Acto reflejo: Matorral y su apuesta por el movimiento
El nuevo álbum de la celebrada banda nacional, apuesta por una lectura muy personal de la música de los setentas. La clave está en el equilibrio entre el uso de las técnicas del estudio, con la sensación orgánica de una banda sonando. La música genera la sensación de movimiento, aunque la construcción de las canciones vaya un paso más allá de lo convencional. Un buen regreso, aunque se extraña algo más de variedad estilística en el repertorio.
Una lectura muy personal de la música de los setentas, sostenida con las posibilidades del estudio de grabación, es lo que ofrece Matorral en su esperado nuevo álbum, Acto Reflejo, el sexto de su carrera. Es una propuesta ambiciosa, más no excesiva, que de alguna forma ordena el trabajo del grupo en torno a una idea. Marcando una distancia del celebrado Gabriel (2015), se escucha un eje que se despliega de manera coherente en las 9 canciones trabajadas en su habitual centro de operaciones, el estudio Ginebra, donde el cantante Felipe Cadenasso ha consolidado una contundente dupla de producción con Antonio del Favero, la que ya ha obtenido el Pulsar de la categoría.
A lo largo de su trayectoria (que se extiende por algo más de veinte años), Matorral ha suyo el credo de la chilenización de las influencias foráneas. Lo hicieron en sus primeros años, cuando abordaron la psicodelia y el rock ácido sin sonar como un refrito. Incluso desde comienzos de los 2000 apostaron por una vía propia, en que la exploración y la inquietud artística eran la base de su identidad. Y aunque con los años bajaron los decibles, mantuvieron el interés en clavar su pendón en cada territorio sonoro.
Como ha deslizado el grupo, la idea era para Acto Reflejo era proponer un material que sugiriera mayor movimiento. La solución más obvia era trabajar en los pulsos de las composiciones, pero lo que hace Matorral es articular piezas en que, a la manera del soul, la percusión y el bajo eléctrico (interpretados por Ítalo Arauz y Gonzalo Planet respectivamente) ganan protagonismo, pero sin saturar. Y pese al uso samplers, como en el sencillo Cada cual, el álbum consigue efectivamente sugerir la sensación de un grupo de tipos que está tocando. Mantiene por tanto un eje sonoro orgánico.
Los samplers son usados en este disco como pequeñas intervenciones. Cadenasso y Del Favero, cuan cirujanos del sonido, tomaron piezas desde un variado espectro de estilos; de Curtis Mayfield, a Gustav Mahler y hasta Duke Ellington. Un truco de la era del hip hop que Matorral reinterpreta a su modo.
A la manera de Hapiness is a warm gun de los Beatles, buena parte de las canciones de Acto Reflejo avanzan sin detenerse. Prefieren sugerir la sensación de movimiento pasando de una sección a otra, en lugar la estructura clásica del verso/coro/verso, propio de la canción pop. Por ejemplo, en la excelente Bajan de la cruz, cada sección sigue a la siguiente, y solo un par de líneas de la letra funcionan como una suerte de estribillo. Un truco que usaba Syd Barret, en el The Piper at the gates of dawn (basta escuchar Flaming para captarlo).
Al igual que en Gabriel, la trompeta vuelve a ganar espacio en un álbum de Matorral, pero con un giro diferente. Cadenasso (quien tenía un ejemplar que era de Alejandro “Perrosky” Gómez) la usa como una textura que dialoga con las percusiones, lo que proporciona un contraste a las composiciones. Así pasa en Cada cual, Eureka o en Tenemos hoy, en que el bronce asoma de cuando en cuando.
Buena parte de las canciones de Acto Reflejo son fruto de la construcción en el estudio, pero suenan coherentes y orgánicas. Requieren de una escucha atenta, no pensando en términos de singles, sino de una obra que se debe masticar. Sn embargo, adolece de alguna canción que permita un quiebre más rotundo en el relato del disco (un poco como Caen o Transmisión, en el álbum Gabriel). Con todo, es un buen trabajo que vuelve a presentar la ambición creativa de la banda, yendo hacia un lugar distinto con un profundo sentido musical.
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