera. Entre las obligadas ausencias de Tobias Forge, que remató la noche con un look primo hermano del Joker, junto a sus peroratas con tono de siniestro maestro de ceremonias, Ghost enfrió algunos pasajes. Sobró algo de teatro y faltó un poco de verdadero infierno.
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